“La palabra sana o mata”. Mosca, Stefania. La Jiribilla, febrero de 2006.

El país que aún lee prensa u oye radio, o que acaso sigue las noticias, manifiesta su bochorno por el intercambio de imputaciones que se vienen haciendo, de un lado, Rafael Ramírez, expresidente de Pdvsa durante el gobierno de Hugo Chávez y su hombre de confianza; y del otro, personeros del partido de gobierno y entorno de Nicolás Maduro, específicamente mencionan a la señora Cilia Flores, consorte del susodicho y sus familiares.

No son menos impactantes los señalamientos que se hacen a la gestión del llamado gobierno interino, que, por cierto, debería rendir cuentas de los dineros, fondos y entidades que maneja y ha manejado, si desea ser congruente con su discurso.

Ocupé mi tiempo de vacaciones de la universidad y del receso de los tribunales en abordar un material pendiente de carácter académico y especialmente un capítulo que apunta a la dinámica lingüística, sus complejidades y secuelas a apreciar y cotejar.

Haciéndolo, acorde reflexión a la manera como se comunican unos y otros en nuestra Venezuela actual para naturalmente constatar el sedimento que se acumula de denuestos y descalificaciones y, la inevitable percepción que se hace patente y pertinente para que nos expliquemos la antipolítica, la desconfianza y el desdén hacia lo público, presente en cada plática entre los conciudadanos.

A veces siento que se dan las condiciones para un reclamo de envergadura ante todos y a todos. Y es bueno decirlo de una vez, no es una conspiración que se extiende desde un grupito de disidentes, sino una constatación que se asume mayoritariamente, la que podría y más tarde o más temprano debería provocar un cambio, ya no de régimen ni de personeros, sino más profundo, de sociedad, de las estructuras, del pensamiento ciudadano entonces.

Pareciera, afirmo, que se dan pues las circunstancias para un colapso, una implosión por convicción, y preciso que no me refiero a un estallido armado, un golpe de Estado, sino como ocurrió en la Unión Soviética en 1989, cuando sin un tiro se desplomó el Estado más militarizado, armado, vigilante e invasivo pero desprestigiado y desautorizado en el espíritu de sus residentes.

Así comenzó por allá en Europa, como un proyecto hegemónico, con pretensiones y apetito de universalidad y eternidad, conculcando la verdad y la legitimidad de la publicidad y quizá no exagero al asentar que un monopolio de las palabras a través de los eufemismos sesgados y las locuciones mecanizantes, acabó entronizándose, pero banalizándose a la postre también.

La historia muestra que la revolución no es conceptualmente, únicamente, el derribo de un régimen sino la revisión de un orden jurídico, institucional, político, social, pero además moral, y la sustitución por otro que emerge y viene a llenar el espacio que se abre. Importante tenerlo en cuenta.

Cuidar el lenguaje es celar la comunicación. Directa no significa tosca, burda, grosera, pero, exige asumir que las palabras y como vehículo que son de pensamiento, requieren una sobria precisión. Jugar a la retórica como adorno con la palabra en la disertación tampoco debe privarnos del objetivo de llevar un mensaje al interlocutor y no intentar deslumbrarlo. Hay un equilibrio que debe asegurarse.

“Para K. Marx y F. Engels, los teóricos del socialismo, el lenguaje es la conciencia real, práctica, existente y también para otros seres humanos, la realidad inmediata del pensamiento. (La ideología alemana, La Habana, 1966, p. 30. Surgió del trabajo y para ponerse de acuerdo en él)». Cita y glosa de Vicente Romano, La intoxicación lingüística. El uso perverso de la lengua, 3.a edición Fundación Editorial El perro y la rana, 2017 (Digital)

Empero, la construcción de la hegemonía hace uso de los más variados recursos y entre ellos, de la palabra que deviene más propaganda que articulación comunicacional. El neolenguaje que refiere Orwell en 1984 es un fiel ejemplo de lo dicho y en nuestro caso, es menester evocar ese extraordinario trabajo que sobre la materia nos brindan académicos de la UCAB, titulado La neolengua del poder en Venezuela, dominación política y destrucción de la democracia. Antonio Canova González, Carlos Leáñez Aristimuño, Giuseppe Graterol, Luis A. herrera Orellana, Marjuli Matheus Hidalgo. (Editorial Galipán, Caracas, 2015)

El neolenguaje es una alteración deformadora, una adulteración del contenido, una contaminación del intercambio del coloquio, en el que el emisor pretende la colonización del destinatario y su sujeción. Le disputa su verdad con la versión oficializada y lo socava como ente libre capaz de discernir.

En el arribo al poder del hoy difunto y sus acólitos originarios y advenedizos se vislumbró su uso como recurso, el del neolenguaje, desde el alba de su fulgor político e histórico.

Se fue armando de sentencias que se repetían con el propósito de abrir una herida en la percepción, en la imaginación, en la consciencia temporal del pueblo; para luego, penetrarlo, captarlo, cooptarlo, poseerlo, domeñarlo.

En la expresión, en el discurso se modulaba la estratagema y se desarrolla aún, inficionando a los recipiendarios compatriotas, de sus sentimientos y pareceres más displicentes, imputándole el odio como delito al otro; el agresor que simula ser el agredido, el que se hace justicia, más bien injusticia por propia mano y luego denuncia lo contrario, evidenciándose que la presunta víctima, es en realidad el victimario. No es un juego de palabras sino un poco de la teoría del espejo.

Patria, socialismo y muerte, inoculó en buena parte del cuerpo político, una falsa imagen de diferenciación, una alienación, una despersonalización que consecuentemente servía para anular, enervar, segregar a unos y a otros. Presentar a otros como “escuálidos” o con cognomentos displicentes hacia los disidentes se convirtió en una rutina que caracterizó las emisiones oficialistas y claro, a partir del vector mayor, el comandante eterno, imitador furibundo de Fidel Castro y su corte de uniformados, ideologizados y simuladores que participaban y repetían cual estribillo navideño, aplaudiéndolo, cual focas se oye decir.

Al presente, sin embargo, todo el país se refiere al país con angustia para unos, menosprecio para otros y, luto para los demás. Solo así se explica que siete millones de venezolanos desafíen al mismísimo averno para, desarraigados, ensayar la redención allende las fronteras de esta otrora soberana entidad.

Venezuela pasa a ser un recuerdo para millones de sus hijos; un dolor en el costado, un insulto a flor de piel con el que nos reciben en otras latitudes y una esperanza vaga y hasta fantasiosa de que cualquier trámite existencial es mejor que la cotidiana carestía, el arrobamiento a manos de una ineptocracia oligárquica y el lamento fandangoso de aquellos que aún aceptan la nostalgia en sus aventureros espíritus.

Agredir el lenguaje como se viene viendo y banalizando, además, y con el lenguaje mismo, atenta contra la dignidad humana. Goethe dijo alguna vez que el alma de los pueblos residía en la lengua, léase, en el lenguaje y quizá se puede acotar que, por ello, es impajaritable deber respetar nuestra expresión y cuidar haciéndolo, la individualidad de todos en la humanidad que compartimos.

Estas pocas notas que anteceden, a guisa de resumen, no obstante, recogen una irrefragable certeza; el legado del chavomadurismo es el pandemónium y la mediocridad, la ruindad, el atraso, el fracaso y la pobreza espiritual.

Es imperativo preservar la verdad, al tiempo que evitamos perder la calidad de nuestro perfil de identidad paisano, alojado en nuestra consciencia ciudadana, al disputarnos o referirnos a los otros, en el florete sinalagmático que se cumple con el régimen.

Una cita como corolario y principio, ex aequo et bono, dirigido a periodistas pero que siento que es más bien para todos: “El empleo correcto de la lengua contribuye a que la comunicación sea eficaz, a que aumente el conocimiento, es decir, a que reduzca la ignorancia, a ampliar el ámbito de la libertad humana. Por eso hay que cuidar y dominar la lengua, los medios expresivos que se aplican para la transmisión de las informaciones”. (Vicente Romano, La intoxicación lingüística. El uso perverso de la lengua, 3.a edición Fundación Editorial El perro y la rana, 2017 (Digital)

[email protected], @nchittylaroche

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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