Venezuela es uno de los países de América Latina que más pobreza y división clasista ha acumulado en los últimos años y que en la actualidad sufre la mayor polarización sociopolítica desde la desintegración de los movimientos guerrilleros de los turbulentos años sesenta. Para muchos analistas en materia política Chávez es el producto, no la causa. El comandante emergió como el gran redentor para los pobres, lo tuvo todo con el poder político en sus manos. No obstante, en el año 2007, el presidente Hugo Chávez hizo un intento mayor para profundizar, consolidar y radicalizar su “revolución bolivariana”. Al mismo tiempo, surgieron nuevos actores políticos de oposición democrática (los estudiantes como movimiento sociopolítico) y produjeron la primera derrota electoral a Chávez en nueve años. En el campo económico, el gobierno se empeñó a continuar políticas económicas intervencionistas que, paradójicamente, han producido escasez e inflación en un contexto de continuo boom petrolero. Esto es parte de una historia ya conocida.

En este país, la polarización política parte el panorama en dos bandos bien definidos el chavismo-madurismo, cuyo partido es el PSUV; y la oposición, unida fundamentalmente en la MUD. El partido de Gobierno (PSUV) en este momento está fortalecido por el resultado electoral de 21 de noviembre, salió victorioso y cuenta con la mayoría de alcaldías y gobernaciones del país. El PSUV se ha mantenido articulado en torno al chavismo, con ciertas críticas a lo interno, pero siempre asumiendo la defensa del gobierno de Maduro; han intentado continuar tejiendo propuestas de transformación en el marco de la crisis política y económica. Son estratégicos y tácticos los consejos comunales, comunas y diversas organizaciones originadas en el chavismo-madurismo están actualmente en un momento de reflujo, y aunque algunas se mantienen “fuertes”, otras están reconfiguradas en espacios de organización para disminuir la crisis económica y política.

Sin embargo, la mayoría de la gente en la calle a diario se pregunta de manera angustiada, con todas las crisis que vivimos, ¿qué va a pasar en este país?… Dios, ¿cuándo llegará el cambio?… Mi Dios, ¿hasta cuándo Maduro?… Lamentablemente, las respuestas no se pueden dar sin hacer primero un análisis profundo de los errores políticos y socio-históricos del pasado y el presente. Si algo tiene significación real en Venezuela son los dilemas en sus diferentes dimensiones. El desconcierto y la duda germinan a cada momento y con mucha fuerza entre los millones de ciudadanos. No obstante, ser un dilemático no necesariamente es gravitar en la desesperanza, tarde o temprano llegará el cambio, lo malo no puede durar para siempre. Palabras bíblicas: “Es justo y necesario” recurrir a la historia, según la cual en la era posguerra fría hubo una reunión secreta entre el líder sindical y ex presidente de la Polonia poscomunista, Lech Walesa, y el papa Juan Pablo II. El sumo pontífice le dijo al premio Nobel de la Paz: “Hijo, te prohíbo tres cosas: que mates, que odies y que pierdas la esperanza», todo el mundo ya sabe el resto del cuento.

Es evidente que existe un divorcio en una sociedad que, hace no mucho, llenaba las calles, se movía por la política y hablaba de ella casi a diario. Una separación que ha transcurrido por la vía la decepción y el desencanto hasta llevar a casi 30 millones al desinterés casi absoluto por la política. Son 23 años con una polarización extrema, en los que el chavista no migraba de preferencia tan fácilmente, ahora la mayoría piensa seriamente en un cambio de gobierno ya. Que Maduro haya frenado por momento algunas complicaciones de enfrentamientos sociales no implica que haya resuelto la crisis estructural económica y le dé esperanza de continuar para siempre en el poder central, así como la debilidad estratégica en el marco de la decadencia de su capital político electoral, nudo crítico para aceptar nuevas elecciones competitivas. La oposición con posturas contradictorias, en sus acciones revela ausencias de estrategias para lograr los objetivos que logren el cambio.

En este momento histórico, Nicolás Maduro y Juan Guaidó, según nuestros datos cuantitativos, están prácticamente empatados en términos de aprobación popular, el mandatario con 16% y el opositor con 18%, lo que se considera absolutamente insólito si miramos la crisis económica. Nuestros estudios muestran que no hay nadie que despunte dentro del tema del liderazgo, lo cual es, por un lado, terriblemente negativo y, por otro lado, un campo de cultivo fértil para surgimiento de los nuevos actores políticos.

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