La magnitud de los desplazamientos humanos forzados y la precariedad de las condiciones en que se producen es de tal gravedad y complejidad, que la historia mundial de estos años bien podría escribirse desde esa perspectiva. Es una historia que se teje dramáticamente sobre las motivaciones, las trayectorias y los destinos de quienes salen de su país en condiciones de precariedad extrema, obligados a desplazarse para sobrevivir, huyendo de desastres naturales o conflictos, terrorismo, violaciones de derechos humanos, persecución. En ese conjunto, la historia venezolana puede irse escribiendo desde el perfil de un país que, tras haber sido fundamentalmente receptor de inmigrantes, se ha convertido en un país de emigración en gran escala.

Es difícil borrar de la memoria las noticias e imágenes de lo que va de siglo XXI. La oleada de migrantes procedentes de países del Medio Oriente, África, los Balcanes y Asia Meridional destaca por su magnitud y duración. También porque puso a prueba la capacidad de respuesta de la Unión Europea y dejó a la vista la tensión entre los impulsos de acoger y rechazar. En conjunto, en medio de grandes desacuerdos, tendió a prevalecer la solidaridad, la búsqueda de soluciones nacionales y la concertación de acuerdos institucionales, la combinación de precauciones de seguridad y de iniciativas de humanidad. No faltaron dentro de varios países, actores políticos y gobiernos nacionales las actitudes de rechazo y xenofobia. Mucho ayudó el contrapeso alemán, desde la posición y actitud de apertura de la canciller Ángela Merkel, también la posición de partidos y organizaciones que, sin despreciar la evaluación cuidadosa, actuaron con sentido de responsabilidad en la acción y de previsión de las consecuencias de la omisión.

Otras historias que no solían ser tan recordadas ni conocidas, salvo por las organizaciones internacionales y no gubernamentales que las han atendido en el terreno, cada vez lo son más: porque geopolíticamente son interesantes o porque organizaciones y medios las atienden y visibilizan. Se trata del movimiento de los migrantes que se mueven de un país a otro en África (República Centroafricana, Burundi, los países del Sahel –Chad, Burkina Faso, Níger, Mali y Mauritania–Yemen, Sudán del Sur, Nigeria, la República Democrática del Congo y Tigray en Etiopía), que al lado de las de mayor impacto – en el Medio Oriente (Siria), Eurasia (Afganistán) y Asia (los rohingya, perseguidos en Myanmar, que huyeron a Bangladesh)– están hoy incluidas por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados en su sección de emergencias.

En esa lista también aparece el continente americano, con Centroamérica, Haití en nueva oleada y muy especialmente, Venezuela, como generadores de migración de personas en condiciones de extrema precariedad. Abundan las imágenes de los vulnerables caminantes, de las difíciles condiciones de sus recorridos de miles de kilómetros y de su accidentada llegada y permanencia.

Sobre las penurias del tránsito y llegada al norte son muchos los datos para el relato, como  el de los cerca de 19.000 niños expuestos en el cruce la selva del Darién en lo que va de 2021,  la noticia sobre el contenedor con 126 migrantes de Haití, Nepal y Ghana abandonado por los llamados “coyotes” en una carretera guatemalteca, la información sobre el número sin precedente de detenidos (1,7 millones) por autoridades estadounidenses en la frontera con México, o sobre los deportados a Haití en medio de su enorme caos.

Desde otro ángulo, el atractivo de Estados Unidos como destino –para mexicanos, centroamericanos, haitianos, venezolanos y  migrantes de países de África, entre los que mayor presión fronteriza generan– supone también una responsabilidad. Esta, por supuesto, comienza por la que debe a su propia sociedad; también, por humanidad y conveniencia, hacia los migrantes, hacia los países de tránsito y ante las condiciones que en los países de origen provocan migraciones tan significativas. También es cierto que esos países, los de origen y tránsito, sus gobiernos y sociedades, tienen responsabilidades fundamentales. Esto parece olvidado en casi toda Latinoamérica.

En referencia expresa al caso venezolano, se ha materializado muy poco de las propuestas y compromisos conocidos como Proceso de Quito, un marco de referencia acordado a fines de 2018, de muy limitada aplicación en medio de cambios de gobiernos y prioridades en la región, del contexto de protestas sociales, elecciones presidenciales y legislativas y bajo los efectos y consecuencias de la pandemia y la recesión económica. De hace veinticinco años es otro acuerdo similar al de Quito en su propósito y materialización: el llamado Proceso de Puebla, centrado en la cuenca del Caribe.  Gobiernos y organizaciones internacionales han convocado dos Conferencias Internacionales de Donantes para el caso de los migrantes venezolanos, pero lo prometido no fue suficiente ni se materializó del todo. Ahora, en medio de la reciente visita del secretario de Estado Antony Blinken a Bogotá tuvo lugar una Conferencia Ministerial sobre Migración en la que quedó claro lo mucho que falta por hacer frente al movimiento incesante de personas en condiciones cada vez más precarias. Allí, no por casualidad de modo muy preciso en el mensaje del presidente Duque, quedaron recogidas tres urgencias referidas expresamente a la migración de venezolanos y haitianos: actuar sobre las causas fundamentales de la migración, practicar la solidaridad y asumir responsabilidades y compromisos compartidos sobre las condiciones de origen, tránsito y llegada al país de destino.

En el lado más brillante del relato, merecedor de más atención, están las organizaciones internacionales que perseveran en el escrutinio y la solicitud de fondos para atender la emergencia, los medios y organizaciones no gubernamentales que investigan, informan y denuncian oportuna y verazmente  y, no menos importante, organizaciones sociales como las descritas en un reciente informe que trabajan en los más importantes países de acogida y tránsito de migrantes venezolanos en Suramérica, denuncian abusos, hacen propuestas y promueven la atención a sus derechos y necesidades.

En el lado más turbio de la historia no solo están los traficantes y sus engaños, los naufragios, los niños que viajan solos, los asaltantes del camino, los rechazos y agresiones en países de paso y destino. Están también los gobiernos que por acción u omisión cultivan las condiciones que provocan la salida de sus nacionales, desconocen sus derechos e instrumentalizan políticamente la diáspora. Cerrar recordando este lado oscuro también ayuda a recordar que la atención integral a los migrantes obligados se refiere también a ocuparse de las causas fundamentales de su huida.

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