Los informes producidos por el Foro de Diálogo Social promovido por la Organización Internacional del Trabajo revelan, como resulta lógico, importantes datos acerca del acontecer laboral del país. No debemos olvidar que estas reuniones son producto de una decisión mundial por mayoría. Lo que significa, en resumen, que le han sido impuestos al régimen por la organización y quienes en ella han realizado los movimientos adecuados para tener, como se tiene, contra las cuerdas, en términos boxísticos a quienes detentan el poder en Venezuela.

Podemos deducir variados elementos. Reiteradamente los informes hablan de avances. Y es verdad, se ha avanzado. Han liberado en estos años a algunos de los sindicalistas presos, no a todos. Han devuelto algunos fundos -ni la mitad de los doce que el régimen ha tomado-; se han reunido -de lo más importante- y se han ido estableciendo acuerdos con muy leves resultados.

Ahora, esta situación refleja la incompetencia política y técnica del régimen del terror en Venezuela para convocar, para coordinar, para por sí mismo -y sin muletas de la OIT- ejercer la labor de llevar un Estado. ¿Cómo es posible que no se pueda de manera tripartita haber llegado ya a establecer el salario mínimo, sino como una imposición desconcertada – en todos los sentidos? ¿Cómo es posible que para liberar a sindicalistas arbitrariamente presos se requiera que otro, de afuera, lo diga? ¿Es necesario que para no injerir en las elecciones sindicales o gremiales se escuche la opinión de otro, foráneo, ajeno? ¿Es indispensable que para pagar las retenciones de más de un año de gremios y sindicatos no se actúe ejecutivamente, no se mande a cancelar de una vez esa deuda devaluada que causa estragos y tiene en el borde de la desaparición a entes defensores de los derechos de los trabajadores? Aquí hay gato encerrado, maloliente.

El despotismo usa estrategias de dilación. No podemos aventurar otra respuesta. ¿Por qué? Porque quiere seguir ejerciendo el poder despóticamente. Y sólo obligado se reúne. Para eso existe la OIT, por cierto. El régimen que ha llevado al país a ser el cuarto del mundo en materia de corrupción no quiere devolver el capital retenido a las organizaciones gremiales y sindicales, porque sabe que de ese modo las estrangula. El régimen no quiere devolver las tierras tomadas, porque es un modo de hacer sentir su poder. El régimen no desea liberar a los sindicalistas presos, porque es violador de derechos humanos y de ese modo aterroriza más y más a toda la población. El régimen no aumenta el salario mínimo, los sueldos, porque no le viene en gana. Es su modo de torturar a la ciudadanía entera. Es su modo de enfrentar políticamente las sanciones, miserabilizando más a la población.

Esto se alarga. Me parece estupenda la presión ejercida por Fedecámaras, después de algunos resbalones con respecto al salario. Eso de señalar que las sanciones no son ilegales, además de ser verdad, les quedó muy bien, como bien le queda provocar la intervención de la OIT. La lucha de los dirigentes de las centrales es también digna de elogio: libertad para los presos políticos, compensación inmediata suficiente -que no se ha dado, porque el rimbombante «bono de guerra económica» no alcanza, se devalúa igual, es discriminatorio y no lo otorgan sino inconstantemente a algunos, no a todos los trabajadores, ni es la solución siquiera inmediata-.

Abril luce lejos. La falta de gobierno hace que no haya solución inmediata ni mediata a la problemática generada desde el poder, con sus malévolos fines inocultables. El régimen cumple el trámite. Da cabida a algunos avances mínimos para no quedar expulsado del mundo, del mundo laboral, ni señalado como lo que es. Su táctica dilatoria le funciona. Es renuente a solucionar aquello que no quiere solucionar porque lo produjo sesudamente. La OIT con su acostumbrada lentitud, reconoce sus logros: ha doblegado en minúsculas cuotas al poder despótico que juega a prolongar la angustia laboral.

El año será marcado por el desasosiego en el trabajo y la afectación angustiosa por ello de la sociedad. Es preciso continuar con las protestas, las denuncias por todos los medios, dentro y fuera, porque la fiera ha sido herida años atrás y seguirá herida jugando con tiempos y con el dinero de los venezolanos. Hay, sin duda, algo -o todo- enfermizo, patológico, en esto. Preservar el poder a costillas -ciertamente- del sufrimiento, del hambre, de la agonía, de la mengua de toda una población. Amenazar y ejecutar la amenaza poniendo de escudo a la gente, obligando a escapar a la gente, que no deja de ser otra amenaza de invasión de territorios por hambre y necesidad es la oferta del terrorismo de Estado que padecemos al mundo que lo presiona. El problema no es el funcionamiento de la OIT y los representantes allí. El problema sabemos cuál es. Sigamos enfrentándolo, porque solución inmediata ya sabemos que no va a haber. Bienvenida y bien ida la OIT. A pesar de que piensan colocar oficina permanente en Venezuela.


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