Muchas personas me preguntan en redes sociales por qué no pueden perdonar a sus parejas ni olvidar su infidelidad. Una infidelidad es “un rayón en el disco duro”, como dice Walter Riso. Te mueve el piso, como lo mueve el suicidio de alguien a quien amas. Te cuestionas todo, te deprimes, sufres un bajón en la autoestima y un gran etcétera. Pero si la pareja busca ayuda y admite “su parte en este pastel”, puede seguir la relación. Y, en ocasiones, crecer al superar el conflicto.

Indudablemente, existen personas que no pueden olvidar ni perdonar. En mi consulta he tratado a mujeres y hombres que, cinco años después de la infidelidad, siguen repitiendo lo mismo y haciéndole la vida imposible al otro. Y en otros casos, no son años, sino la vida entera reprochando. Y hasta en el momento de la muerte sigue el dolor… aunque nunca se divorciaron.

No estoy tratando de justificar la infidelidad. No lo necesita, es demasiado popular. Tampoco la estoy defendiendo. Es tan vieja como el planeta Tierra, y cada día tiene más adeptos, a pesar de las terribles consecuencias y desdichas que causa a implicados y no implicados, como es el caso de los hijos.

¿Por qué pasa?

Las personas que fueron abandonadas por papá o mamá, no resisten otro abandono. Y toda la rabia que tenían —o tienen— contra el que se fue, la descargan sobre la pareja que los engaña, traiciona o intenta sustituirla por otra. Es como si ese tema no resuelto de la niñez se sumara al presente.

Los terapeutas de parejas y familias sabemos que las personas “eligen” a alguien parecido a ese papá o mamá. Y repiten el patrón, queriendo superarlo o castigar al que abandonó. También es común en gente muy celosa, que creció en un ambiente de comparaciones o predilecciones de hermanos. Es como tener una herida abierta, que nunca ha cicatrizado y que alguien le eche limón agrio en abundancia.

Conozco casos de madres que mandan a sus hijas a “buscar a su papá y a confirmarles si estaba con la otra”. Y de padres que llevan a sus hijos a conocer a su amante, metiéndolos en un conflicto terrible de lealtad. Si le cuento a mamá, le fallo a papá; si no le cuento, le fallo a mamá.

No son solo tres posibilidades, sino muchísimas. Lo que sí está claro es que las heridas emocionales que no se cierran o curan con el tiempo, se pudren. A menos que su pareja sea un adicto al sexo, un Don Juan o playboy, en toda infidelidad ambos son responsables. Aunque el infiel lo sea más.

Cuando dos personas están bien no cabe un tercero. En las parejas siempre existen pequeños agujeros, así que cuide su cartón para que no le hagan bingo.

www.DraNancy.com


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