A los 73 años Oliver Stone ha publicado sus memorias, o al menos parte de ellas, las de sus años mozos, que lo vieron ascender los peldaños a la fama. El libro, que se lee con fruición, tiene un título digno de sus películas, Chasing the light, algo así como Persiguiendo la luz, y un acápite tentador: “Escribiendo, dirigiendo  y sobreviviendo a Pelotón, El Expreso de Medianoche, Scarface y el negocio del cine”. Es cierto que Stone es un director discutible, que ha cabalgado con lo bueno, lo malo y lo feo en las últimas cuatro décadas. Pero también es cierto que es un narrador poderoso, una voz independiente, a veces contradictoria para quien no aprecie la honestidad de su criterio. O de sus criterios.

Su vida profesional es interesante, porque Stone llega tardíamente a la década de los setenta, que vio, en su primer lustro,  la renovación estética y temática del cine americano  gracias a jóvenes impertinentes, ambiciosos y díscolos que impusieron sus propias reglas. Se llamaban Scorsese, Friedkin, Spielberg y Coppola. Los grandes estudios los protegieron primero cuando sus éxitos (Taxi Driver, Contacto en Francia, Tiburón y El Padrino) comandaron en la taquilla. Sobre el fin de la década, lograron controlarlos, porque, en un negocio en el cual la arrogancia es moneda corriente, los chicos traviesos habían empezado a cometer errores graves que se reflejaron en varios fracasos de taquilla. En este contexto, Stone logra un libreto, el de El Expreso de Medianoche, que lo consagra y lo estigmatiza a la vez. La historia, en principio verdadera, es la de un inocente muchacho americano que, para pagarse los estudios, intenta contrabandear hachís desde Turquía, es atrapado y debe escapar de sus espantosas condiciones de reclusión para volver a la seguridad de su país, donde escribe un libro con su aventura y salta a la fama como víctima de los malvados turcos. El libreto, muy efectivo, dio lugar a una película particularmente racista del recientemente fallecido Alan Parker. A Stone le valió un Oscar. Y al protagonista el éxito de su libro.

Años más tarde, Stone vería con horror cómo la pobre víctima se destapaba como un contrabandista regular, que había sido atrapado no en su primer, sino en su cuarto viaje. Esa decepción, teñida de mea culpa, es un rasgo permanente del libro. El director  confiesa ser un tipo enojado (residuo de su pasantía por Vietnam), que abusa de las drogas y el alcohol y que incurre con frecuencia en la arrogancia. Más interesante es su visión política. A pesar de su etiqueta de izquierda, lo que sale a la luz es su independencia. Admite haber votado a Reagan y la dedicatoria de Pelotón es a los hombres que pelearon en Vietnam. También admite a regañadientes que la película que lo consagró tiene un toque racista, como también lo tiene Scarface. Pero también es capaz de arriesgar lo que no tiene con Salvador en 1986, una película que va en contra del intervencionismo de Reagan en Centroamérica. Y trazar, al año siguiente, una parábola de la intervención americana en Vietnam, con la historia de dos sargentos uno bueno y otro malo, que se enfrentan en medio de la guerra.

Toda esta historia, desde el muchacho desorientado que sucesivamente es marinero, maestro, soldado al libretista y director consagrado es narrada con el estilo muscular que sus películas tienen. Stone es un tipo de izquierdas que se comporta como uno de derecha. Junto a la señalada independencia, la biografía deja entrever otra de las obsesiones de Stone, clave para entender su filmografía. El director está fascinado por los seres poderosos. Esta pulsión, poco notoria en sus primeras películas, que por el contrario se centran en periodistas perdedores o soldados desvalidos, cambiará radicalmente con su consagración. El libro termina con un triunfo: el doble Oscar a Pelotón  por la dirección y la mejor película. Después vendrían Nixon, Alejandro Magno, el desafortunado (pero muy ágil) reportaje a Fidel Castro (Comandante, en 2003), en el cual cae embelesado ante su personalidad. Volverá un poquito más crítico al año siguiente con Buscando a Fidel, para cuestionarlo sobre la ejecución de tres disidentes. La conclusión provisoria es que Stone es, qué duda cabe, un tipo talentoso, un individualista de convicciones a menudo contradictorias, pero de intuiciones atendibles. En un mundo que se desliza tan rápidamente hacia la mediocridad del poder, Stone es contradictorio, feroz, buscapleitos. Vale la pena revisar sus películas, envejecen, a veces mal (Salvador es particularmente torpe) o adquieren una sabiduría tardía como Pelotón. Tal vez al libro le falte una segunda o tercera parte. La que viene luego del triunfo y reflexione sobre una obra inquieta, personal, acaso imprescindible en el panorama del cine contemporáneo.


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