Tiempos crispados y de angustiosa incertidumbre han transcurrido desde que se anunció la rauda e inexorable propagación de una nueva enfermedad de alcance mundial, al parecer originaria en mercados populares de animales vivos en Wuhan, capital de la provincia de Hubei en la República Popular China; a la fecha de hoy no existe evidencia alguna que sugiera un origen desvinculado de sus límites territoriales. Numerosos países se sumaron sin mayores reservas a las medidas de confinamiento desdobladas en parálisis repentina de la actividad humana, desencadenando con ello consecuencias económicas, sociales y políticas de mayor o menor impacto. Varios meses después se conoce mejor el asunto del virus y se dan pasos firmes hacia la obtención de una vacuna que permitiría razonablemente controlar su propagación, aunque todavía queda mucho terreno por andar en tal sentido.

La recesión estadounidense alcanza 32,9% al término del segundo trimestre del año en curso, cifra que advierte una caída del producto cuatro veces mayor que aquella registrada a finales de 2008 –el pico de la crisis subprime–. Se ha combinado un grave riesgo de salud pública con el cierre preventivo de negocios y comercios en prácticamente todas las áreas de actividad, poniendo fin al período de expansión económica más prolongado que se conoce en la historia norteamericana. No se trata pues de un desplome ordinario –un simple cierre de ciclo–, ha sido ante todo consecuencia de medidas de aislamiento qué entre otros efectos, elevan la cifra de desempleo a treinta millones de personas cesantes en sus puestos de trabajo. Algunos analistas anticipan una lenta recuperación dado el orden de magnitudes, en tanto que otros han sido marcadamente optimistas, sugiriendo un apresurado repunte luego del descenso tan pronunciado que hemos observado. No han faltado quienes pronostican una recaída en la ocupación después de los recientes registros de mayores contagios, tema discutible para ciertos epidemiólogos que no observan solución de continuidad desde el momento en que se hicieron los primeros anuncios a finales de 2019 –afirman que no ha habido tal cosa como oleadas sucesivas de contagio–.

Por su parte, la eurozona inscribe una contracción de 12,1% provocada por la paralización de la actividad empresarial y en buena medida del consumo; para los analistas, se trata de la peor caída registrada en su historia. España –que ha padecido sobre todo en los últimos meses una impresionante destrucción de empleos temporales– muestra datos alarmantes ante el desvanecimiento de su importante industria turística, mientras ninguna de las 27 naciones que integran la Unión Europea escapa enteramente a las severas consecuencias del cierre de actividades que ha tenido lugar desde marzo del corriente. Regresar a los niveles previos a la declaratoria de pandemia pasaría por una prolongada y quizás vacilante recuperación que muchos no contemplan antes de 2022.

El sistema Asia-Pacífico vive igualmente los embates de la crisis que venimos comentando. La economía japonesa registró una caída del 7,8% del producto, probablemente su mayor quebranto en más de seis décadas. Con una pérdida de 18,5% en sus exportaciones y el desplome del consumo en los hogares, no será fácil para Japón retornar rápidamente a los niveles alcanzados en ejercicios anteriores. Hong Kong también cayó en recesión al término del segundo trimestre del año en curso, mientras todavía acentúa las exigencias de distanciamiento social. Singapur ha pronosticado a su vez una recesión aún más profunda de la esperada, para lo cual ha anunciado nuevas medidas económicas de estímulo a la actividad. Y en el caso de China –la economía que representa cuando menos un tercio de la industria manufacturera a nivel mundial, también es la mayor exportadora–, las décadas de crecimiento en porcentajes de dos dígitos, parecen haber llegado a su fin. Naturalmente, la transformación de su modelo económico y la guerra comercial con los Estados Unidos, tendrán su influjo en las perspectivas futuras del gigante asiático.

El caso latinoamericano no es menos crítico, en la medida que viene enfrentando la embestida de la pandemia desde una posición de gran vulnerabilidad. La Cepal prevé una apreciable caída en los precios de las materias primas aunada al menoscabo de los mercados internacionales, acortándose con ello los niveles de ingreso de las economías dependientes de sus exportaciones. Como corolario aumentará el desempleo y la pobreza generalizada, agrandando los extremos de desigualdad en la región –problema de suyo estructural, como suele apuntarse–.

No vamos a detenernos en el contenido y desarrollo de las medidas anticíclicas que han venido adoptando los bancos centrales y los gobiernos en las regiones previamente referidas, tema que en su momento abordamos en este mismo espacio. Enfatizamos la novedad del suceso extendido a lo largo y ancho de nuestro mundo contemporáneo, el toque de campana que significa para los centros de poder político y económico llamados a revisar modelos, actitudes y posturas frente a temas de singular importancia y actualidad –la desigualdad y el cambio climático, para mencionar solo dos de ellos–. Y no caemos en el simplismo de acusar el supuesto sinsentido de la globalización –la exorbitante movilidad de las personas, como el tránsito de bienes de consumo son realidades inexorables de los nuevos tiempos–; tampoco derivamos en la confrontación de dogmas de la ortodoxia liberal con prédicas populistas de la extrema izquierda.

No hay tal cosa como el mayor daño causado por la pandemia en países que siguen corrientes de pensamiento liberal, aquellos que aplican normas de necesaria austeridad en la gestión fiscal, que auspician un régimen laboral que viabiliza el movimiento empresarial –mejorar los términos de intercambio de los trabajadores no es ni será nunca sustentable a costa de las empresas–. De la crisis de salud pública que atraviesa la humanidad saldrán cuestionamientos impertinentes desde ambos extremos del pensamiento y la acción –aunque debemos aclarar que la pandemia y sus consecuencias inmediatas no se resolverán en el terreno ideológico–. Aparecerán igualmente análisis y planteamientos sensatos llamados a prevalecer en beneficio de todos; revisar modelos de desarrollo económico que atiendan debidamente los desafíos del cambio climático y de la pobreza, tanto como mejorar el desenvolvimiento de las democracias y de las organizaciones internacionales encargadas de sostener equilibrios entre países y áreas de influencia, es tarea fundamental en lo inmediato.

Por lo pronto, sabemos que la pérdida de empleos y la caída del ingreso familiar, aunadas con la incertidumbre del momento, inciden negativamente sobre el consumo y la inversión. Después de la crisis, como ha dicho Christine Lagarde, el mapa económico global será diferente, alegando que ya antes del brote de la pandemia, había importantes divergencias en las economías de Europa; un riesgo que persiste y por lo cual considera prioritario apoyar a los países más afectados –España entre ellos–, asegurando que las inversiones se ejecuten en sectores que ya venían siendo objeto de revisión y reforma.

Para concluir quisiéramos resaltar la importancia de alcanzar una mayor competitividad entre los agentes económicos en el plano interno y en la escala global. Asegurar condiciones adecuadas de intercambio comercial que se traduzcan en mayores niveles de rentabilidad, es el camino para las mejoras de ingreso de los trabajadores y desde allí al bienestar de la sociedad en su conjunto –no esas fallidas políticas laborales que estrangulan a las empresas–. Es la manera de lograr crecimiento económico sostenido en el largo plazo, apoyado en el uso apropiado de los recursos y en las necesarias garantías que deben confirmarse en beneficio de los empresarios –i.e. derecho de propiedad y seguridad jurídica–. Se trata de abrir una nueva vertiente deslastrada de ideologías que auspician la rivalidad estéril entre lo público y lo privado, para lo cual es preciso conminar las exequias del Estado promotor, empresario y benefactor que tanto valor y tantas oportunidades ha destruido en la Venezuela de nuestro tiempo y en países que sucumbieron a las tentaciones del populismo extremo.


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