Existen innumerables agresiones que atentan contra la dignidad de una persona. Considerando que cuando se tiene una herida no es más grande o profunda de acuerdo con la ofensa, sino que en sí misma es una herida, y se evidenciará con dolor y quizás actitudes defensivas. Se podría hablar de ofensas de todo tipo: abusos verbales, físicos o sexuales, como bandera de atentados graves contra otro individuo. Difamaciones, injurias y falso testimonio, como agravios públicos en la búsqueda de ocasionar descrédito. Sin embargo, qué podemos decir del cancerígeno mentir, mal llamado piadoso o la necesidad irracional de manifestar algo de forma indirecta o disfrazada, como si se careciera de recursos de afrontamiento, o fuese necesario evitar las consecuencias de los criterios propios. Considero que se requiere la misma valentía para sostener el verbo audible, y para enfrentar las consecuencias de su difusión.

Dedico esta oportunidad a evidenciar una ofensa en particular, existe en algunos individuos la concepción errada de considerarse superior en inteligencia, frente a todos sus semejantes. Practican en silencio conductas astutas, que en sí mismas no están mal, porque es ventajoso en la vida ser astuto, pero cuando la astucia se ejercita para obtener privilegios sobre los semejantes, o salir bien librado de situaciones confrontantes que deberíamos enfrentar, esta se convierte en un arma. Ahora, no se trata de ser astuto o no, sino de esa deplorable autopercepción de ser superior, frente a seres con capacidades similares tanto biológicas como intelectuales.

En lo personal, considero una ofensa grave el pretender que aunque las cosas no se confiesen abiertamente como es digno de todo adulto, o se manifiesten con pruebas, las cuales seguro tarde o temprano se materializan. Pretender asumir que no pasa nada es altamente indigno y deshonroso, porque deja entre dicho la ética personal y quebranta la confianza, un obsequio extinto que no necesita envoltura ni lazo. Estas conductas cargadas de mentiras o medias verdades suelen ser practicadas por quienes ignoran que 80% de la comunicación es no verbal, y que el cuerpo nos delata cuando queremos ocultar algo. Generan laceraciones que se convierten en heridas con el tiempo y los involucrados se cargan de acciones injustas.

Lo que he podido observar en el transcurrir del tiempo, es que mentalidades fatuas son más propensas a comportamientos negligentes con ínfulas de superioridad, se consideran tan elevados al promedio que cometen errores, sus cuerpos los delatan constantemente y mienten para solapan otras mentiras. Soslayan que en el proceso, sus vidas son invadidas por la desconfianza y la frustración que les arropa, hasta que son tragados en pensamientos caóticos y carencias afectivas. Impávida contemplo tales carencias y mi naturaleza se inclina a pensar en la cura, el antídoto para ello, existirá o estará disponible.

Lejos de saber los trasfondos psicológicos y sociales que llevan a una persona a desarrollar este tipo de conductas como habituales. Discuto mis humildes apreciaciones y busco visibilizar enfáticamente que es ofensivo considerarse superior a los demás. No solo por razones empáticas y humanas, sino por motivos espirituales, la vida es un bumerán y seguramente te expondrá a una situación similar a la que estas sometiendo a otros, procurando que aprendas, que visualices y vivas vehemente tus atmosferas creativas.

Lejos de querer ofender o herir susceptibilidades, pretendo sembrar un granito reflexivo y regar la conciencia colectiva. Después de todo, nadie está exento, todos somos fatuos ocasionales y extremadamente astutos, pero cada día aprendemos a vivir y ser valientes. Mi consejo es, si es que estoy en posición de dar uno, ten cuidado. Presta atención a tu propio corazón y cuídate de no convertirte en un fachoso de pensamiento, que menosprecie a sus semejantes, mientras ellos ya han visto la historia completa.

Existe un hermoso pensamiento bíblico que considero oportuno citar: “No hagan nada por egoísmo o vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno considere al otro como superior a sí mismo” Filipenses 2:3.  Practicar este adagio mantendrá nuestro corazón a raya, generando aperturas de conciliación, manteniendo relaciones empáticas y elevándonos conductualmente.

@alelinssey20


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