Estamos viviendo algo nunca imaginado: cambiamos la forma de trabajar, de convivir, de consumir y de relacionarnos. Sabemos cómo entramos, perno no cómo saldremos. ¿Qué pasará de ahora en adelante? Nadie tiene cómo preverlo y la mayoría de los caminos indicados está llena de “suposiciones bien fundamentadas”, pero la realidad será muy diferente de lo que podemos prever. Lo que notamos es que sin adversidades no hay evolución: aprendemos cosas nuevas, rompemos paradigmas y pasamos a ver (y vivir) el futuro de forma diferente.

Mientras fuimos obligados a quedarnos en casa, el paisaje afuera también cambió. La naturaleza se revigorizó, volvimos a ver pájaros por la ventana, aguas más limpias, menos contaminación en los centros urbanos y notamos una necesidad humana de acercarnos a lo “natural” durante este período. Esta tendencia dirige nuestra atención nuevamente hacia un debate importantísimo y que muchas veces queda de lado: la cuestión climática. Hace mucho tiempo que el tema dejó de ser tema exclusivo de ONG y activistas; pasó a formar parte también de la agenda de grandes empresas y se convirtió en uno de los principales desafíos del mercado financiero. Y Brasil, nación que tiene la mayor cobertura de bosques tropicales del mundo, está en el centro de este debate.

Hace pocos días, un grupo de grandes inversionistas de 9 países que administran un patrimonio de 4,1 billones de dólares dirigió una carta a embajadores brasileños para debatir la política ambiental de Brasil. Es un cambio de actitud: antes, la presión era sobre las empresas y ahora pasó a ser también sobre gobiernos. Este pedido de diálogo muestra que las cuestiones ambientales pasaron a ser cada vez más un elemento importante en las decisiones de consumo e inversiones en los últimos años. La tendencia es la búsqueda de iniciativas sostenibles: que generen ganancias y que prioricen también la preservación, la restauración ambiental y la prosperidad social.

Hay mucho que hacer y este es el momento de comprometernos con el futuro. Tenemos una oportunidad única de convertirnos en referencia en el llamado “capitalismo de stakeholders”. Es nuestra oportunidad de mostrar que no existe preservación “O” crecimiento. Precisamos defender y promover el “Y” para ser ambidiestros y capaces de hacer ambas cosas al mismo tiempo: crecer, desarrollar “Y” proteger el medio ambiente.

Nuestro territorio tiene la mayor biodiversidad del mundo, lo que requiere mucha responsabilidad. Si preservamos, restauramos y hacemos las cosas correctas, lograremos ser un polo de captación de recursos para cuidar de nuestro propio país y del futuro de nuestra especie, creando así un excelente negocio para nosotros, brasileños, para nuestra economía, para la sociedad y para todo el planeta.

Creo mucho en la “Marca Brasil” teniendo a nuestro país como líder mundial en el desarrollo sostenible. Nuestros bosques, que nos fueron dados “de regalo”, deben ser cuidados y preservados. Se trata de un activo ambiental importantísimo con enorme potencial de desarrollo económico. Es fundamental el entendimiento de que la preservación, además de una cuestión de supervivencia, también es un importante factor económico. El mercado de títulos verdes es una oportunidad que Brasil debe aprovechar. Los Green Bonds, como se los conoce, son emisiones de deuda para financiación de proyectos con beneficios ambientales medibles, auditados y monitoreados por organizaciones independientes. Las inversiones pueden ser en energía renovable, eficiencia energética, control de contaminación, conservación de la biodiversidad y transporte limpio, entre otros.

Estamos siguiendo recientemente lo tanto que la oferta de dichos títulos como el interés del mercado en financiarlos están en alza en los escenarios nacional e internacional -sea a través de la participación de empresas con compromisos socioambientales o de fondos de inversión. Según Climate Bonds Initiative (CBI), el mercado brasileño de títulos verdes alcanzó 1,2 mil millones de dólares en 2019 y, ciertamente, todavía hay mucho espacio para crecer.

El carbono puede ser la moneda del mercado financiero internacional en los próximos años. Por lo tanto, tenemos el desafío de mejorar dicho mercado en Brasil. Para tener una idea, solamente el bioma amazónico podría rendirle al país 10.000 millones de dólares por año. Actualmente, el proceso de generación de crédito (MDL) demora aproximadamente dos años, por lo tanto, es muy moroso, burocrático y caro. Si el mercado fuera reglamentado en Brasil o si hubiera un mercado voluntario pujante, tendríamos mecanismos específicos para la realidad de nuestro país, ampliando así el volumen de transacciones y potencializando la competitividad de los actores menos intensivos en carbono. Paralelamente a eso, la firma de acuerdos multilaterales y una participación más activa de Brasil en mercados internacionales también pueden contribuir a impulsar esta agenda ambientalmente positiva.

Para eso, necesitamos la participación Y el compromiso de la sociedad, de los sectores privado Y público. Como ciudadanos, nuestro deber es fiscalizar y, principalmente, estar involucrados en la causa. De las empresas, esperamos la asociación de ganancias con desarrollo sostenible. De los gobiernos, el law enforcement adecuado y eficaz, permanente y con información transparente y amplia, porque de forma general ya tenemos políticas públicas e hitos regulatorios consistentes y alineados con las mejores prácticas de preservación del mundo.

La pandemia de COVID-19 nos sacó de la zona de confort para proponer reflexiones importantes sobre lo que valoramos, así como la forma en que nos relacionamos con el mundo. Brasil tiene potencial para posicionarse a la vanguardia de la protección ambiental, ya que la nueva era económica se orientará al medio ambiente y al combate al calentamiento global. Es nuestra oportunidad verde de liderar la renovación importante y urgente que el planeta tanto necesita, abriendo así camino hacia un futuro sostenible para las próximas generaciones.


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