símbolos históricos de Caracas
Foto: Concejo Municipal de Caracas

El Concejo Municipal de Libertador abrió una convocatoria para cambiar los símbolos de Caracas; nuevo himno, nueva bandera y nuevo escudo. Al escribir esta nota se informa que ya ha sido presentado en una ceremonia escuálida, encabezada por la alcaldesa Carmen Meléndez, quien de manera descarada ha dicho que el proyecto ha sido presentado a consideración de 700.000 personas. De ese debate nadie tuvo conocimiento, así que suponemos que, como de costumbre, es una mentira.

Un indígena, que bien pudiera ser cualquiera, desde Guaicaipuro hasta Toro, el amigo del Llanero Solitario; una afrodescendiente y por supuesto Simón Bolívar, todos mirando a la izquierda, buscando en ese terreno alguna voz, alguna esperanza, pero el indígena sigue desnudo, la afrodescendiente igual, y se salva Bolívar, quien recuperó, por lo menos, su nariz perfilada y aguileña, características faciales que lo alejan del Bolívar de raíz africana con la que le reconstruyeron el rostro para hacerlo parecido a Chávez.

El escudo termina con fechas que pretenden ser constitutivas de la historia del país o en todo caso de Caracas, pasándose por el forro el resto de una historia que contó con momentos fundacionales tan o más importantes, especialmente más que los años 1989 y 2002 que en lugar de ser momentos constructivos de país son deconstructivos.

El escudo termina con una estrella roja de lo más maoísta.

Supongamos que la responsable de semejante sancocho ha sido Carmen Meléndez. Pero hay un gran problema. Trataré de explicarme, con el perdón de ustedes por el sesgo sociológico, pero no tengo de otra.

Hasta 2012, quizás un año antes, cuando Chávez estaba vivo, aunque ya daba señas de que no estaba coleando, él con su enorme capacidad comunicativa y performativa proveía relatos que se convertían en cosas asumidas por la gente, ya no con el furor de los primeros años (2003 a 2011), pero aún con amplio consentimiento, que terminaban por generar procesos de identificación de esos sectores con el proyecto chavista que se consolidaba como dominante.

Chávez había impuesto determinadas representaciones sociales dirigidas a sostener el orden sociopolítico que, con él a la cabeza, se imponía en la sociedad venezolana con una impronta inequívocamente autoritaria.

Así que el locutor autorizado Chávez impuso una jerga que el venezolano aguas abajo empezó a incorporar a su habla, cambió la lógica política por la lógica de la guerra con su correspondiente lenguaje militar e impuso la eliminación de una enorme porción del pasado reciente venezolano (1958- 1999) recuperado solo para despojarlo de toda visión positiva, y nos retrotrajo al pasado más lejano (1810- 1830, incluso incorporó al presente actual la lejana etapa precolombina).

Hay que reconocer, querámoslo o no, que Chávez tenía lo que podemos llamar “magia performativa” (Bourdieu), pues su discurso no solo era comprendido por los que Chávez interpelaba como “el pueblo”, sino que al mismo tiempo era reconocido y este reconocimiento le permitió imponer su particular visión de las cosas y del mundo.

Pero una vez muerto Chávez, la eficacia de la narrativa chavista pierde legitimidad, es decir, deja de ser reconocido y la situación de autoridad que se creó con Chávez se diluye y los gobernados, aun los chavistas, dejan de reconocerlo como legítimo. Quiero decir con ello que las razones esgrimidas por el chavismo madurismo dejan de ser las razones de la gente que antes aceptaba cualquier cosa hablada desde la cabeza de la “revolución”.

La cuestión es que ahora se adolece de la situación autorizada del pasado y los proponentes carecen de la legitimidad, es decir, del reconocimiento por parte de los gobernados. No tiene el chavismo un locutor con autoridad hoy. Alguien puede aducir que Maduro, Diosdado o los hermanos Rodríguez son hoy los locutores autorizados del chavismo, pero ellos, aun cuando están estructuralmente al frente de los órganos de poder autoritario, carecen de poder performativo, es decir, no tienen la capacidad de hacer cosas, materializar hechos, mediante sus palabras.

Cuando el poder habla, digo de los cuatro mencionados o cualquier otro que en ciertas circunstancias se erija como pretendiente locutor, con presunciones de autoridad, la gente piensa automáticamente que el poder los esta “cobeando” o que lo que está proponiendo no lo reconoce como legítimo o como algo que pueda ser compartido por todos.

Eso ha pasado con la propuesta de la nueva simbología para la ciudad de Caracas. Es posible que se imponga a espaldas del habitante de la ciudad, pero este seguirá teniendo por referencia simbólica los viejos iconos, así como el Ávila sigue siendo llamado cerro Ávila y no Waraira Repano, los Leones del Caracas siguen siendo los Leones del Caracas y no los Apacuana del Caracas.

Y es que después de todo ¿quién reconoce a Carmen Meléndez como líder de los venezolanos?

 


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