Ha venido a Caracas de visita un grupo de diplomáticos noruegos, encabezado por el señor Dag Halvor Nylander, quien fue el principal facilitador del accidentado proceso de diálogo conocido como Mecanismo de Oslo. Como recordarán los lectores, tal proceso se llevó a cabo hace alrededor de un año, con el propósito de que el régimen de Nicolás Maduro y la oposición negociasen una vía de salida, genuinamente democrática y pacífica, a la crisis que agobia a los venezolanos. Para sorpresa de pocos, el intento fracasó. De acuerdo con el señor Nylander, él y su equipo retornan ahora a nuestro país con la intención de actualizarse sobre la situación política y socioeconómica que padecemos.

Es un deber agradecer a este distinguido grupo de personas su buena voluntad hacia nuestro país. No dudamos que les impulsan nobles ideales y el deseo sincero de hacer el bien. No obstante, no creemos que sea descortés preguntarse qué es lo que hace especialmente idóneos a los diplomáticos noruegos, para sumergirse en las turbulentas aguas de una crisis como la venezolana. Dicho de otra forma, más equilibrada: hay razones para pensar que, en general, la experiencia histórica y pulso vital de miembros de una sociedad como la noruega obstaculizan su perspectiva para entender de qué se trata nuestra trágica realidad. Por otra parte, sin embargo, Noruega sufrió durante la Segunda Guerra Mundial un período de humillación, que en algunos sentidos y a manera de analogía es capaz de aportar interesantes lecciones a sus diplomáticos, empeñados con tanto fervor en la tarea de enderezar nuestros entuertos. Tales lecciones se extienden igualmente al ámbito de la Venezuela democrática.

En cuanto a lo primero, es decir, a los obstáculos con que los representantes noruegos seguramente tropiezan, en su esfuerzo de entender lo que ocurre en Venezuela: ¿cómo expresarlo sin que ello resulte ofensivo? En los ríos y mares de Noruega fluyen aguas que se hallan entre las más prístinas, cristalinas e impolutas del planeta; tanto es así que en las mismas se reproducen anualmente centenares de miles de salmones, que requieren nadar en medio de inmaculada pureza para luego crecer y deleitar los paladares de los privilegiados que alcanzan degustarles. Tanta pureza, tanta perfección, tanta pulcritud no se compaginan, por decir lo menos, con la grotesca malevolencia y perseverante crueldad del régimen madurista. Para caracterizar la verdad de lo que acontece en Venezuela, podríamos más bien usar como símbolo nuestro escasamente higiénico río Guaire. Navegar sobre sus poco atrayentes aguas, a bordo de alguna embarcación improvisada, sería un método útil para ilustrar a nuestros visitantes noruegos acerca del drama que nos asfixia. Respirar los fétidos olores que desprende el río que atraviesa Caracas hace patente la desgracia de todo un país.

Obviamente, lo anterior no debe tomarse en serio, pues no queremos someter a estos destacados visitantes a semejante prueba. Ahora bien, los amigos noruegos deberían, nos parece, remitirse a la terrible experiencia de su país, sometido a la ocupación de las fuerzas de Hitler entre 1940 y 1945. Lo mencionamos pues con insistencia repetimos, citando a Henry Kissinger, que “la historia enseña por analogía, no por identidad”. No traemos a colación este caso para aseverar que es idéntico al de la Venezuela de hoy, sino para afirmar que contiene enseñanzas significativas al respecto. Los noruegos sufrieron, como Venezuela, la ocupación de su país por voluntades extranjeras; el rey y diversos dignatarios escaparon a Londres y allí forjaron un gobierno en el exilio; la resistencia continuó, clandestinamente, con gran coraje y valor práctico y testimonial. Lamentablemente, también, un grupo de traidores, dirigidos por Viskund Quisling, gobernó el país en alianza con los nazis, estableciendo un régimen colaboracionista tan infame como cruel, cobrando muchas vidas con sus acciones denigrantes.

Cada lector puede por sus propios medios informarse con mayor detalle acerca de estos eventos, que tantas enseñanzas pueden procurarnos a los venezolanos de hoy. La más relevante, pensamos, es la siguiente: a veces las sombras se ciernen sobre un pueblo de modo tal que todo en su existencia parece oscurecerse para siempre. No es así, sin embargo. La vida prosigue y la historia se mueve, aun en medio de lo que luce, ante miradas superficiales, como un pétreo estancamiento. Resistir y mantener la moral en alto son elementos fundamentales frente al panorama que nos rodea. Esto es lo clave. Y jamás sucumbir ante el desaliento, o dejarse tentar por acomodos que requieren la claudicación ética y el sacrificio de valores fundamentales. Estas son las más legítimas lecciones que un patriota noruego podría transmitirnos.

 


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