No hemos sido consecuentes con nuestros próceres civiles. Los conocemos poco, los estudiamos menos, algunos son prácticamente olvidados. En todas las épocas de nuestra historia republicana hemos tenido próceres civiles, todos ellos valiosos y de desempeño relevante y hasta decisivo en las más variadas áreas en que desarrollan su actividad los seres humanos. En estas líneas solo prestaré mi atención en los próceres civiles que contribuyeron a la independencia y a los que sentaron las bases de la nueva república, una vez decidimos iniciar nuestro propio rumbo al separarnos de Colombia el año 1830. Cierto que el estudio de esas dos “generaciones” de nuestros próceres civiles, tanto los que se definen a partir del año 1810, como los que se definen a partir del año 1830, han recibido paulatinamente la atención rigurosa de la historiografía patria, en centros académicos fundamentalmente universitarios. Su labor ha sido loable en todos los sentidos, al darle brillo y pertinencia a los próceres civiles tanto en la construcción como en el desenvolvimiento como nación. Lo que deseo con estas líneas es fortalecer su importancia, la necesidad de revisar su relevancia en el devenir nacional, pues con ello el logro sería inmenso: nada más y nada menos que el fortalecimiento de nuestra identidad nacional, de nuestra civilidad, el rescate de la ciudadanía y las virtudes que en concepto están imbricadas. Ello no solo es necesario sino igualmente urgente. El proceso de destrucción nacional que se ha producido en estos últimos cuatro lustros en la desgraciada nación que es hoy Venezuela, es de tal magnitud que el esfuerzo de recuperación no es únicamente material sino también espiritual, y dentro de este último concepto el rescate de nociones clave como son los casos de la república, la independencia nacional, la democracia, los derechos humanos, el imperio de la ley y la ética pública.

Lo espiritual es tan importante, sin negar en absoluto la recuperación material ante tan vasta destrucción, pues la corrupción de las costumbres, la  grave violación de los derechos humanos, el gobierno despótico, el desprecio de la Constitución y la ley, la corrupción política y administrativa, la desnacionalización, la fractura del monopolio legítimo del poder y la destrucción  del estado, constituyen hoy realidades tan graves que nos obligan a pensar y repensar, y por ende aprender y valorar en su justa medida, el legado de aquellos hombres, que asumiendo todos los sacrificios imaginables, se propusieron la ingente tarea de dotar de civilidad, orden, coherencia, en fin de institucionalidad, a la nueva nación llamada Venezuela.

En suma, el desafío es una labor principalmente de pedagogía política, pues su objetivo es “empapar” al común de nuestros compatriotas de la significación de rescatar ese acervo, tanto en lo espiritual como también en lo material, que nos legaron nuestros próceres civiles, en la obligatoria tarea de reconstrucción nacional que la patria hoy nos demanda. Se trata de una tarea de formación moral y cívica que debe internalizarse tanto en la educación de los niños y adolescentes, como también en las instituciones académicas civiles como militares, para que sabiamente concebida e implementada se convierta en  una tarea prioritaria de la nueva gobernabilidad democrática, y así contribuya tanto a dotarnos como de fortalecernos con los anticuerpos que dificulten que una etapa negra como la actual nunca más vuelva a regresar.

 

 


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