Pablo Neruda Operación Cóndor
Pablo Neruda

El premio Nobel de Literatura de 1971 nos dejó dos interrogantes a quienes habitamos esta tierra de gracia: ¿Sabe la bella de Caracas cuántas faldas tiene la rosa? ¿Y cuándo se fundó la luz esto sucedió en Venezuela?

Así lo escribió Don Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto. En verdad, así se llamaba Don Pablo Neruda, quien quiso saber sobre esos asuntos en El Libro de las Preguntas.

Cuentan que a lo que más le temía Don Pablo era a la ignorancia ¡y la ignorancia llegó arrasando tanto a su país como al resto de la región! Una ignorancia parecida a la que desapareció del mapamundi a las inolvidables ciudades de Catia, Guernica, Lídice y otros pueblos que siguen haciendo desvanecer, en combate o no, los jerarcas de la guerra. Iba a decir perros de la guerra, pero los perros son nobles y no se merecen semejante comparación. Así que jerarcas de la guerra, gente violenta que ejerce la violencia a mano armada y la guerra psicológica en países donde su gente era feliz hasta antes de conocerles.

Verdugos que secuestraron hasta el silencio de nuestras conversaciones íntimas, la sonrisa, la palabra justa y el buen juicio. Los mismos traidores quienes mataron hasta al perro que fue mascota milenaria. Junto a latigazos y otras de sus tareas de matarife, hicieron que la corona de espinas bajara hasta el cuello y ahí está todavía, atascada, cercana a la yugular.

No obstante, el amor y la memoria afectiva permanecen, cargadas de pasiones y mucho aguante, con amplios entendimientos hasta con quienes la diáspora les hizo volar del país. Esas preguntas de Don Pablo siguen latiendo…

…No es verdad que ya pasaron los problemas económicos en nuestro país; no es verdad que haya una bonanza y que todo lo terrible pasó… Con todo, la poesía prosigue su curso en un delta magnífico donde confluyen viejas y nuevas voces, la música sigue sonando y el telón sube y baja todavía para presentar un nuevo milagro cada noche…. Sucesos de basamento humanista, de hondo carácter constructivo que ayudan a mantener viva la esperanza, a mantenernos despiertos en la vigilia o desde la madrugada de los días.

Una de estas madrugadas recientes me quedé viendo la película El sacrificio (1986) de Andréi Tarkovski y luego empecé a leer un ensayo escrito por Alejandro Martínez Gallardo sobre esta maravillosa pieza de arte. Entonces, después, estos borradores que escribí al vuelo:

Es como si la humanidad anduviera recorriendo caminos circulares y ritornelos violentos sobre un bólido sin tiempo ni para el dolor y mucho menos para el duelo porque cada quien está en su cosa y sálvese quien pueda que es lo que impera con una carga tremenda de egoísmo falta de historia y bastante ingratitud hasta por las tradiciones y el lenguaje sin puntos ni comas lo que deja un muy estrecho espacio para apreciar al otro, para valorar a la otra en el calor cotidiano de la convivencia y las historias más recientes del dar y recibir educación que es para lo que uno va a la universidad y estudia y para lo que uno sigue viviendo todo esto por supuesto sin sentido gregario y muchos menos con sentido común así sin puntos ni comas nos movemos en la desestabilidad donde todo tiembla donde todo tiembla y tiembla tanto que ya nos hemos acostumbrado como si ya no le temiéramos ni a los terremotos…

Dice Martínez Gallardo: “Son dos los temas fundamentales en la obra de Andréi Tarkovski: el amor y la fe. En las cintas de Tarkovski (quien quizá sea el más grande director de cine de la historia, como creía Bergman), ambos son en realidad dos caras de una misma realidad, unida por el sacrificio o el acto de autonegación a través del cual el ser humano se une con algo más grande que él mismo.

En su última película, El sacrificio (1986), Tarkovski describe una alegoría que puede considerarse el pilar o el eje de su visión espiritual. La cinta, filmada en Suecia, narra los eventos que le suceden a un hombre y a su familia al tiempo que se anuncia el estallido de la guerra nuclear. En la primera escena de la película, el protagonista, Alexander, le pide a su hijo mudo que lo asista mientras planta en la playa un árbol marchito. Alexander le cuenta a su hijo que en una ocasión un monje ortodoxo llamado Pamve le ordenó a su discípulo, un joven monje llamado Ioann Kolov, que plantara un árbol seco al lado de la montaña. Le dijo que debía regarlo todos los días hasta que reviviera. El joven monje llenaba su cubeta todos los días por la mañana y subía adonde estaba el árbol para regarlo, y regresaba al monasterio al atardecer. Así pasaron tres años, hasta que un día subió a la montaña y observó que el árbol estaba cubierto de flores. A esto Alexander comenta:Puedes decir lo que quieras sobre esto, pero no se puede negar que, como método o sistema, tiene sus virtudes. ¿Sabes? A veces pienso que si todos los días, exactamente en el mismo minuto, uno fuera a realizar el mismo acto, como un ritual, sin modificarlo, de manera sistemática, exactamente igual, el mundo cambiaría de alguna manera. Sí, algo cambiaría, tendría que cambiar”.

Estas últimas líneas formaron parte de un texto que escribí hace muchos años y que lleva el nombre de Manojo de Sueños, un juego teatral en doce cuadros con música de Gilberto Simozas y letras de mi querido maestro Jesús Rosas Marcano. Por supuesto, esas últimas líneas me resonaron como una campana, una reverberación, una revelación.

Durante esa misma madrugada reciente, comencé a escuchar después al maestro García Canclini en una entrevista con Tulio Hernández y fui haciendo estas otras notas mientras el maestro desarrollaba su discurso: En esta contemporaneidad que poblamos hemos despilfarrado y hemos perdido mucho. Entre otros elementos perdidos se encuentran el amor y la fe. Lo que viene ocurriendo es, además de la deshumanización con alma y todo, es la desciudadanización de los más recientes cuarenta años, donde vamos quedando más desnudos de como vinimos al mundo. Lo verificamos en personas, en grupos humanos y por todas partes en donde los indicadores económico-financieros pautan nuestras vidas de la mano del neoliberalismo, la televisión y el aquietamiento, cercenando las voluntades nacionales, representados en el arbitraje de los medios y en la consecuente modificación de nuestras vidas cargadas por la corrupción y la desconfianza, la dilación en la atención de los problemas sociales, en la traición del espacio público y en la sumisión de las masas que seguimos siendo.

Hoy por hoy, las pantallas reconfiguran el espacio público y nos van distanciando de los sitios de poder y entre nosotros. El ciudadano telespectador obedece a los llamados por los nuevos acontecimientos, viviendo un mundo de des-ciudadanización. Vivimos esta opacidad en modo avión, paradójicamente.

Profecías y conspiraciones nos asedian. Aunque podamos subir contenidos a una nube, vivimos en un sótano. Hemos pasado de la gubernamentalidad estadística a la gubernamentalidad algorítmica. Las Empresas GAFAS: Google, Apple, Facebook, Amazon y otras empresas más -chinas entre ellas- controlan, vigilan, disciplinan, gobiernan al mundo. Coexistimos junto a entidades secretas que se mueven entre nosotros en una dictadura generalizada.

Hay reacciones frente a las catástrofes… la sostenibilidad de las comunidades originarias, de las comunidades artísticas y performativas, por ejemplo. Frente a la des-ciudadanización, aparecen viejas y nuevas formas. Nuevas nomenclaturas como las del catálogo de la ahora llamada Economía Naranja. Es algo. Es una muestra de lo que podemos hacer todavía. De la inestabilidad radical, informal, ilegal, sin garantías de derecho, sin poder ser ciudadano, nos toca pasar a la concepción y hechura de opciones de autogobernabilidad, autogestión que estamos apenas comenzando para la formulación y aproximación a horizontes diferentes, y quizás más optimistas. Tenemos que ser ciudadanos los ciudadanos (sin esperar a partidos o sindicatos que nos sigan traicionando) para proseguir en la construcción de ciudadanía. Toca mayor sensatez al pensar en lo que nos ocurre ahora y sin perder de vista lo que podría pasar en el futuro.

Esto no aparece en los libros, pero ha corrido de boca en boca desde la antigüedad. Dicen que Sherezade, en la noche mil, la penúltima, comentó: ¡Cuando no existía nada, el amor existía; y cuando nada quede, quedará el amor! ¡Es el primero y el último! ¡Éste es el punto de la verdad, es lo que por encima de todo se puede decir! ¡Lo que acompaña al ángel de la tumba! ¡Es la hiedra que se une al árbol y bebe su verde vida en el corazón que devora!

Arteascopio.com

 


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