Ante la inquietante pregunta que muchas personas realizan sobre cuál es el papel de la libertad dentro de los Estados y gobiernos democráticos, ¿bajo qué indicadores podemos distinguir a las verdaderas democracias liberales de nuestro tiempo?, calificados autores  señalan, en primer lugar, que la libertad democrática fomenta la confianza de los ciudadanos en sí mismos. Esto es, debe alentar el ejercicio mismo de la libertad.

Aducen que los principios de confianza y empatía social deben estar presentes dentro de los individuos, quienes deben ser conscientes de su responsabilidad para adoptar permanentemente actitudes respetuosas ante las opiniones y acciones de los demás.

Agregan luego, que en segundo término, la libertad democrática es un requisito mínimo en la realización de elecciones. El derecho de elegir, mediante los procedimientos que se consideren adecuados, a los gobernantes y representantes resulta un factor incuestionable dentro de los Estados modernos. Los mecanismos de votación y el peso que se les otorga a los parlamentos y asambleas han modificado de manera significativa el tipo de involucramiento de la ciudadanía en los procesos de decisión política. Sin embargo, la democracia liberal ha sufrido fuertes decaimientos debido a que se ha topado con una importante falta de renovación en algunas de sus estructuras clásicas, como lo son los partidos políticos, los sindicatos o el interés de los jóvenes y la ciudadanía en general por la actividad política, por ejemplo.

En este último aspecto, subrayan, hay cada día evidencias más fuertes de que enormes bloques de población han dejado de considerar la participación y la información políticas dentro de su actividad cotidiana (fenómeno manifestado en el peso central que tiene la televisión como primordial medio de acceso informativo, seguido de la radio y de la red Internet), con lo cual se explica otra de las razones por las cuales se da la pérdida de sociabilidad en las sociedades contemporáneas.

Hacen particular énfasis del excesivo desinterés y malestar por la política es, curiosamente, una manifestación de la «libertad negativa», cuyos patrones de apatía son cada vez más evidentes en la población. Este fenómeno en torno a los medios de comunicación debe ser motivo de preocupación para la sobrevivencia misma de la democracia. Desde luego, resulta difícil asumir la instrumentación de medidas o controles sobre estos medios, si antes no somos capaces de generar los acuerdos necesarios para poder definir cómo puede darse una mejoría sustantiva en sus usos, a efecto de que se vuelvan los aliados y no los enemigos de la convivencia, la tolerancia y el reconocimiento colectivos.

Debe enfatizarse que la presencia de un régimen de libertades democráticas incrementa el pluralismo y las posibilidades de alternancia en el poder mediante los diversos partidos y demás asociaciones políticas (libertad de participar y asociarse). Sin la presencia de estas condiciones mínimas en el funcionamiento de cualquier sistema de gobierno es factible que los esfuerzos por revitalizar las capacidades de acción ciudadana sean cada vez más improbables y de alcances reducidos. Sin los debidos incentivos a la cooperación o a la eficiencia en la gestión de los gobiernos se fortalecerá cada vez más la existencia de otras vías alternas de organización política e integración de las administraciones, que pueden estar fundadas en factores cada vez más irracionales e inestables, tales como el carisma providencial o el dogmatismo.

Por ello, debemos ser conscientes de que existe una enorme tarea por delante, que consiste en reintegrar las modalidades consensuales de la acción política incluso en las calles, modalidades que tienen que estar asentadas más claramente en opciones claras y programáticas que privilegien el llamado «aprendizaje cívico». El enorme despliegue de energía social ahora dirigida hacia los organismos no gubernamentales, ya los movimientos sociales nos conduce a considerar que los modelos de política regidos por instituciones públicas concéntricas o radiales, con dependencia de centros de poder estatal específicos, serán cosas del pasado. Sin embargo, pensando en las propuestas de autores como el español Manuel Castells, las opciones de libertad y democracia bajo los nuevos escenarios «informediáticos» invitan, desde luego, a la formulación de dudas razonables acerca de cómo pasar de la territorialidad a la virtualidad, y sobre si debemos aceptar que éste sea el signo básico de las acciones públicas en materia de gestión y gobierno.

En esta dirección, uno de los rasgos definitorios de la libertad dentro de los regímenes democráticos es la garantía del diálogo y la información racional entre los individuos. Al darse la posibilidad de reconocerse y diferenciarse, las sociedades modernas han podido extenderse hacia nuevas líneas constitutivas de la opinión pública y del acceso a la información.

En este sentido, el debilitamiento de las democracias muestra que la incertidumbre informática, termina por dejar completamente rezagadas a sociedades enteras.

Uno de los dilemas más sustanciales que implica afrontar muchos de estos retos consiste en que, bajo ningún concepto, podemos perder de vista el valor que tiene en cualquier sistema democrático la presencia de libertades que permitan reconocer el valor de la legalidad y la legitimidad del Estado de Derecho en tanto espacio de defensa fundamental de los individuos y las colectividades mediante la aplicación imparcial e irrestricta de las leyes. Poco o nada de los anteriores elementos de la libertad democrática, podrían tener sustento o realización si no se incrementan las demandas por derechos cada vez más incluyentes, como lo son el acceso a la educación de calidad, o a un medio ambiente sano, entre otros puntos que se configuran como parte de lo que puede llamarse hoy como «los pisos mínimos» de la democracia liberal moderna.

Es necesario que las nuevas generaciones conozcan algunas consideraciones, que ameritan especial atención en el presente siglo, como la advertencia que hace 60 años hiciera Nikita Khrushchev, expresidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, el 29 de septiembre de 1959, cuando pronunció su predicción para los Estados demoliberales en la sede de Naciones Unidas:

“Los hijos de tus hijos vivirán bajo el comunismo. Ustedes los occidentales son tan crédulos que no aceptarán el comunismo directamente pero seguiremos alimentándoles con pequeñas dosis de socialismo hasta que finalmente despertarán y descubrirán que ya tienen comunismo para siempre. No tendremos que pelear con ustedes. Debilitaremos tanto su economía hasta que caigan como fruta madura en nuestras manos».

«La democracia dejará de existir cuando les quiten a los que están dispuestos a trabajar y se lo den a aquellos que no».

Una diabólica premonición, que hoy día la están viviendo Cuba, Venezuela, México, Nicaragua, Colombia, Perú, Chile, Argentina y Brasil.

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