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Federico PARRA / AFP

Es sorprendente la capacidad de resignación que están mostrando los ciudadanos de Venezuela. Los sueldos no dan para sobrevivir, pero cada uno se rebusca… o se enchufa; los organismos prestadores de salud no funcionan, pero se soporta la tragedia; los servicios públicos no sirven a nadie, pero seguimos adelante. Nada sorprende, nada moviliza, en un país que parece sufrir de un síndrome de indiferencia colectiva o de una tendencia a normalizar situaciones que, por favor, no son normales.

Lo de los servicios públicos merece mención especial. Ya nadie se asombra frente a los apagones, la gente pasa semanas sin agua, hay casas sin teléfono fijo de Cantv desde hace años, pero estos asuntos dejaron de ser tema de conversación seria para quedarse en meras anécdotas sobre lo que es habitual, lo que no significa que deba ser.

Es mentira que el asunto es que en Venezuela los servicios públicos son de los más baratos del mundo. Vistos en el blanco y negro de la factura no nos atrevemos a desmentirlo. Pero esa no es la realidad. Lo que estamos pagando para medio vivir ha llegado a niveles extremos que nos hace preguntarnos si no sería mejor pagar lo que un servicio vale pero a empresas eficientes que fueron sacadas del mapa cuando Hugo Chávez se empeñó en estatizar todo lo que funcionaba en manos privadas. Porque, además de mantener al día los cobros estatales y evitar cortes indeseados, la mayoría de ciudadanos se han visto en la necesidad de instalar plantas eléctricas, que cuestan un buen dinero. Y contratar a proveedores privados de telefonía móvil e Internet, para poder cumplir con el teletrabajo.

En cuanto al agua, un servicio que siempre ha sido responsabilidad estatal (léase también ineficiente) el asunto ha pasado de problema a tragedia. Desde hace mucho era iluso pretender gozar de agua corriente todos los días. A lo sumo tres días podía ser un promedio realista, por lo menos en Caracas donde existieron cronogramas más o menos respetados. El asunto es que este año y sin que pueda atribuirse a la sequía, todas las semanas Hidrocapital anuncia paradas en alguno de los Tuy (1, 2, 3) y la falta de agua puede durar semanas sin que nadie informe cuándo se restituirá el servicio. Es decir, que ya no es suficiente el gasto que muchos tuvieron que hacer para colocar tanques en sus viviendas, pues administrar el líquido propio se ha convertido en ejercicio de nigromante. Esto implica que, además del pago al gobierno, hay que prever en el presupuesto un gasto adicional en cisternas (aproximadamente 120 dólares por camión) y para adquirir botellones de agua para beber y cocinar.

¿Hasta dónde podemos aguantar? Parece que los venezolanos de lo que gozan es de una paciencia infinita.


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