Cuando se enumeran los millones de venezolanos que se han visto forzados a emigrar y se cuantifican en un porcentaje, no debemos dejar de mirar más allá de esos guarismos. Tenemos que sensibilizar nuestros diagnósticos, partiendo del hecho cierto y conmovedor de que esas cifras encierran a millones de seres humanos, entre los que se contabilizan niños, mujeres, jóvenes y ancianos. Seres humanos que sufren una terrible crisis que bien ha descrito el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, al señalar que «no menos de 1 millón de niños están al margen de la escolarización en Venezuela, como consecuencia de la inestabilidad política creciente, que a su vez agudiza los problemas de índole económico y social».

Ese solo dato, verificable, de una organización que merece todo nuestro crédito como Unicef, da pie para hacer ver que no solo es de carácter económico nuestra crisis, sino también de naturaleza humana, pues así como se devalúa a velocidad astronómica nuestra moneda, se devalúa espantosamente la vida de las familias en nuestro país mientras perdure la usurpación de poder de Maduro.

Esa es la verdad, en medio de grandes mentiras y piruetas economicistas para seguir imprimiendo dinero inorgánico que sirve solo para aparentar que se están cancelando sueldos, misiones, aguinaldos y pagando los intereses de bonos relacionados con la gigantesca deuda externa en la que metieron a la nación tanto Chávez como Maduro, pero nada de eso detendrá la catástrofe, sino que más bien la va a acelerar día tras día.

Es la crisis con rostros humanos, como la de esos niños famélicos que cruzan el país petrolero por excelencia, de norte a sur y de este a oeste. Es la crisis en la que mujeres, sobre todo adolescentes, están siendo víctimas de «trata de blancas» en zonas como el oriente venezolano. Es la crisis con caras de ancianos que deambulan como sonámbulos tratando de conseguir la medicina que no pueden comprar, pero que tampoco hallan en las farmacias ni mucho menos en las instalaciones del Seguro Social.

Es la cara de miles de ciudadanos sometidos a juicios ilegales, mujeres y hombres que han estado girando nada más atravesar esa puerta que da vueltas y vueltas, en tanto y en cuanto le sea provechoso a las tácticas que emplea la narcotiranía para distraer. Así tenemos que mientras “liberan” a un preso político, capturan a otros más y torturan a los que siguen siendo pasto de esa crueldad que lidera Maduro en sus cárceles endemoniadas.

Maduro es inclemente, todos los integrantes de su corte son crueles porque «están cortados con la misma tijera». Así vemos que mientras devolvían a la calle al diputado Edgar Zambrano, que dicho sea de paso jamás ha debido estar secuestrado, Vasco Da Costa, según Ana María, su hermana, es sometido a una nueva tortura luego de que hizo pública la última golpiza que recibió en la cárcel militar de Ramo Verde. Como él, decenas de presos políticos son humillados mientras esperan otra mesa de juego, digo, de diálogo, para negociarlos como si se tratara de barajitas de intercambio.

Otra vez en los debates de la ONU, la crisis de Venezuela volvió a ocupar el menú de sus deliberaciones. En los múltiples informes que relatan esa catástrofe están reflejados los rostros de los venezolanos que padecen la hambruna, la violencia, los apagones, la carencia de agua potable, de trasporte público digno y asumen el riesgo de morir por falta de medicinas.

Esa es la historia negra que tiene que acabarse ya.


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