Hoy no hablaré de una película, de una serie o de un documental, como es costumbre en esta columna.

Reseñaré, siendo coherente con la naturaleza del espacio asignado, la digna respuesta del ciudadano para responder a la crisis y la censura, desde sus redes sociales.

Hemos visto proliferar, no por casualidad, el reporterismo civil de venezolanos hastiados de las colas por todo, pero específicamente de las tristes y largas filas de carros que esperan surtir la gasolina iraní, a precio de mercado negro.

Los videos de la gente revelan el cansancio y la frustración por el modelo de gestión de Maduro.

Una señora sube molesta por la autopista del este, en dirección a la bomba de La Trinidad. Su pulso es firme y rueda un plano secuencia en vertical. No hay cortes, ediciones o montajes. Al mismo tiempo, ella conduce y comenta el absurdo de la nueva anormalidad, criticando la actitud pasiva de los usuarios y el avieso oportunismo de los militares, quienes administran el negocio opaco.

La fuente, por razones de seguridad, se reserva el derecho del anonimato, manteniéndose en un discreto fuera de campo.

Así las autoridades del régimen no pueden identificarla, desaparecerla y apresarla en  un calabozo del Sebin. Una práctica habitual de la inteligencia y de los cuerpos de represión del no Estado. Es una técnica cubana aplicada en Venezuela por la usurpación.

Pero igual, los periodistas y los denunciantes espontáneos no se dejan intimidar, siguiendo con las grabaciones de injusticias, atropellos y abusos.

De tal modo se crea un nuevo tejido de resistencia mediática, entre los canales tradicionales de oposición y los emisores alternativos de las comunidades.

El tema, por supuesto, cuenta con antecedentes mundiales y nacionales. Gracias a la valentía de infiltrados, se lograron captar imágenes crudas de los campos de concentración y las cámaras de gas.

El archivo, posteriormente, fue utilizado como prueba y evidencia en los juicios contra los nazis.

El coraje de individuos solidarios permitió conocer la violación a los derechos humanos de Rodney King y George Floyd, mientras eran víctimas de brutalidad policial.

La publicación de ambos sucesos cambió el curso de la historia, generando una ola de rechazo global frente al racismo. Todavía estamos por medir el impacto de lo acontecido en Estados Unidos los últimos días.

De cualquier modo, el monitoreo y la vigilancia mutua sirven para exponer los delitos y los crímenes, al margen de su origen.

No en balde, las plataformas digitales también ayudan a identificar a los saqueadores, piratas y bandidos que causan disturbios, con intereses partidistas e ideológicos, en nombre de la libertad.

La protesta pacífica se altera cuando bandas de progres y agitadores destruyen negocios, delante de las cámaras. Los tapabocas y las mascarillas encubren a los bandidos y maleantes de ocasión.

De vuelta al país, observamos un panorama sombrío y desalentador.

La tristeza inunda las calles y las urbanizaciones, remedando los ambientes vacíos de los cementerios y los atascos hostiles de los estacionamientos criollos.

La patria muere de mengua y de coma inducido, por la inyección de miedo y de naturalización del caos.

Carentes de combustible y de futuro, es ingenuo pensar en un proyecto de restaurar la ilusión de los autocines. Pinta bonito en el papel, pero es materialmente inviable. ¿Conseguirá el permiso de Roque Valero, principal aniquilador de los sueños de la industria local?

Cualquiera sea la respuesta, no pare usted de grabar.


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