Tanto el régimen como la oposición están entrando en el terreno de las definiciones electorales con muchas dificultades y dilemas sin despejar. En verdad, ninguna de las dos partes la tiene fácil, aunque el oficialismo tiene la obvia ventaja que implica el manejo autocrático y arbitrario de las reglas del juego y de los tiempos, lo cual ha sido una constante desde los tiempos de Chávez. La oposición, en cambio, tiene en este momento, con sus bemoles, la calle, pero es amenazada por profundos desencuentros internos a los cuales no se les ve la vía de resolución.

Cuando le echamos un vistazo al chavomadurismo (que, en honor a la rigurosidad, cabría mejor llamar algo así como madurocabellopadrinismo) la constatación más notable que se puede hacer es la patética reducción de su base de apoyo. Esto lo dicen, por una parte, todas las encuestas, donde el porcentaje de apoyo a Maduro apenas supera el 10%, y el apoyo al PSUV ha bajado del 20% -de por sí minoritario- en el que se había mantenido en los últimos años. Sin embargo, debido a la dispersión y debilitamiento de la oposición (causada, en alguna medida, por las diversas tácticas del régimen -como la judicialización y la compra de conciencias- pero también por sus errores) el PSUV sigue siendo el partido con más apoyo, lo cual significa, si lo contextualizamos, que es apenas la primera minoría; con la posibilidad de que su continuo declive sea solo detenido cuando el régimen saque los reales y subsidios en el momento que den inicio las presidenciales (efecto que se potenciaría, en alguna medida, con las campañas de los gobernadores y alcaldes, si efectivamente se convocan las megaelecciones, como todo indica).

Si al analizar este punto hay alguien que dude de las encuestas, basta repasar las últimas apariciones públicas de Maduro, así como las recientes convocatorias de Cabello, realmente escuálidas pese a los CLAP y recursos seguramente prometidos, al punto que quedan mal paradas con las concentraciones de cualquiera de los candidatos opositores participantes en las primarias. El chavismo, hay que decirlo -y especialmente el madurismo- parece haberse divorciado definitivamente del alma popular, y difícilmente, en las actuales condiciones económicas y sociales, podrá recuperarla en un futuro previsible.

Uno de los factores -entre tantos otros, empezando por la hecatombe económico social que ha padecido el país en la última década- que refleja nítidamente el aislamiento progresivo del PSUV, es la reducción de su base de apoyo política y organizativa, al marginar, perseguir y judicializar -tal como ha hecho con la oposición- en los últimos años a los partidos y agrupaciones aliados (PPT, Tupamaros, Avanzada Progresista, etc.), sustituyéndolos por cascarones vacíos. La última víctima de esta política ha sido el histórico PCV, cuya cabeza le fue entregada a Cabello en La Habana por los capitostes cubiches, tal como pasó con Juan el Bautista, aunque la metáfora bíblica no cuadre con el ateísmo del gallito rojo.

El cálculo aquí fue sencillo: pese a los roces internacionales que se generarían, no podía permitirse una candidatura que le reste votos a Maduro (hasta el momento y casi seguramente el candidato del PSUV, mientras él, Cabello y Padrino estén persuadidos que no pueden tomar riesgos con terceros) en su aspiración reeleccionista. Desde el punto de vista táctico, y hablando en términos de una racionalidad de medios a fines, esta segregación de aliados o ex aliados internos les es útil, pero estratégicamente los va a seguir mermando y disminuyendo. A todo esto, además, hay que sumarle la segregación interna de tantos líderes y facciones, la última de ellas -y más significativa- la del desaparecido El Aissami.

Este cuadro de declive acentuado del chavomadurismo pareciera ideal para su desplazamiento por las fuerzas opositoras, si estas conservan su disposición a participar a como de lugar en las próximas elecciones presidenciales, de fecha indeterminada todavía. Pero la oposición padece en los últimos tiempos de agudas contradicciones y dilemas no resueltos, profundizadas por las inhabilitaciones y las amenazas contra las primarias realizadas por el gobierno.

La principal contradicción en esta materia se da entre María Corina Machado, cuya popularidad ha adquirido rasgos aluvionales en los últimos meses y semanas, y los partidos de la oposición representados en el G4 (disminuidos en el entusiasmo popular), así como, aparentemente, la mayoría de los candidatos opositores inscritos en las primarias: ¿qué hacer en caso de que gane uno de los candidatos inhabilitados y el régimen se mantenga en sus trece?; o, en su defecto, en caso de que las primarias sean anuladas (por más insólito que parezca desde el punto de vista jurídico).

No hay que ser muy avisado para entender que el epicentro de este dilema táctico y estratégico es María Corina, pues, si bien hay otros dos candidatos inhabilitados, Capriles y Superlano, según la mayoría de las encuestas ella supera por una amplísima diferencia a estos y a todos los demás inscritos habilitados en general. Es cierto que en dos meses de campaña pueden pasar muchas cosas, pero en verdad su triunfo luce inminente.

Su rival más cercano, Capriles (segundo en casi todas las encuestas), tiene el reconocimiento, la experiencia y un trabajo de hormiguita en estos últimos tiempos, pero también el pesado fardo de los fracasos del G4 -pese a deslindarse de varios de ellos- y de su partido, de manera que es casi imposible que remonte la cuesta. La mayoría de los otros candidatos -y esto hay que celebrarlo- tienen perfiles muy valiosos, y están haciendo aportes programáticos y de ideas interesantes, pero no parece haber, en este momento, espacio para otro fenómeno electoral (fenómenos que no siempre son auténticos, y si no que lo diga Er Conde, desinflado después de unos breves instantes de gloria, ayudado, seguramente, por encuestas generosas).

Por consiguiente, la pregunta de las mil lochas que está en el tapete es qué postura tendrá María Corina en caso de materializarse efectivamente la primaria y ella, previsiblemente, hacerse con el triunfo. Esta pregunta se aplica igual en el caso de que sean detenidas las primarias; esto es, hasta cuándo mantendrá su candidatura y si se abrirá a buscar un método para elegir su sustituto (como el consenso, u otro); o si, por ejemplo, llamará a la abstención, produciendo un verdadero cisma en las fuerzas opositoras y decretando probablemente, de antemano, la reelección de Maduro.  Al aceptar el reto de continuar participando pese a la inhabilitación, posiblemente el objetivo que ella busca es elevar las tensiones, manteniendo su fuerza en la calle después de ser electa, de manera de crear un clima tanto nacional como internacional que obligue al régimen a doblegarse, permitiendo su inscripción como candidata, y abriendo el camino para una transición rápida, sin concesiones de ningún tipo.

Esta apuesta, sin embargo, luce poco viable, si tomamos en cuenta que el régimen mantiene, pese a la pérdida progresiva de legitimidad y apoyo popular, un sólido control de las instancias del poder en prácticamente todos los ámbitos -incluyendo el más determinante, las Fuerzas Armadas- como se refleja con el episodio El Aissami, que pese a producir una fisura significativa -la más importante en el período de Maduro- no ha afectado mayormente -hasta donde sabemos- el control de los poderes del Estado, ni ha producido disidencia o rebelión interna alguna dentro de las filas rojo-rojitas (con el perdón de la gente del gallito). En este cuadro de cosas, es difícil pensar en una transición exitosa sin un mínimo de entendimiento con quienes manejan los hilos del poder, al menos en lo que se refiere a garantizar su subsistencia y beligerancia como fuerza política en el corto y mediano plazo.

No deja de ser preocupante, de cualquier manera, la posibilidad de que las diferencias que hay dentro de la oposición terminen en una ruptura o cisma, que facilite la continuidad del chavomadurismo por un sexenio más. Uno se pregunta si planteamientos como el de una Gran Coalición para el Cambio, lanzado por Andrés Caleca (independientemente de quién sea el abanderado) no es acaso lo que se necesita estudiar e impulsar en este momento, en el propósito de buscar sumar y no restar, y no quedarse cada uno con su parcelita y sus pretensiones personales -legítimas, por lo demás- y partidistas.

La campaña de las primarias ya comenzó, pero todavía hay tiempo suficiente para el sano entendimiento y el juego político de altura. Al ciudadano común opositor y a la sociedad civil solo le queda más que tener una actitud expectante y vigilante al mismo tiempo con respecto a los derroteros del mundo opositor.

@fidelcanelon


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