El Fondo Monetario Internacional considera que si los hogares chinos mantuvieran una inclinación al consumo similar a la de los hogares del Brasil, la demanda internadel paíssería el doble de la actual. Ello es así porque el gran coloso de Asia mantiene dentro de sus fronteras una disposición al ahorro como porcentaje del Producto Interno Brutomucho más pronunciada que la del promedio de países que conforman la OCDE: 44% en China contra 22,5% en los restantes. Para mayor precisión, esto es más del doble de España, Francia y Gran Bretaña.

El ciudadano chino no gasta porque experimenta una desconfianza enorme del sistema social que lo ampara. Ahorra para disponer de liquidez para hacer frente a los estudios de los hijos, a su propio alojamiento, para eventuales inconvenientes de salud y para disponer de medios suficientes para tener una vejez digna. La consecuencia de ello es que cualquier estímulo al gasto que provenga de fuentes oficiales no incrementa su inclinación a consumir.

Un interesante trabajo el Financial Times de hace unos dos meses vaticinaba que de no instaurar una estrategia acelerada para que sea el gasto interno el elemento de sustento del crecimiento de la economía, el futuro de la prosperidad en China presenta serios nubarrones. La realidad es que este año 2022 configura la primera ocasión en la que el crecimiento de su economía se ha rezagado por detrás de los restantes países de su región.

El frenazo ocasionado por la contaminación masiva de COVID que ha sido el corolario del fin de la estrategia COVID 0 de Xi, no hace sino agregar complejidad a este supuesto. Otro factor que afectará su crecimiento es la recesión mundial ocasionada por fenómenos asociados a la guerra de Rusia contra Ucrania. No hay sino que observar cómo el precio de las viviendas nuevas en el año que acaba de terminar se desplomó 30% con respecto al año anterior para entender la ansiedad del consumidor. Y tener presente que el sector inmobiliario cuenta por una cuarta parte del PIB chino.

En efecto, el afianzamiento de la noción de propiedad privada estuvo en el ideario chino como motor del crecimiento de los últimos años. 700 millones de chinos disponían de una propiedad para el año 2018 cuando solo 3 ciudadanos de cada 100 contaban con morada propia al iniciarse el siglo.

Así que es prioritario para el tercer mandato de Xi Jinping poner a la propiedad privada, al individualismo, como pivotes de una sociedad aspiracional. Para motivar al ciudadano al consumo, una muy sólida red de sostén y beneficios sociales para las familias debe ser instaurada y ello conlleva a un conjunto de reformas estructurales difíciles de vender al Partido Comunista como nuevo modelo de desarrollo. Es que existe un fuerte rechazo entronizado dentro de la dirigencia política y miedo a que una red demasiado generosa con el ciudadano provoque el efecto opuesto de estimular un ciclo de poco esfuerzo individual y de holgazanería como ha ocurrido en numerosos países socialistas occidentales.

Le toca a Xi desenredar esa madeja y convencer a los suyos de las bondades de un esquema de consumo que jalone al resto de las actividades para consolidar el crecimiento.

Más difícil que ello, le toca ponerlo en práctica.


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