“La política es una de las formas más altas de la caridad”. Paulo VI

Recientemente he tropezado con un objeto fijo, el economicismo que explica el acontecer económico conforme a la teoría científica en boga y se niega a considerar otras variables de difícil medición pero de impajaritable asunción.

No intentaré hacer un uso peyorativo del vocablo. Por respeto a la ciencia económica y la complejidad, a la que la misma ha llegado buscando la verdad, no lo haría nunca; pero eso no me impide insistir en las críticas que se le han hecho siempre, a ese referente del pensamiento económico y social, el economicismo.

¿Veamos por qué? Hace unos días formulé en Twitter un comentario sobre el salto diario y siempre hacia arriba de los precios que se transan en dólares y me atreví además a advertir una suerte de proceso inflacionario y un ademán sostenido del comerciante al manejar su inventario con fines especulativos.

Agregué, completando mi herejía, una observación sobre la ética del comerciante, conducta que no se apreciaba, sino por el contrario, deslucía en nuestra sociedad económica, donde la mayoría de los agentes de intercambio de bienes y servicios se comportan, frecuentemente, como depredadores implacables e inexorables.

Algunos economistas amigos me llamaron e intentaron explicarme lo que denominaron, condescendientes tal vez, mi error de apreciación; otros, en cortos mensajes y con visible desprecio,  me calificaron de socialista e ignorante o acaso me señalaron, dada mi condición de socialcristiano, como colectivista disfrazado; pero ninguno me dijo cómo llamar al alza continua de los precios en dólares de otra manera que no fuera inflación y pido me disculpen los academicistas ortodoxos el coloquio.

Hoy y por esta vía regreso al tema, siendo que pesa el susodicho demasiado en la vida de los usuarios y demandantes de servicios y bienes, que somos todos, incluyendo a los  asépticos que adujeron –desde una perspectiva carente de empatía y con una verbalización deliberadamente incómoda– que el asunto de la inflación en dólares, la especulación y la insuficiencia moral del comerciante venezolano solo era un resabio en la mente confusa de “un socialista aunque cristiano”.

Uno de los malignos perjuicios que le ha causado al país esta “revolución” fue, sin dudas, impregnar de desconfianza todo lo que no la contraríe. Lo que pueda ser entendido como contrario al liberalismo absoluto o a la idea que se tiene de lo que el común entiende por libertad económica es anuncio de desviación, lo que embrolla e indispone incluso al parlamentar de asistencia al desvalido, subsidios y especialmente de política social. Ello deviene como muy grave y veremos por qué.

Recordemos. Después de la caída del muro de Berlín se asumió como una realidad evidente para todos el fracaso del socialismo y por ello el triunfo de capitalismo. Francis Fukuyama escribió sobre el fin de la historia y se echó a andar la tesis del pensamiento único desde la izquierda francesa.

En paralelo, las tesis sobre disciplina y responsabilidad fiscal prosperaron hasta alcanzar un posicionamiento notable en los organismos y agencias de Naciones Unidas. El llamado Consenso de Washington se erigió como un dogma pertinente e irradió intensamente a la burocracia mundial y el liderazgo debió trabajar con parámetros restrictivos, en cuanto refiere a las finanzas públicas. El olor a déficit se proponía insoportable, ni hablar de la inflación y la balanza de pagos.

Pero ese aparente predominio de los criterios liberales no fue de naturaleza a detener, en la fenomenología económica subsecuente, un deterioro del salario real y, además, una fuerte presión sobre el endeudamiento que expuso, al llamado neoliberalismo, a severas y a ratos angustiosas críticas.

Ni cuadraban las cuentas ni tampoco había paz social y, muy por el contrario, las silentes pero no extintas propensiones en el pensamiento económico que se creían desacreditadas reaparecieron cuestionadoras. El socialismo dejó oír su discurso una vez más y el credo liberal lució, a ratos, sin mucho aliento y convicción, para responder.

Los vilipendiados políticos de aquí y allá, sin embargo, se percataron de la dificultad del mercado para resolver, pero eran acallados por los teóricos económicos. La procesión venía por dentro, no obstante. Insistían los voceros de la sociedad civil en que la iniquidad social se hacía generadora de creciente inconformidad y a veces se habló de violencia.

Corría el fin de la primera década del nuevo siglo cuando estalló la granada en las manos del aparato financiero mundial en 2008/2009. Me permito citar unas notas de El País de España: “Pocos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el gigantesco banco de inversión norteamericano en septiembre de 2008, un acobardado presidente francés, el conservador Nicolás Sarkozy, hizo unas declaraciones célebres que retumbaron en el mundo entero. «La autorregulación para resolver todos los problemas se acabó, le laissez-faire c’est fini´. Hay que refundar el capitalismo… porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe»”. (Estefania Joaquín, “Refundar el capitalismo (Otra vez)”, El País, Madrid, 28 de febrero de 2020) sic.

Algunos, empero, dirían con Goethe: “Prefiero cometer una injusticia antes que soportar el desorden», pero mi buen amigo y dolorosamente ausente de nuestro país y que tanto necesitamos en esta hora, Pepé Rodriguez Iturbe, recordó la respuesta que a tal expresión habría dado Jacques Maritain: “Toda injusticia es un desorden”. Y con humildad advierto que el capitalismo es propenso a los desequilibrios y a los abusos que terminan comprometiendo su orden mismo. Por eso hemos de cuidarnos de los sistemas y mantenernos atentos a sus fallas e involuciones.

En este estado de la reflexión, quiero dejar claro dos cosas que pueden ser consideradas tres, pero veamos. Primeramente, no soy defensor del socialismo ni me reclamo del lado liberal a secas tampoco, soy socialcristiano y creo en la economía social de mercado y en la responsabilidad concurrente de los distintos actores sociales y económicos, creo en el principio de subsidiariedad, en la equidad y en la solidaridad como bases para la gestión equilibrada de la sociedad.

Paralelamente; comprendo que vivimos una espantosa hiperinflación alimentada por el régimen, con sus masivas impresiones de dinero sin respaldo orgánico y sé también que el dólar no lo emite el BCV. El alza brutal de los precios y el rol del dólar simplemente como unidad de cuenta susceptible de interpretar aun aspectos de nuestra realidad de intercambio, acontece como una derivación de las políticas inconstitucionales e ilegales del BCV y el Ejecutivo del régimen, pero desnudan en coetáneo falencias éticas, en otros actores del teatro económico nacional.

Igualmente y como apunta el economista Carlos Ñáñez, todos los valores y fortalezas ciudadanas han mermado o simplemente se diluyeron y no hay virtudes que alegar como sostén societario, por ello el detentador de bienes y el portador de servicios se dedican sin ninguna otra valoración a defender su negocio y a ganar a toda costa. Un poco de escrúpulos les vendría bien, pienso yo.

El pragmatismo se impone y la ética se desliga de la rutina por el argumento de la supervivencia que ya Arthur Schopenhauer nos había enseñado, era la máxima motivación del ser humano, pero si bien aprecio el mérito de esa explicación, no la justificaré.

La pobreza material, acota Ñáñez, se acompaña de la espiritual que es aún peor. Ya José Rafael Herrera y Freddy Millán Borges se habían referido al asunto en sus escritos y conversaciones públicas y allí, el daño antropológico, una vez más, muestra su perfil garofaliano y entonces encontramos la respuesta a tantas preguntas que nos hacemos al advertir lo poco humanistas que nos estamos comportando los individuos en Venezuela.

El comercio, por cierto, siempre fue una tentación que a la distancia mueve a sospechar de egoísmo malsano. Eso de comprar y pagar lo menos posible para luego vender con el máximo margen de ganancia luce como  un desequilibrio y bien sabemos que Aristóteles nos previno, porque en el equilibrio obraba la justicia. Por eso a veces se desviste la conducta que prescinde de la ética y más en este tiempo aciago para muchísimos.

Por eso durante la Revolución francesa se debatió sobre la republicanización del comercio para hacerlo entrar en la ética republicana. El tema sigue abierto a debate y, en tanto afecta la vida de los conciudadanos, su cotidianidad, su sustento, no puede ser solo una consideración teórica sin otras implicancias a contar, medir y pesar.

La pandemia y la gerencia pública de la postrada economía mundial han hecho un llamado al Estado para, cual keynesianos de vocación, reanimar la economía con un torrente de financiamiento público que  apuntale a una demanda anémica y aún a costa de recalentamiento e inflación. Biden  ahora y antes, el mismísimo Trump lo hizo y otro tanto ocurre en la Unión Europea.

No puede haber paz sin justicia social y no puede haber justicia social si solo un grupo gana y lo hace incluso con obscenidad y en una coyuntura de calamidad pública. “A cada cual lo suyo”, se escucha decir y le grito yo: ¡Y a cada cual su responsabilidad!

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@nchittylaroche

 


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