La mamá de un buen amigo vive en Caracas en un apartamento muy bonito. El sitio tiene una vista privilegiada al cerro el Ávila, ahora rebautizado Waraira Repano para celebrar las victorias de los nativos locales contra los invasores extranjeros, según consta en los nuevos textos oficiales de historia patria.

Conversando hace poco con mi amigo, me contó que, tristemente, la vista al cerro solo durará hasta que construyan una gigantesca torre bolivariana justo enfrente de su edificio y que ya tiene casi una década en proyecto amenazante.

Encogiendo los hombros continuó diciéndome que su mamá no está preocupada en lo más mínimo, “esos tipos son unos ineptos, llevan ahí casi 10 años y solo hay un terreno pelado. Yo tengo casi 80 años y te garantizo que no voy a tener la suerte ver ese edificio durante mi vida”, le dijo con una sonrisa cómplice.

Como siempre, vivir en Venezuela requiere una combinación de la paciencia de Buda, la compasión del Dalai Lama y no voy a hablar de Sai Baba porque se rayó conmigo por estar bendiciendo al que te conté.

Volviendo al tema de la mamá de mi amigo y su apartamento, me recordó que, durante los remotos tiempos del petróleo por encima de 100 dólares por barril, el régimen prometía el cielo y el “mar de la felicidad”. “A Venezuela no la para nadie, miren el eje Orinoco-Apure”, gritaban a viva voz. Pero ya en aquel momento se comenzaba a sentir el deterioro de la infraestructura de nuestro país. El agua empezaba a faltar de vez en cuando y el condominio del edificio decidió racionar el preciado líquido. Cuando la situación se volvió incómoda, su mamá decidió montar un tanque de agua de 500 litros en el lavandero y listo, problema resuelto…

El tanquecito resultó ser una salvación y resolvió por unos pocos años hasta que el petróleo comenzó a bajar estrepitosamente. De un momento para otro, la escasez de agua se volvió aún más insoportable y el pequeño tanque común del edificio solo recibía el líquido una vez cada dos semanas. Lo que es peor, el agua venía tan sucia que casi destruyó la bomba de agua principal.

En la siguiente reunión de condominio todos gritaron y hasta lloraron de frustración. Unánimemente decidieron contratar una empresa especializada en sistemas de tanques a gran escala y con superfiltros para multiplicar el volumen de reservas y detener el barro y las piedras que venían con el agua. Mi amigo siguió contando amargamente que, como todo proyecto civil en nuestro país, la excavación de los nuevos tanques estuvo plagada de problemas, retrasos y por supuesto, sobrecostos. Terminar el dichoso sistema de agua tardó varios meses de privaciones, pero al fin estuvo listo y el problema del agua quedó resuelto…

Según veremos más adelante, la pava ciriaca que sufrimos no estaba satisfecha. Luego de unos pocos meses con grandes tanques de agua filtrada y electricidad ininterrumpida, las cosas fueron deteriorándose. El petróleo seguía bajando y los sospechosos habituales se robaron la plata que quedaba. De hecho, gracias a unos grandes boliempresarios, un país que exportaba energía barata a sus vecinos comenzó a sufrir una escasez de electricidad asfixiante. Para la mamá de mi amigo esto tenía una interpretación clara. “En Venezuela, todos los servicios son infames”, afirmó usando su adjetivo favorito. Pero el efecto práctico de la situación era todavía más grave. “Sin electricidad no hay bomba y sin bomba no hay agua…, por lo que la millonaria inversión en el nuevo sistema no sirvió para nada”, concluyó resignada.

El condominio se reunió de emergencia otra vez. Gritos iban y venían, pero la decisión de nuevo fue unánime: “Se aprueba la instalación de una planta eléctrica industrial que cubra las fallas del servicio eléctrico”. Los miembros del condominio pensaron que por fin tendrían todos los ángulos cubiertos. La lógica era ineludible, “la planta funciona con gasoil y aquí estamos en el petro país por excelencia, así que, con tanques, filtros y planta, los problemas tienen que quedar resueltos”.

Nadie nunca se imaginó la tormenta perfecta que nos venía. Años de corrupción y desidia destruyeron casi por completo la infraestructura de servicios del país y peor aún, nuestra gallina de los huevos de oro negro. Así que, la semana pasada pasó lo impensable en el edificio de nuestra historia. Después de pocos meses de disfrutar de agua y energía regular, se acabó el combustible de la planta. Sí, como lo oyen, en Venezuela ya no queda ni sombra de nuestra gasolina regalada, ni gasoil regalado, ni gas regalado. Por el contrario, las mafias habituales respaldadas por la destructiva y corrupta cúpula del poder imponen el precio de la gasolina a más de 5 dólares el litro, lo que la coloca entre las más caras del mundo. “Lo barato termina saliendo más caro”, regurgitó mi amigo.

Ya con tono triste, concluyó contándome que todos los vecinos del edificio andan desesperados buscando gasolina y gasoil regalado para no tener que pagar 50 dólares por un bidón de 10 litros. Afortunadamente, hay una estación de servicio oficial muy cerca del edificio, por lo que algún vecino ingenuo se fue a hacer la cola para llenar el tanque y, después de 16 horas, cuando llegó su turno se acabó la gasolina del #@! Así que tuvo que esperar 24 horas más que llegara el suministro. Su esposa e hijos fueron caminando a tratar de llevarle  comida y agua, pero unos guardias nacionales armados los mandaron de regreso al edificio por la cuarentena y además les decomisaron la comida…

Parece que ahora en Venezuela solo hay combustible para gobernantes, militares y policías; además de para aquellos que tengan la suerte de obtener un salvoconducto especial. A esos privilegiados les hacen una marca en el carro para poder saltarse las colas. Ya harto, mi amigo no quiso entrar en tema de los pleitos que se forman cuando llegan los coleados a las estaciones de servicio. ¡Juan Pablo Pérez Alfonso debe estar dando vueltas en su tumba!, gritó frustrado trancando la llamada.

Mientras el mundo sufre cambios profundos por la pandemia, los venezolanos disfrutamos de las grandes maravillas de la revolución bonita: casi sin poder salir de nuestras casas, racionando e hirviendo el agua sucia, esperando la poca y mala electricidad, y ahora, sin acceso a gasolina, ni gasoil, ni gas, ni nada. Peor aún, teniendo que pagar todos los insumos en dólares imperiales o en criptomonedas que no tienen nada de cripto ni de monedas… Por suerte, hace unas pocas semanas, el régimen pudo mandar a La Habana varios barcos tanqueros llenitos de combustible, no vaya a ser que el subcomandante se arreche con el que te conté.


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