“Sienten que pueden aprovecharse de nosotros porque somos un pueblo pequeño. Lo que pasa por esas vías tiene más valor que las vidas de los residentes de esta comunidad”. Las palabras de este norteamericano demuestran la perspectiva de los residentes de East Palestine, Ohio, cuyos habitantes viven en un paisaje apocalíptico gracias al descarrilamiento de un tren que transportaba productos químicos tóxicos.

En cualquier sociedad funcional, el accidente de un enorme tren de 150 vagones y la aparición de una nube negra que amenaza a miles de ciudadanos estadounidenses provocaría una respuesta inmediata e integral tanto de los funcionarios gubernamentales como de las empresas ferroviarias responsables. En los Estados Unidos de Joe Biden, la gente de East Palestine está luchando en medio de esta locura, con un secretario de Transporte ausente, con una Agencia de Protección Ambiental y representantes de la industria que no responden preguntas básicas.

Las consecuencias deben ser rápidas y severas. Solo este invierno, hemos visto desastre tras desastre en nuestro sistema de transporte nacional, desde la paralización de las aerolíneas comerciales en enero, a múltiples problemas en las pistas de los aeropuertos de todo el país, hasta el descarrilamiento en la afueras de East Palestine. Fue una oportunidad para que el secretario Buttigieg demostrara su capacidad para restablecer la seguridad y la protección en temas de movilidad. En cambio, se ríe de sus fracasos, culpa a la administración Trump y da discursos sobre el racismo en el transporte, cuando decide dar la cara. Eso es inaceptable. Si este secretario no hace su trabajo, el presidente Biden debería encontrar a alguien más que si lo haga.

Pero hay más en juego tras este devastador choque de tren que los burócratas incompetentes. Lo que está sucediendo en East Palestine apunta más allá del Departamento de Transporte a un problema más profundo y más amplio en nuestra nación: los efectos de una obsesión de décadas con la eficiencia económica.

Hubo un tiempo en que las corporaciones estadounidenses entendieron que su bienestar estaba ligado al del pueblo estadounidense. Sabían que sus intereses no podían divorciarse del interés nacional o de los intereses de las comunidades a las que servían sin que las cosas se descontrolaran. Lamentablemente, ese tiempo ahora es solo un recuerdo. Por años, las grandes corporaciones han estado abandonando el patriotismo corporativo por la teoría de la primacía de los accionistas y las ganancias a corto plazo.

Eso condujo a la deslocalización de la fabricación, lo que causó estragos en las ciudades industriales de todo el país y creó la dependencia a países extranjeros, incluyendo adversarios como China, para medicamentos vitales y más. La obsesión por las ganancias a corto plazo también creó una gestión de inventario que produjo una escasez nacional cuando la pandemia deshizo las cadenas de suministro a nivel mundial. Durante los buenos tiempos, la entrega de mercancías sin margen de error funcionó muy bien. Sin embargo, durante los malos tiempos, nuestra falta de resiliencia resultó desastrosa.

Ninguna industria escapó a las exigencias de la globalización y de Wall Street. En la industria ferroviaria, provocaron la difusión del ferrocarril programado con precisión, o PSR, mediante el cual las empresas reducen los costos operativos al depender de un menor número de empleados para los trenes. El PSR aumentó las ganancias para los accionistas, pero ha llevado al abuso de los trabajadores ferroviarios, que se ven obligados a trabajar muchas horas sin permiso y enfrentan represalias por llamar para ausentarse por enfermedad, las quejas que provocaron la debacle de la huelga en ese gremio el año pasado. El PSR también ha hecho que nuestras redes ferroviarias sean más frágiles y propensas a accidentes.

Estados Unidos comenzó a darse cuenta de este problema a finales del año pasado. En ese entonces advertí que el sistema tenía fallas peligrosas, y ahora estamos viendo las consecuencias de esas fallas. ¿Hay alguna sorpresa que el tren que se descarriló en las afueras de East Palestine posiblemente estuviera sobrecargado y fuera operado por solo tres empleados?

Esto es lo que sucede cuando los trabajadores se convierten en elementos de una hoja de cálculo y un pequeño pueblo se convierte en nada más que un punto en un mapa en un mar de consumidores. La Administración Biden y Norfolk Southern Railway deben hacer lo correcto por el pueblo de East Palestine, y es hora que los legisladores hagan lo correcto por el pueblo estadounidense.

Por décadas, nuestras políticas priorizaron la eficiencia sobre la resiliencia y premiaron el globalismo en vez del patriotismo. Eso tiene que cambiar. No podemos permitirnos convertirnos en un país que valore las ventas más que la vida de nuestros propios ciudadanos y la salud de nuestras comunidades. Si lo hacemos, seguramente seguirán ocurriendo más desastres.

Artículo publicado en Diario Las Américas


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