Yo no viajo para ir a ninguna parte, sino por ir. Por el hecho de viajar. El asunto es moverse” (Robert Louis Stevenson).

Curiosa forma de referirse al viaje esta de Stevenson. Y puede que esté en lo cierto. Tengo que confesar que soy un viajero impenitente, me encanta viajar. Y no necesariamente a tierras lejanas. Es cierto que conozco gran parte de Europa, incluso que hay ciudades europeas en las que he estado más de una vez, incluso más de dos y más de tres, pero realmente, y huyendo de tópicos baratos, a mí lo que más me gusta es viajar por España.

Sin ánimo de hacer proselitismo, nuestro país es maravilloso; reúne, habitualmente, belleza natural, ciudades maravillosas, pueblos de cuento, cultura, gastronomía y buen clima. ¿Qué más se puede pedir? Si, además, te puedes expresar en tu propio idioma, pues miel sobre hojuelas.

Es verdad que cada uno valora de diferente manera todas estas ventajas, pero todas en conjunto, independientemente de cuáles sean tus preferencias, son las que acaban configurando el viaje. Yo, por ejemplo, he de reconocer que me pierde la arquitectura religiosa. Allí donde hay un templo, ahí estoy yo. Me sobrecoge, al margen de connotaciones religiosas, pensar cómo se ha podido levantar semejante estructura con los medios que tenían. Esto lo retrata muy bien Ken Follett en su obra más popular, Los pilares de la tierra, en la cual nos va narrando cómo varias generaciones levantan una catedral. Se habla mucho de las pirámides de Egipto, que, con perdón de los egiptólogos, no dejan de ser un poliedro. Un poliedro grande, eso es cierto; Pero les invito, como yo he hecho este fin de semana, a visitar la catedral de León, la de Palencia, Santo Toribio de Liébana, y una lista que no cabría en este texto. Eso sí es majestuoso, pero no lo ponderamos porque lo hemos hecho nosotros.

Somos un pueblo magnífico, de vez en cuando, nos conviene recordarlo.

Al margen de todo esto, si hay algo que se suele dar en todo viaje es una suerte de anécdotas, de momentos absurdos que, de alguna manera, quedarán en tu memoria por los siglos de los siglos, amén. Y este viaje no ha sido para menos. De todas ellas, la más destacada merece la pena contarla aquí.

Nos encontrábamos en Palencia, mi mujer y yo, este pasado domingo. He de decir que, aun a riesgo de molestar a alguien, a mí con quien me gusta viajar es con mi mujer; pero no con mi mujer y más gente, sino con mi mujer solo. No me pregunten por qué, en cuestión de viajes estamos de acuerdo en todo, tenemos objetivos comunes y disfrutamos de las mismas cosas. Que conste que hay veces que, como dice Joaquín Sabinael lunes, al café del desayuno, vuelve la guerra fría”, pero en los viajes somos uno.

Ciertamente, también nos complementamos. Por lo general, cuando llegamos a un lugar nuevo, yo elijo los objetivos, salvo en lo gastronómico, y ella, que siempre se ha orientado mejor que yo, que me pierdo hasta en mi casa, se encarga de localizarlos. Es verdad que con el Google maps esto ha perdido parte de su encanto. Recuerdo que, hace algunos años, lo primero que hacíamos al llegar a los hoteles era pedir un mapa de la ciudad. Si, un mapa en papel. Probablemente los millennials que estén leyendo esto no hayan visto uno en su vida, pero tengo que decir que hasta del metro se hacían planos en papel.

Pues mi mujer es la del mapa. Aún al día de hoy, no me pregunten cómo, suele hacerse con uno. Cabría pensar que su segunda opción, cuando no encuentra en el mapa lo que está buscando, es recurrir al Google maps; pues no. Su segunda opción, y a veces incluso la primera, es preguntar. Si, preguntar a algún paisano o paisana, que tenga pinta de ser de por allí. Es cierto que, según la sabiduría popular, preguntando se llega a Roma, pero no es menos cierto que el navegador del móvil no te da la turra. Se limita a indicarte el camino y no te cuenta su vida, ni la de toda su familia en según qué casos; no quiere hacer amistad contigo ni echar la tarde; Por el contrario, si das con la persona equivocada, o idónea, según se mire, te puedes llevar de regalo una visita guiada, como el otro día nos pasó en Palencia.

Hay que decir que Palencia, para los foráneos, puede parecer a primera vista una ciudad muy pequeña, sobre todo si, como es nuestro caso, eres de Madrid, así que, a las pocas horas de estar allí, ya teníamos la impresión, equivocada sin duda, de haber visto todo o casi todo. De este modo, se nos ocurrió ir a visitar una iglesia, la de San Miguel, en la ribera del río, donde se cuenta que el Cid Campeador se casó con Doña Jimena. El hecho en sí ya merece la visita, así que para allá fuimos.

Increíblemente, dimos con ella sin preguntar, y sin mapa de papel, porque yo, al contrario que mi mujer, si confío ciegamente en Google maps, lo cual me ha dado algún que otro susto, todo hay que decirlo. Pero en esta ocasión, llegamos a nuestro destino, sin incidentes.  Así que, una vez vista dicha iglesia, cerrada, por cierto y tomadas algunas fotos para documentar el momento histórico, decidimos que lo mejor sería volver al centro, pero dando un rodeo por la ribera del Carrión.

La idea parecía excelente, y lo era, hasta que movida por una fuerza interior irreprimible, como le ocurre a Marty McFly cuando le llaman gallina, mi mujer vio a una paisana que paseaba por allí y decidió que lo mejor era preguntarle cómo llegar a la catedral desde allí, sin tener en cuenta que la torre de la catedral se divisa desde prácticamente cualquier lugar de Palencia.

Intenté reprimir su instinto primario, pero no llegué a tiempo. Antes de que pudiera darme cuenta, mi mujer ya le había preguntado a la paisana, una mujer joven de unos treinta años, calculo yo, quizá menos.

Aún no se cómo ocurrió, pero lo que iba a ser una simple explicación del tipo “ tiráis hasta el puente y luego a la derecha”, se convirtió en media hora de paseo por lugares de Palencia que, si bien es cierto que de otra manera no hubiéramos conocido, no es menos cierto que perfectamente nos habíamos podido quedar sin conocer, tales como un embarcadero muy bonito que no vimos por la total ausencia de iluminación, un barrio del extrarradio que no pienso volver a pisar y una presa que incluso ella, oriunda del lugar, confesó que no había visto en su vida.

Tengo que decir que hubo momentos, en la más absoluta oscuridad y soledad, que pensé, que ambos pensamos, que esta muchacha tenía varios cómplices que, como poco, nos iban a dejar en pelotas, si no nos cortaban el cuello y nos arrojaban a la susodicha presa. No obstante, salimos indemnes de la situación, no sin antes conocer detalles de la vida de Perla, que así se llamaba la muchacha, que si bien pudieran ser interesantes, nosotros no teníamos, en principio, interés por conocer.

Al final, después de haber pensado, en varias ocasiones, que nuestros cuerpos degollados iban a aparecer al día siguiente flotando en el Carrión, volvimos a la civilización donde, al fin, conseguimos despedirnos de Perla, que por otro lado tengo que decir que fue tremendamente amable y generosa. Mucho más de lo que dicta la razón, incluso las buenas costumbres, pero amable y generosa en fin. Y nos fuimos a cenar, felices de estar vivos, con la seguridad total de que, aunque no supiéramos ir al hotel y ambos nos quedásemos sin batería, antes nos pasaríamos la noche en un banco que volver a preguntar a un palentino, o a una palentina.

De cualquier modo, y dicho sin acritud, es satisfactorio conocer que hay personas capaces de echar la tarde contigo, por el mero hecho de que les hayas preguntado cómo se llega a algún sitio. Desde aquí, Perla, si llegas a leer esto, te lo agradezco, y espero que tu futuro viaje a Madrid para ver las luces de Navidad sea satisfactorio; que tu trabajo, aunque temporal, en la biblioteca pública te resulte llevadero; que tu madre no te dé la paliza porque sales sola a andar de noche y un día te puede pasar algo, que si te vuelves a encontrar con Marta Domínguez la saludes de nuestra parte y que lo pasases bien con ese amigo con el que habías quedado el otro día, cuando nos cruzamos en tu camino. Todo ello, en serio, con cariño.

Así que ya saben. Utilicen el mapa, el navegador, guíense por las estrellas o cómprense una brújula.

Pero, si pueden evitarlo, no pregunten; No pregunten…

@elvillano1970


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