Pobreza
Foto Archivo

Cuentan quienes tienen más de cuarenta años que Venezuela era un país de gente cándida y amable. A pesar de las diferencias sociales, políticas o religiosas, la gente se trataba con respeto. Muchos emigrantes que vinieron a Venezuela se impresionaron por lo acogedora, lo amable y alegre que era la generalidad de nuestros compatriotas. Por razones que no vienen al caso, se puede afirmar con certeza que ese ambiente cordial y afable se ha perdido en los últimos treinta años, degenerando en una atmósfera actual que es todo lo contrario.

La Venezuela bicentenaria es un país altamente dividido y fraccionado en todos los ámbitos y segmentos posibles. Pereciera que hoy lo único que nos une a los venezolanos es “la Vinotinto”. Sin embargo, el problema no es solo esa división sino hasta dónde puede repercutir esa separación. Familias divididas, amistades rotas, vecinos que no se hablan es el saldo de tres décadas de separación continua y constante, sobre todo en los últimos veinte años en donde la política ha tenido un papel determinante en esta masiva división nacional.

Ahora bien, este panorama es muy claro para gran parte de los individuos que habitamos este país, por tanto, las preguntas serían: ¿Cómo hacer para revertir esta situación? ¿Cómo volvernos a unir? ¿Cómo trazarnos objetivos comunes y dirigirnos como colectivo hacia ellos?

Para responder estas preguntas pienso que hay que priorizar y concentrarse en el mayor problema que tenemos los venezolanos, que es la pobreza. La realidad es que la humanidad ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza en los últimos cincuenta años. Sin embargo, en Venezuela lejos de sacar personas de la pobreza ha sucedido todo lo contrario. Hoy más de 85% de nuestra población vive en situación de pobreza. Nuestro gran objetivo común como país debe ser salir de ella. Ese gran objetivo debe unirnos. Ese objetivo debe estar por encima de cualquier barrera, diferencia o enemistad. Pongámonos de acuerdo para superar la pobreza. No solo es lo políticamente correcto, sino lo humanamente justo y necesario. Pero jamás lo haremos si seguimos en esta dinámica de canibalismo político, solo vamos a lograr seguir batiendo todos los récords de niveles de miseria.

La pobreza puede concebirse como consecuencia o como causa, tema sobre el que profundizaré en un próximo artículo. En este sentido, nuestro principal gran objetivo en los próximos veinte años debe ser superarla, es decir, que cada quien pueda vivir dignamente, sin depender del Estado. La pobreza no solo es mala para las personas que viven en esa condición, también nos perjudica a todos como colectivo, como país. La delincuencia, la mala educación, la ignorancia, la insalubridad, la miseria, la violencia, entre otros problemas, son productos de la pobreza; no solo material, sino espiritual.

Así, pues, la primera forma de abordar el problema de la pobreza es a nivel subjetivo, a nivel espiritual, a nivel de autoestima. En múltiples estudios se ha comprobado que la peor característica de la pobreza es la sensación de desprecio. Estoy seguro de que en los últimos treinta años muchos se han acostumbrado a ver a sus semejantes más desposeídos muy por arriba del hombro, pero también muchos se han sensibilizado y solidarizado. De tal forma que el primer paso que hay que dar no requiere ninguna inversión, lo que requiere es consciencia. Vamos a humanizarnos internamente. Vamos a solidarizarnos con los demás. Vamos a romper las barreras políticas, religiosas, culturales y económicas. Son las personas con más recursos los que deben dar ese primer paso, son ellos quienes deben tender esos puentes.

Obviamente el Estado desempeña un papel fundamental en este objetivo de superar la pobreza. El plan para lograrlo no puede ser dar bolsas de comida. Ni podemos seguir con la visión de quitarle al que tiene para empobrecerlo y dárselo a otro que no lo trabajó. El Estado debe garantizar un Estado de Derecho y debería concentrarse en generar igualdad de oportunidades. En crear un sistema educativo de calidad que garantice el acceso a una buena educación para los más humildes; crear un buen sistema de salud que garantice que la gente pueda tratarse y recuperarse luego de algún problema de salud; crear una red de infraestructura en servicios públicos, comunicaciones, transporte público para que un sector privado libre, fuerte, vigoroso, competitivo pueda dedicarse a producir bienes y servicios y con eso generar empleos de calidad. No hay que ponerse a inventar el agua tibia: Japón, Hong Kong, Taiwán, Singapur y muchos otros han logrado en pocas décadas auténticos milagros con la misma receta.

Para concluir, hay que decir que el cambio que reclama Venezuela no es solo un cambio político. El país necesita una transformación profunda, una evolución total. La única manera de empezar esa verdadera revolución que signifique evolución es a través de nosotros mismos. Desde acá los invitamos a contagiarse y contagiar a sus allegados de esta emoción renovadora. ¡A tender puentes con los más desposeídos! ¡Juntos como nación podemos superar la pobreza! ¡Comencemos a superar la pobreza!


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