En tiempos recientes, se viene hablando con cada vez mayor insistencia e interés en algunos círculos económicos de las posibilidades del mercado de valores como alternativa de fondeo para proyectos de inversión, así como también para proveer capital de trabajo a las empresas en marcha, si fuere el caso. La expresión mercado de capitales –nos dice Morles Hernández– se refiere a un sector del mercado de crédito. Este, constituido por la oferta y la demanda de recursos monetarios para la inversión, se divide en mercado de dinero (corto plazo) y mercado de capitales (largo plazo), precisando que los fondos a corto plazo se utilizan como capital circulante, en tanto que los de largo plazo se destinan a la adquisición de bienes de capital fijo.

Al mercado de valores concurren individuos y corporaciones con el propósito de invertir en títulos que produzcan retornos esperados y competitivos o, en el caso de las empresas en marcha, para captar recursos financieros de aquellos que los tienen disponibles y, seguidamente, aplicarlos al plan de negocios de nuevos o viejos emprendimientos. Los emisores concurrentes captan fondos líquidos de quienes disponen de ellos; a su vez, quienes proveen esos fondos, se convierten en inversores en títulos de renta fija –i.e. bonos– o de renta variable –acciones de compañías listadas en la bolsa–, según los casos. Las bolsas de valores son organizaciones públicas o privadas que proporcionan las facilidades necesarias para que sus miembros introduzcan por cuenta propia o de sus clientes, las órdenes de compra y venta de títulos negociables.

El mercado de capitales facilita el despliegue de un conjunto de opciones que asignan capital, riesgos e informaciones vinculadas al ahorro y la inversión. La eficiencia del mercado medida en términos de flujos continuos de información disponible y verificable –sin costo para el inversor y naturalmente sustancial para la toma de decisiones– termina por reflejarse en el precio de mercado del título valor en un momento determinado. Quede claro que el mercado de capitales y su adecuado funcionamiento, serán expresión del nivel de desarrollo institucional y económico de un país y como tal contribuirán a mejorar la producción, la competitividad y la acumulación de capital indispensable para el crecimiento.

En Venezuela, el financiamiento a largo plazo del sector privado de la economía se ha sustentado tradicionalmente en el crédito bancario; naturalmente, hay algunos casos aislados y generalmente no recurrentes de empresas que han emitido deuda a largo plazo. El sector público ha emitido deuda a largo plazo –bonos de la República y de Pdvsa– cuyo volumen transado ha sido superior al correspondiente a emisiones estructuradas y colocadas por empresas privadas. Es obvio que el mercado de capitales no ha desarrollado su potencial como sería de esperarse en un país que sin duda ofrece posibilidades en los sectores primario, industrial y de los servicios en general. El éxito de cualquier estructuración y colocación en el mercado dependerá fundamentalmente de los niveles de confianza y ante todo de la estabilidad económica y política del país; naturalmente, la fortaleza operativa y financiera del emisor, será otra consideración esencial.

El apogeo que observamos en el mercado de valores en los últimos tiempos encuentra explicación en las restricciones impuestas al crédito bancario en virtud de los elevados niveles de encaje legal –la obligación a cargo de las entidades bancarias de mantener reservas de fondos captados del público en el Banco Central– fijados en años recientes. Más de las tres cuartas partes de los depósitos del público han mantenido las instituciones bancarias en las cuentas correspondientes en el instituto emisor. Pero en puridad de conceptos, el mercado de valores –como venimos diciendo– es una alternativa de fondeo para proyectos de inversión a largo plazo, en tanto que la banca comercial es la llamada a ofrecer financiamiento para capital de trabajo de las empresas en el corto plazo.

Lo interesante del caso es que el emisor puede obtener fondeo en condiciones más ventajosas que las ofrecidas por el crédito bancario convencional –en términos de costes, garantías y plazos–, en tanto que el ahorrista podría obtener mayores retornos que los ofrecidos por los bancos –certificados de depósito–. Naturalmente, se exigen requisitos que no todos los posibles emisores interesados están en plena capacidad de cumplir a cabalidad –i.e. balances auditados y calificaciones de riesgo, entre otros–; tampoco existe mucha cultura en nuestro medio, por lo cual es necesario que tanto el regulador del mercado de valores como los operadores autorizados, divulguen oportunamente sus bondades, requerimientos normativos y posibilidades.

Hoy por hoy se ofrecen opciones interesantes a través de emisiones en moneda de curso legal, emisiones indexadas o en moneda extranjera, así como otros instrumentos que facilitan la obtención de recursos necesarios para cumplir metas de desarrollo económico. Sea lo que fuere, el mercado de valores brinda la facilidad a los emisores que quieran valorizar sus marcas comerciales y ante todo tener acceso abierto y recurrente a fuentes de capital, así como también a los inversores de colocar sus ahorros en opciones acordes con sus niveles de tolerancia de riesgos implícitos. Pero más allá de lo apuntado, la existencia, funcionalidad y desempeño del mercado de valores, se convertirán en imagen y proyección de la economía nacional –de su vigor y aptitud–.

 


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