No hay peor ciego que el que no quiere ver» (ANÓNIMO)

Ya puede ir dándome las gracias porque lo que estoy dispuesto a hacer no resulta fácil. Cuando todos pensamos estar en posesión de la verdad, ponerse en el lugar del otro, ponerse en la cabeza del que piensa distinto (incluso, imagina cosas raras, conspiraciones subterráneas mundiales) implica cierto valor. En fin, voy a tomarme la molestia de leer su mensaje. Quiero entender el origen y la razón de sus teorías negacionistas. Para no engañarnos le digo de entrada que confío en la ciencia. También diré que desconfío de los iluminati y vendedores de humo. Poniéndonos los dos en situación (la suya), declaro que todos sabemos que somos nosotros, y solo nosotros, los únicos elegidos por la sabiduría y la verdad absoluta para la detección de intereses ocultos de hombres poderosos que quieren manejar nuestros destinos. Hombres y mujeres cuya obsesión mayor es hacerse con nuestras voluntades, quitarnos todo nuestro dinero y manipularnos a su antojo como marionetas. A Bill Gates, por poner un ejemplo, le preocupa saber qué leo, qué películas me gustan, qué tomo para desayunar, qué pienso en política, si voy a la iglesia, etcétera, porque así se genera el mercado y todos consumiremos los mismos productos. Esto aumentará con el tiempo los ingresos en bitcoins, petrodólares y euros del tío Gilito y unos pocos señores ricos y millonarios.

Al parecer el mundo funciona así. Lo triste del caso es que los médicos y el resto de personal sanitario tratan de hacer su trabajo que consiste en cuidarnos al resto, salvar vidas, desde lugares sagrados en los cuales uno llega con la única esperanza de salir cuanto antes. Así son las cosas. Nadie quiere enfermar. Los médicos nos ponen a salvo y, si todo va bien, nos dejan otra vez libres. La de estos hombres sí que es una tarea ingrata. Hay que tener vocación y valer mucho para recordar lo que vales aunque no te lo digan a menudo.

Una muestra de lo que piensan los negacionistas aparecía en El Independiente de agosto del año pasado: «Mientras el coronavirus sigue su escalada en España con miles de nuevos positivos cada día, el pasado domingo miles de personas irrumpieron en la madrileña plaza de Colón para reivindicar que «el virus no existe» y, por lo tanto, rechazan tanto el uso de la mascarilla como el resto de medidas sanitarias básicas para detener la expansión de la pandemia«. («Los terraplanistas del COVID: ´es un genocidio diseñado por gobiernos canallas«.- 22.08.2020). A medida que leemos el artículo de Ana Belén Ramos nos damos cuenta de la repetición del ideario del buen negacionista: las mascarillas no sirven para nada, las PCR son falsas y podrían estar contaminadas, las vacunas inoculan sedantes para adormecer la voluntad de las personas vacunadas. En fin, yo decía ahí arriba que confío en la ciencia, pero es preocupante la existencia de una Plataforma de Médicos por la Verdad que defiende las teorías negacionistas. Supuestamente todos los médicos poseen un conocimiento científico serio. Es lógico pensar que los médicos hacen el bien, cuidan a los pacientes. Unos serán fumadores o no, de derechas o izquierdas, protaurinos o antitaurinos, feministas, no feministas; más médicos por encima de todo.

Mientras tanto, unos seguimos siendo cautos con la pandemia de la covid-19 y otros descreídos. Curiosamente, sin poder evitarlo, el refrán que adorna mi columna de hoy admite ambas opciones.

 


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