¿Qué se dice de las ratas cuando no se las asocia con las profundidades de las cloacas y alcantarillas; con el asco, el rechazo y el terror de un remoto e imposible contacto físico o se las ve abandonando el barco a punto de naufragio? ¿Qué comentarios suscitan cuando se las vincula con los gobernantes corruptos o personas indecentes?

Se dice que el ruido que hacen al roer es lo que les valió su nombre porque es onomatopéyico: su origen es incierto, no se sabe de dónde provienen. Algunos sostienen que pudieron haber sido un símbolo de amor porque parece que hace millares de años una rata se perdió o se encontró a sí misma al sufrir una terrible metamorfosis y apareció convertida en conejo, ágil, veloz y nervioso para desarrollar una legendaria capacidad reproductiva y hábitos que llaman la atención. Hoy suena a absurdidad.

A las ratas se les relaciona con los topos. La ciudad de Los Ángeles, al menos la zona donde vive mi hija Valentina, está plagada de topos. Viven bajo tierra y al cavar sus túneles señalan su huella dejando en la superficie la tierra de sus excavaciones. Son inofensivos pero parecen ratas.

En el IVIC la catástrofe venezolana obligó a las ratas del laboratorio a comer perrarina, lo que trastrocó o anuló las experiencias científicas. Se me ocurre que al decirlo estoy expresando de manera simple que la ciencia en el país venezolano dejó de existir.

Los simbolistas Jean Chevalier y Alain Gheerbrant se refieren al clásico análisis sobre el Hombre Rata que Freud dio a conocer: una criatura sucia, revuelta en las entrañas de la Tierra, con claras connotaciones fálicas y anales que se asocia con nociones de salud y dinero. Por esta razón ofrece una imagen de codicia, avaricia y siniestras y sospechosas actividades.

Pero dejemos a Freud en su fría casa de Viena o de Londres y observemos a esta rata que se mueve en la sentina y disfruta de las inmundicias y del mal olor, pero dispuesta a abandonar el barco, antes de que el capitán y la tripulación se percaten de la catástrofe que se avecina. ¡Nadie atina a explicarlo, pero las ratas saben que el barco va a naufragar!

Hay numerosas variedades de ratas, pero esta que estamos viendo es la más común. Mide unos veinte centímetros y tiene  una cola larga. Es voraz y consume grandes cantidades de alimentos que encuentra en despensas y almacenes. Es temible y peligrosa porque transmite enfermedades de espanto como la peste, la rabia, la fiebre amarilla. Apareció en Asia y llegó a Europa en el siglo XII, pero se hizo célebre entre los siglos XIV al XVI porque causó estragos y epidemias que asolaron al continente europeo.

El cine americano se solaza mostrando las ratas cada vez que algún guionista afiebrado asalta el banco, nos hunde en las cloacas de Chicago o de Nueva York y Bruce Willis o Chuck Norris nos obligan a chapotear en aguas podridas donde reinan las ratas que se dispersan alocadas mientras el dinero y los asaltantes, soprendentemente motorizados, escapan por los laberintos del inframundo.

Cuando desapareció el mercado parisino de Les Halles brotaron de sus entrañas ejércitos de ratas. Son tenaces. Desafían a quienes deciden su exterminio. ¡Vuelven! ¡Se reproducen! Hay millones que se desplazan debajo de las ciudades. Pero hay muchos tipos de roedores: la rata andina  que vive en Bolivia (¡la que huye a México y se protege con los capos, es otra!); la rata canguro que es insectívora y habita por igual en selvas húmedas o en las zonas áridas de Australia; la gris de agua, de campo y la gris de cloaca. Cuando niño yo era rata de sacristía, ayudaba al cura, me sabía en latín las oraciones, cantaba la misa de Angelis y furtivamente bebía en la sacristía el agrio y barato vino de consagrar.

Agrupadas en el barco que se va a pique las ratas son las primeras que desertan, prefieren echarse al agua y apostar sus vidas. Son feas y asquerosas; odiosas y arrastran consigo enfermedades y repugnancias. La cola larga y pelada es para muchos un símbolo fálico repelente e indeseable. Pero frente al naufragio perecen. Evidencian una decisión que los roedores del régimen militar son incapaces de asumir. Personalmente, no logro entender por qué las ratas del régimen no terminan de abandonar el barco. La solución al enigma sería que no son alimañas políticas sino traficantes de estupefacientes! Muestran menos apego a una ideología que no saben ejercitar porque sus ideas permanecen bajo los escombros de su ineficacia y yacen en el subsuelo de su propia ineptitud. No les importa el poder político; lo que les importa es el que le confieren las sustancias que trafican por la rampa cuatro presidencial del aeropuerto o por cualquier otra rampa de los delitos.

Los opositores que usan argumentaciones para exterminar a los roedores del régimen tampoco terminan de entender que son narcos despreciables y no políticos. Aceptar que deben cambiar sus estrategias y apoyarse con firmeza no en Donald Trump sino en la DEA. No es lo mismo expulsar o detener a unos delincuentes que expulsar o detener a unos políticos, así estén equivocados. Pero sea como fuere, habrá que hacerlo antes de que el barco termine de hundirse en las aguas color esmeralda del mar Caribe.


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