Mientras yo escribo estas líneas y usted las lee, son unas cuantas las ciudades de Venezuela que se encuentran sin luz. No importa cuándo lo diga yo o cuándo lo lea usted. Esto siempre está sucediendo.

Y no faltará quien responda que eso no es noticia, lo cual es cierto. Este es el pan nuestro de cada día desde hace ya años. Sin embargo, si ante algo debemos rebelarnos, es ante la pretensión aberrante de hacer pasar como “normal” algo que no lo es ni lo será nunca.

No nos podemos acostumbrar a la desidia, al deterioro ni a la mediocridad. Nos negamos, como se niega estruendosamente la gran mayoría de los venezolanos.

A través de nuestras redes sociales nos llegan dolorosos testimonios de esta tragedia, con sus innumerables consecuencias.

Desde El Tocuyo, en Lara, nos reportan de 4 a 5 horas diarias sin luz; mientras en Mérida totalizan hasta 15 horas al día sin el servicio, divididas hasta en 6 bloques por jornada, multiplicando la tortura de los lugareños.

Incluso Caracas, ciudad a la que se ha tratado de preservar de la tragedia por ser la capital y servir como una suerte de vitrina del país, está padeciendo un incremento en los cortes de energía recientemente.

Para agravar aún más las cosas no se da información previa sobre los cortes ni hay la menor planificación respecto a los mismos, o al menos nadie la conoce. Por ello ni siquiera se pueden tomar aunque sea las más elementales previsiones al respecto.

Y así sigue el rosario de quejas de la ciudadanía sobre las consecuencias de la inestabilidad y poca confiabilidad del sistema eléctrico nacional.

Comida que se pierde tras haber sido conseguida con esfuerzo, costosos aparatos eléctricos que se dañan, compromisos laborales que no se pueden cumplir, dinero que deja de ingresar, son entre otras, las consecuencias que sufren reiteradamente los venezolanos.

Ahora, lo padecen al ritmo de sarcásticos gritos, como “todo está normal” o “esto se arregló”. Y el compatriota promedio resiente a los privilegiados que pueden afrontar esta prolongada crisis sin fin con el recurso de una planta eléctrica en sus viviendas. Un lujo que está al alcance de muy pocos, quienes se pueden reír tranquilamente de lo que padece el resto de la gente.

Lo cierto es que la situación se viene multiplicando a los ojos de la ciudadanía, hasta configurar lo que podríamos llamar una nueva ola de cortes, que se multiplica a lo largo del país.

La situación hace temer a todos los venezolanos un regreso de los días de aquel tristemente célebre gran apagón de 2019, donde gran parte del país permaneció sin servicio eléctrico por varios días.

El responsable de la patronal Fedecámaras de Zulia, Ezio Angellini, le dijo a la emisora Unión Radio: «Pasamos tres horas en promedio sin luz en Maracaibo, y hasta seis horas en los municipios», en un momento en el cual la temperatura promedio en esa región es de 35 grados centígrados.

Mientras tanto, voceros que deberían estar encargados de resolver el problema insisten en denunciar un supuesto “nuevo ataque al sistema eléctrico nacional”. Señalan a integrantes de grupos delictivos de haber vandalizado equipos y ocasionar afectación del servicio eléctrico a varios sectores.

Sin embargo, no hay pruebas ni culpables. Y lo que es peor, el problema persiste e incluso se agudiza. Se trata de explicaciones rocambolescas y absurdas, que no se creen quienes las reciben y mucho menos quienes las dan.

El desatino es de tal calibre, que entre los mismos vecinos ha resucitado el tragicómico chiste de aquella iguana que estaría devorando el cableado eléctrico años atrás, apenas otra más entre tantas justificaciones descabelladas que hemos escuchado.

Una verdadera falta de respeto a la ciudadanía, que se merece funcionarios responsables, que den la cara, que solucionen o que al menos sean capaces de asumir con honestidad su propia incompetencia al abordar los problemas de los cargos para los cuales fueron nombrados.

Todos los buenos propósitos de mejorar a Venezuela y de convertirla en potencia quedan en el cajón de las buenas intenciones no cumplidas, cuando todos los que vivimos en este país sabemos que es imposible el más elemental acto de comunicación o de trabajo, esos mismos que son imprescindibles para progresar y prosperar.

Y lo más triste es que mientras más nos sumerjamos en esta espiral negativa de deterioro, más difícil será salir de ella. Más costará recuperar al depauperado sistema eléctrico nacional.

Mientras la sombra siniestra de la oscuridad impuesta por la desidia se apodera de Venezuela, no podemos menos que pensar que, en estos momentos de la tercera década del siglo XXI, lo verdaderamente revolucionario sería contar con un servicio eléctrico que al menos sea decente y que pueda merecer la confianza de las personas a quienes le sirve.


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