Para nadie es un secreto la creciente influencia de China y Rusia en toda Latinoamérica. China, enfocada en sus intereses económicos y comerciales, se asegura el suministro de materia prima y mercados para sus productos. Rusia, enfilada en la procura militar, el negocio petrolero y la influencia geopolítica.

En una primera lectura, la presencia de China, a diferencia de la rusa, no parece tener una agenda política… pero, desde luego, su creciente presencia económica no tiene como trasfondo mucha contribución que digamos a la defensa del desarrollo en democracia. Los rusos sí tienen objetivos con implicaciones específicas de seguridad nacional para Estados Unidos. Particularmente, en el caso de Venezuela.

Este fenómeno encuentra terreno fértil en el decaimiento del liderazgo de Estados Unidos en la región y su falta de iniciativa. La agenda hacia Latinoamérica tiene que transcender los paradigmas impuestos hasta hoy, reeditar con inteligencia la visión de la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy, esto es, un sistema holístico de cooperación económica y social, inscrito en una diplomacia eficiente para fortalecer la democracia y la vigencia de los derechos humanos en el continente, así como incentivar la transición hacia la democracia en Cuba, Venezuela y Nicaragua, reconociendo las especificidades de los tres regímenes. Hasta ahora, solo en el mensaje de Joe Biden y la plataforma del Partido Demócrata encontramos esa visión bien articulada.

Asimismo, es preciso entender que el impacto de la pandemia de COVID-19 exige una repuesta hemisférica, antes de que la propia China continúe utilizando esta crisis como una ventana de oportunidad, cosa que viene haciendo de forma sistemática.

Estados Unidos, si pensamos en sus orígenes y diversidad demográfica, es una realidad iberoamericana. Los latinos constituimos ya 13% del electorado estadounidense. Salta a la vista que debemos valernos de ese poder electoral para incrementar nuestra representación política, preparar recursos humanos para el ejercicio de la función pública y movilizar nuestra fuerza social en torno a una agenda doméstica y de política exterior. La crisis del COVID-19 exige una ambiciosa respuesta económica, que incluso asuma la tarea ante la transición económica hacia la urgencia medioambiental y la sustentabilidad social de nuestra economía de mercado. En ese sentido, la relación con América Latina y España reviste una relevancia especial.

En su estrategia de empoderamiento, el liderazgo latino en Estados Unidos debe contraer esa ambiciosa agenda económica e internacional como elemento fundamental de sus propuestas y acción política.

En estas elecciones, por cierto, tenemos una oportunidad para avanzar en esa dirección. Lo primero es afrontar con nitidez el hecho de que Trump no tiene más iniciativa hacia la región que los discursos urdidos para explotar y manipular emociones en Miami. No hay que engañarse al respecto. Organizaciones como Latino Victory, además de su compromiso por un cambio en el liderazgo de la Casa Blanca, están luchando junto al Partido Demócrata por elegir más de 85 nuevos líderes latinos al Senado, al Congreso y a las legislaturas de estados donde nuestra comunidad tiene poder de decisión.

Nos referimos a candidaturas como la de Ben Ray Lujan, al Senado por New Mexico, para ocupar un escaño que entonces sumaría a un tercer latino a la fracción demócrata en la cámara alta, junto a Bob Menéndez (New Jersey) y Catherine Cortez-Masto (Nevada); la reelección de representantes como Debbie Mucarsel-Powel, en Florida; Antonio Delgado, en Nueva York; Gil Cisneros, en California; Silvia García y Verónica Escobar, en Texas; o Xotchi Torres Small, en Nuevo México, donde también está Teresa Leger Fernández, así como otras mujeres con un liderazgo emergente, que aspiran a escaños en el Congreso, como Candance Valenzuela en Texas; Brenda López, en Georgia; Christina Hale, en Indiana; o Michelle de la Isla, en Kansas.

Todas son opciones que vendrán a garantizar que nuestras voces sean escuchadas, nuestras prioridades atendidas y que la legislación del país cancele esos puntos ciegos que dejan los intereses de nuestra comunidad al margen. Un trabuco como este nos llevará a avanzar en una gran coalición latina que promueva los intereses de nuestra comunidad, desde la reforma migratoria con camino a la ciudadanía hasta el empoderamiento económico de los hispanos, así como la relación con América Latina en el lugar prioritario que corresponde, con el enfoque de cooperación y construcción democrática que urge en la política exterior de los Estados Unidos.

Sobre esto último, la única manera de hacer frente a influencias que, por diversos motivos, podrían ser perniciosas es fortalecer a América Latina desde adentro, desde su gente, desde sus instituciones democráticas y una economía que suprima la brecha de las desigualdades. Estados Unidos puede -y está llamado a- contribuir en mucho a este objetivo. Los latinos debemos convertirlo en prioridad. Y en una pronta realidad.

@lecumberry


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