Tengo en mis manos una pequeña reliquia bibliográfica, se trata del libro de poesía del escritor venezolano José Malavé (Cumaná, estado Sucre, 1958), autor de otros libros cuyos títulos son asaz elocuentes.

Breviario de sombras (1991), Memorioso amor (1999). El colofón de este hermoso poemario nos dice que el texto se imprimió en el mes de febrero de 2005, o sea que distan ya 18 años de su primera edición. Desconozco si este poemario goza de subsiguientes ediciones o coediciones pero, en todo caso, estimo que la excelente factura literaria exhibida por el poeta Malavé en este raro (cualitativamente hablando) libro bien merecería justicieras reediciones sino además cuidadas traducciones a los principales idiomas.

Cuatro breves pero enjundiosos cuadernillos conforman la estructura arquitectónica del poemario, a saber: Crisol de abismos, Restos de la espera, Ofrendas y Memorioso amor.

La tríada toponímica a la que está dedicado el libro no puede ser más expresiva. La dedicatoria habla por sí misma: a Alfredo Silva Estrada, Sonia Sanoja y Carlos Brito. Seguidamente, sendos paratextos resumen el espíritu del propósito de la aventura verbal de Malavé. El primero dice: ¿Dónde estás mi voz lejana? Tú que hablas como mi alma. (Andrée Chedid). Y el segundo epígrafe, más lacónico pero no menos hondo y profundo pertenece al poeta venezolano Rafael Cadenas: Esta palabra dice mi límite.

El primer poema de este libro nos habla a los lectores desde un sereno despojamiento verbal, pudiera yo decir que el poeta se manifiesta con acrisolado sentido de economía verbal. La desnudez de los vocablos, la intemperie de la expresión sin dejarse seducir por el expresivismo impúdico.

Pasión, muerte y resurrección de la palabra es lo que viene a la mente del lector cuando se abandona a la percepción de la palabra creadora vertida en las páginas de este libro de Malavé.

La metáfora del espejo es uno de los recursos más caros de los que se vale el poeta para caracterizar una de las virtudes del verbo como ilusión creadora de nuevas ilusiones significativas.

Ejercicio espejeante de rarefacción óptica, fatamorgana de la palabra generadora de sentido por virtud de poderes demiúrgicos. Esto observo en las páginas de este libro.

Una relación pendular, una especie de dialéctica entretensionada que oscila entre «la calma y la zozobra» en palabras del propio poeta. La palabra poética se abandona al descreimiento de cualquier certeza o verdad doxográfica. Al decir del bardo que canta en los versos del libro descree de sí misma.

Cuando leemos con absoluta devoción, no se puede leer esta poesía de otro modo, el lector advierte que su creador escribe con plena prescindencia del exhorno y del adorno inútil, no hay ripios léxicos en estas bellas páginas. Todo es sustantivo en sus enunciados propositivos. El bardo se dentra en el espesor verbal y se interna por entre los matorrales de la espesura morfosintáctica del poema que va postulando un Ars poética oscilante entre la espera y el vacío con una paciencia sin nombre. El verbo lírico invoca y convoca sin decirse diciendo lo inesperado. Una poética de la evanescencia se percibe entre los textos de estos magicismos enunciativos. Como el mismo poeta lo afirma; se trata de un decir sin atavíos.

Decir el nombre de este instante

(…) pobre de palabras

De cantos

Decir

Y no decir nada

Andar a tientas

Sobre este filo

Sobre esta estela

Dejada en la arena

En lo efímero

La sensación del desamparo se apodera del lector cuanto constata que la palabra se afinca en su precariedad, su cercanía huidiza y su momentánea instantaneidad, harapienta en su destello, como un rayo caído en su fugaz estela cósmica. La poética o más bien habría que decir la poemática de lo oculto, de aquello que se vela y huye de lo evidente para brotar de lo inesperado ante los ojos del asombro del lector nace de…

Un camino ciego

Un recorrido de huesos desterrados

Un tejido de hilos inconclusos

De hendijas y caídas

En la piel del blanco

Nace una imposibilidad

Un ocultamiento

Una respiración.

La construcción del poema se enlentece, una ralentización sui generis va signando la emergencia del texto poético en las páginas de este libro que va naciendo al calor de su lectura. Cada poema nace mientras es leído en su munifica iridiscencia significativa, en su haz plurisémico o multisemántico.

Lo azaroso, mejor dicho lo azarístico, lo estocástico lo bellamente caótico se enseñorea de las páginas de este libro para solaz de quien tiene la fortuna de gozar de sus dones espirituales. Nada más hermoso que estos versos enigmáticos fraguados por el poder demiúrgico del escriba:

En el resplandor del afuera

Las palabras

Callaron su azar


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