La información llegó a los medios de comunicación el pasado 18 de febrero a través de Bloomberg, una compañía estadounidense de asesoría financiera, software y servicio mundial de noticias, entre otras actividades. La titulación fue precisa: “Venezuela imprimirá 300 millones de billetes en Rusia”. Y el contenido de la nota se limitó a informar lo necesario después de que Bloomberg obtuvo una copia del contrato suscrito entre la compañía que imprime los billetes (Goznak) y el Banco Central de Venezuela.

Según el acuerdo firmado, los billetes tendrán denominaciones que van de 10.000 a 50.000 bolívares. Al día de hoy, nada han dicho las autoridades del BCV sobre la operación. Pero para desgracia de ellos, hay silencios que son ensordecedores y dicen más que mil palabras. Empecemos entonces por el comienzo para que los lectores entiendan la gravedad y absurdo de esa contratación.

El proyecto de construir la Casa de la Moneda de Venezuela se inició el 1 de marzo de 1983. Originalmente la edificación se levantaría en lo que es hoy la plaza Juan Pedro López, ubicada entre las instalaciones del Ministerio de Educación y el edificio donde funciona el Banco Central de Venezuela. Un primer estudio de viabilidad se realizó a mediados de 1984 y otro en mayo de 1987, concluyéndose que el proyecto generaría un importante ahorro en divisas durante su vida útil, además de transformar el estatus de importador de billetes de nuestro país por el de productor de los mismos.

En el mes de mayo de 1989, el directorio del BCV tomó la decisión de que el proyecto se ejecutara fuera del casco urbano de la ciudad, lo cual implicó la ampliación de las dimensiones de la edificación. Un terreno, propiedad de las Fuerzas Armadas, de 425.000 m2, ubicado en la antigua Hacienda San Jacinto, en el Distrito Girardot del estado Aragua, fue al final seleccionado para construir la Casa de la Moneda. La adquisición del mismo se concretó en 1990, procediéndose a la reformulación y ampliación del proyecto de construcción. Igualmente se procedió a realizar un nuevo estudio de viabilidad en el que se pusieron en evidencia resultados financieros muy favorables: se estimó la tasa interna de retorno en 18,11% y un ahorro de 369.000.000 de dólares

Nuestra Casa de la Moneda comenzó a operar en 1999. Por años las monedas y billetes venezolanos fueron hechos en Venezuela, con un personal de alto nivel que hoy se ha desperdigado por todo el globo terráqueo a consecuencia de los bajos salarios. Como resultado de eso y una mano de obra mucho más barata a consecuencia de la inflación, los jerarcas revolucionarios se percataron de que el proyecto generaba mayores ahorros en divisas. De inmediato se le prendieron los bombillos de la maldad: si la fabricación de nuestros billetes y monedas se realizaban “por razones de urgencia” en fábricas extranjeras se podían obtener algunos “beneficios revolucionarios”. Dicho y hecho. A nuestra maravillosa y bien dotada fábrica solo le dejaron la producción de algunos bagazos.

No ha habido ni una sola figura roja rojita que nos explique cómo es que -dada la revolucionaria hermandad que hay entre el zar Vladimir Putin y el conductor Nicolás Maduro- los “socios” rusos no nos venden el papel y las tintas de seguridad a un precio solidario, a objeto de que nuestros talleres de Maracay produzcan a un menor costo los billetes de baja calidad que ahora se fabricarán en Rusia. En vista de tan dramático inconveniente solo queda la vacua alternativa de manifestar nuestra preocupación al detective inglés Sherlock Holmes o a su ilustre creador, el escritor británico Arthur Conan Doyle.


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