Esta semana vi un documental sobre san Benito de Nursia (480-547 d.C.), patrono de Europa y padre del monacato occidental. Es uno de los tantos documentales elaborados por el equipo de Word on Fire, bajo la dirección del obispo Robert Barron, de la Arquidiócesis de Los Ángeles.

La intención de compartir el profundo mensaje del documental no es recordar a un personaje histórico por el solo hecho de transmitir un poco de cultura, sino porque el impacto del espíritu de este monje fue de tal alcance que todavía hoy puede inspirarnos.

En un mundo en caos, que vivía las traumáticas consecuencias de la caída del Imperio Romano, un hombre sencillo, decidido a atender a la voz de Dios en su interior, se retiró a las afueras de Roma para vivir en soledad, lejos del bullicio de la ciudad. Buscaba discernir un modo de vida distinto al que estaba habituado a ver. Tras un largo proceso de maduración, de conocimiento de Dios y de sí mismo, acabó siendo el padre de una comunidad cuya regla de vida fue, sin exagerar, la semilla que dio fruto a una nueva civilización. Así como trabajaron la tierra (de allí agricultura: el cultivo del campo), así trabajaron en su intimidad para unirse a Dios. Pensaron, rezaron, leyeron y escribieron (cultivaron su alma: de allí cultura).

Así, en un mundo que todavía intentaba asimilar el colapso de un Imperio que parecía indestructible, la silenciosa labor de este monje se expandió por toda Europa con la fundación de muchos monasterios. Signos tangibles de estabilidad en un mundo frágil y en ruinas, los monasterios supusieron “centros de civilización”, más que de “retiro”, como bien dice Barron. No solo preservaron la cultura de la antigüedad, haciendo posible la continuidad espiritual de una tradición que sentaría las bases de Occidente, sino que abrieron sus puertas a los peregrinos que buscaban comida y sosiego en un mundo desestructurado. Su regla, condensada en tres cortas palabras, ora et labora (reza y trabaja), propuso un modo de vida que, arraigado en las almas de los monjes, hizo de los monasterios vigas que sostuvieron lo esencial de un pasado en ruinas y abono de la Europa en germen.

En palabras de John Henry Newman: “San Benito encontró un mundo social y materialmente arruinado, y su misión fue ponerlo otra vez en su lugar, no con métodos científicos, sino con medios naturales, no con la pretensión de hacerlo en un tiempo determinado o utilizando un remedio extraordinario o por medio de grandes gestas, sino de un modo calmo, paciente y gradual, trabajo que muy a menudo permaneció oculto hasta que estuvo terminado…

Se veían hombres silenciosos en el campo o en el bosque, excavando, desenterrando y construyendo, mientras que otros hombres silenciosos, que no se veían, estaban sentados en el frío del claustro, cansando sus ojos y concentrando sus mentes en copiar y re-copiar penosamente los manuscritos que se habían salvado.

Ninguno de ellos protestaba por lo que hacía, y poco a poco los bosques pantanosos se fueron convirtiendo en ermita, casa religiosa, granja, abadía, pueblo, seminario, escuela y por último en ciudad”.

La certeza de que vivían al ritmo del orden de la creación, unidos a Dios, desde la madrugada hasta la noche, en silencio y en comunidad, atrajo a una sociedad disgregada a un nuevo modelo de asociación. El trabajo intelectual, pero también el manual —tan central en la vida monástica— fue impregnado de una espiritualidad que elevó el obrar humano a una dignidad divina, pues con su mente y con sus manos, el hombre se hace copartícipe de la obra de Dios cuando reza, cocina, cultiva en el huerto o se centra en la lectura de algún libro. Todo trabajo asocia al hombre al dinamismo de la vida divina y le ordena por dentro para que sirva mejor a la comunidad. Se trata, al final, de orar y trabajar por amor, orientados todos hacia un destino común que trasciende de esta vida, pero se forja y madura en ella.

Trabajo y persona, relación que resume bien la condición del hombre en el mundo, es justo el nombre de la asociación fundada por Alejandro Marius e inspirada en el espíritu de san Benito. Lo que hace Alejandro y su equipo es fundamental en Venezuela y en cualquier parte del mundo, pero en una sociedad en crisis como la nuestra, en la que por diversas razones carecemos de tantos hábitos de trabajo y del estímulo necesario para sentirnos capaces de desarrollar los propios talentos, la tenacidad de esta asociación en formar a muchas personas en distintos oficios para ayudarlas a descubrir y confiar en sus potencialidades de modo que sirvan con ellas a su comunidad, constituye como una réplica del espíritu que impactó aquellos siglos. Ese trabajo silencioso ha dado muchos frutos y se ha ido expandiendo hacia diversas áreas de formación.  Es increíble y esperanzador cómo hay efectivamente gente trabajando en Venezuela.

Este es el verdadero país: el de personas concretas que trabajan, que aprovechan el tiempo viendo cómo salir adelante, rindiendo sus talentos lo mejor que pueden, para dar esa estabilidad que sostiene lo que debe perdurar en nuestra caótica sociedad, haciendo posible la transición.

 

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!