Siempre son posibles, aunque la dolorosa experiencia indique lo contrario. La tragedia nacional del siglo XXI no sólo no ha concluido, sino que la hegemonía causante se ufana de que continuará imperando por las malas y las peores.

Algunos sostienen que la presión internacional no lo permitirá. Con todo respeto, pero no creo en la presión internacional. Al menos no en el caso que nos ocupa.

Otros plantean que se despeja la ruta electoral. Ojalá y así fuera, pero ello no es congruente con un despotismo dispuesto a todo.

Lo que sí debe dar esperanza es el rechazo social debidamente encauzado por los amplios caminos de la Constitución.

Ya no hay ausencia de liderazgo opositor, efectivo y comprometido. Eso es una razón de aliento.

Ese liderazgo tiene un desafío al que la palabra histórico no le queda grande: abrir la senda del cambio de raíz que nos permita ver los nuevos horizontes. Y hacerlos realidad.


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