Finaliza el mes de junio de 2023 y con él una de las experiencias más enriquecedoras en materia de aprendizaje que he tenido y que jamás antes hubiera imaginado.

Hace poco menos de un año que estábamos llevando a Roberto Emmanuel con apenas cuatro años de edad a su primer día en el segundo nivel de preescolar, al cual se enfrentaba sin ninguna experiencia previa de escolaridad, ello debido a la muy particular situación generada por la pandemia que nos afectó a todos en la manera de interactuar y en el caso particular de los preescolares en tan importante etapa como lo es la de sus inicios en el proceso de formación.

No obstante tales situaciones y que carecía de preparación escolar formal previa, gracias a la enseñanza recibida por su mamá en todos los conocimientos propios de los niños de su edad, ingresó directo en segundo nivel, no resultándole difícil adaptarse al nivel de aquellos niños con experiencia.

Aún recuerdo la tensión durante la primera mañana y la sorpresa ante la falta de la mínima señal de llanto, ni en la llevada ni la buscada, totalmente diferente a los llantos y berrinches del tercer y cuarto día, cuya intensidad fue tal que a su mamá y a mí nos invitaron a la dirección en cuya reunión surgió como interesante propuesta de la directora académica: «Hagamos un experimento… que lo traiga solo papá», la que en modo alguno podía declinar; así empezó entonces desde ese día un muy especial ritual que además de llenarnos de «energía y buena actitud» para iniciar el día desde que paso a buscarlo a primera hora en la mañana, con las conversaciones y juegos que hemos creado con personajes imaginarios con los que aprendemos desde los números, países, idiomas, y otros temas en el trayecto hasta el preescolar, personalmente han generado algunas reflexiones que considero de interés compartir.

También producto de dicha serindípica condición  de padre, «papabuelo» por cuestiones de edad para ser más preciso y la situación que me ha llevado al ritual de alegre aprendizaje, es necesario destacar que de manera pseudo intencional y cuasi voluntaria, ya que nadie inscribe a sus hijos en un preescolar con tal finalidad, he resultado ser miembro del Comité Académico del Consejo Educativo, algo que jamás hubiera pensado, pero jamás, es más, hay quienes pueden dar fe de que hasta fama de antiniño gozaba, capaz hasta de promover alguna clase de emprendimiento que mantuviera los niños muy aparte de los adultos para que no los perturbasen, algo así como una suerte de jaulitas para niños con su conexión a Internet para que puedan mantenerse hipnotizados con sus tabletas. (Si bien no sería necesario decir que el último comentario fue a modo jocoso, en cierta manera ha de hacerse ante la existencia de quienes se sienten altamente afectados y hasta ofendidos por esta clase de comentarios, lo que de alguna manera tiene que ver con las reflexiones aquí expuestas).

Pues ocurre que como miembro del Consejo Educativo, además de tener conocimiento de lo que usualmente ocurre en la organización educativa sobre las actividades a ejecutar, su organización y presupuesto, lo que en efecto es muy importante, he tenido la gran oportunidad de observar desde una muy particular perspectiva más allá de cómo lo hace un padre o un educador, la interacción de los niños y sus códigos, y la manera espontánea cómo conciben la formación de las normas que rigen esa interacción, que evidentemente es la de juegos, de cómo van formando lazos e identidades, lo que me ha resultado personalmente impactante.

Cumbre de esta inesperada labor, que catalogo más de aprendizaje que de colaboración, fue el poder participar en la actividad de fin de curso de los niños, en la que los padres no asisten, y al día  siguiente la «graduación» de los niños de preescolar que pasan a otra muy importante fase de su vida como lo es el primer grado, ambos acontecimientos que para muchos adultos, padres incluso, y me confieso entre ellos, desconocemos (para mí hasta hace pocos días) su importancia en la formación de las personas, de los ciudadanos de hoy, no del futuro, los niños son ciudadanos hoy, del presente, no del futuro, los del futuro serán sus hijos y nietos por venir, ellos existen y valen ya.

Resulta impresionante y por demás maravilloso observar cómo estas personitas, de la manera más intuitiva, tienen desde ya esa idea de identidad y pertenencia entre sí, los de preescolar P1, P2 y P3, respecto de los más pequeños como los de maternal y maternal avanzado, así como de los de primer grado, si pertenecen a sección A y B, sus propios sistemas de orden, categorización, sus edades, estaturas, el número de niños y de niñas, sus identificadores, la noción de amistad y compañerismo, la de buen comportamiento, propiedad de sus bienes y el respeto de lo ajeno, responsabilidad por sus tareas, la idea  de «autoridad» de las maestras, directores y trabajadores de la institución, incluso saben quiénes somos los padres de cada uno de ellos, algo que muchos de nosotros no.

Tienen apenas entre 4 y 7 años y tienen una conciencia de sí mismos,  sus entornos y sus roles que por lo general menospreciamos y perdemos la oportunidad de potenciar sus habilidades, mientras que muchas otras veces los dejamos a la deriva mientras aún son susceptibles de recibir influencias que limiten, restrinjan o desvíen la formación de su personalidad, carácter e identidad general.

Solemos escuchar hasta la saciedad que los niños son nuestro futuro, pues no… eso no es así, y disculpen si me presento contrario a esa idea harto conocida y nadar contracorriente, ellos no son para nada el futuro, son el presente, un presente más vivo que nunca. Ya desde esa edad son más ciudadanos que nunca, y más importante y preocupante a la vez, son más consumidores que nunca, consumidores de productos, de servicios, y lo más peligroso, de ideologías, por eso vemos los grandes esfuerzos de emporios de tecnología y electrónicos, de deportes, de juguetes, de entretenimiento, de películas y parques temáticos, de negocios de comidas rápidas, y tantos otros dirigirse hacia ellos, a sabiendas que muchas veces como sus padres descuidamos y subvaloramos la educación en tan importante edad y que no ha de circunscribirse necesariamente a los programas formales u oficiales, muchos de los cuales constituyen más parte del problema que de la solución, especialmente en sociedades en las que la preeminencia de la educación como derecho fundamental lejos de formar ciudadanos libres y críticos, aspita tener siervos dóciles y obedientes, y claro como no, ilustrados, si es posible.

Observo  a los niños y resultante imposible no pensar en tantos mensajes y narrativas, muchas de ellas veladas mediante fachadas  cosméticas de sectores públicos y privados con no otra intención que la manipular el proceso de formación de identidad en todos los aspectos, de creación de pensamiento crítico, así  como las nociones esenciales de libertad y responsabilidad con que debemos contar los ciudadanos de una sociedad libre y democrática, tanto nosotros, que somos el pasado, aceptémoslo, como ellos que son el presente.

Preocupante es ver cómo desde múltiples espectros y ámbitos son bombardeados los niños, y nosotros, con mensajes que no tienen otra intención que la de frustrar esa formación de identidad, mensajes  y contenido que es replicado consciente o inconscientemente por su entorno, desde y hacia diversos sentidos y posturas, muchas de ellas absolutamente extremas entre sí, pero que lejos de anularse lo que hacen es crear en nuestra sociedad, y en los niños más aún, una cultura completamente acrítica, de la ciega obediencia y acatamiento a simple órdenes carentes de cualquier justificación, que más allá de las mejores intenciones en muchos casos, crean personas no capaces de discernir, de entrenarse desde sus primeros pasos en la eterna tarea de la preparación personal a ser creativos, y más importante, ser libres y responsables.

Durante los recientes años para mí han sido objeto de especial atención los procesos de formación del pensamiento crítico y pensamiento creativo, y como nos es menester para progresar como sociedad el superar tantas taras que nos mantienen en una de las épocas que considero más oscuras de la humanidad no obstante la gran cantidad de adelantos tecnológicos, personalmente convenciéndome que ello no será posible sin abandonar la cultura de la autoridad y la cultura del abuso imperantes, sustituyéndolas por la cultura de la justificación y la cultura del respeto y la responsabilidad, nada de lo cual se enseña con los actuales sistemas  educativos, lo que nos obliga a su ve a repensarlos profundamente, repensamiento que es extensible tanto a Estados que consideramos desarrollados como a lo Estados Fallidos en los que muchos de nosotros vivimos, o bien sea en instituciones de educación pública o privadas, todo lo cual se agrava en los casos en los que se asume tal importante misión como prioridad del Estado, lo cual me hace recordar una frase una vez  en una entrevista solase que más o menos va  así: «La educación de nuestros hijos es un tema de tanta importancia que es una total irresponsabilidad confiársela a los Estados».

Necesario como primer paso en este repensamiento es tomar conciencia de que los niños, principalmente los de edad preescolar y básica, son los destinatarios de las indebidas influencias que afectan su identidad, creatividad y pensamiento crítico, y que no siempre provienen de esos personajes malvados que nos refieren las noticias, películas y más recientemente redes sociales e iluminados «influencers», por supuesto que también los hay, sino de aquellos que con las mejores intenciones genuinamente queremos lo mejor, es decir nosostros  sus padres y familiares, pero que muchas veces con ese afán de querer imponer estándares, modelos y creencias que creemos se identifican con los principios, valores, instituciones y normas que consideramos adecuadas, lejos de potenciar sus habilidades las frustran.

Como no es difícil de concluir, no estamos ante una fácil situación, más cuando estamos en la necesidad de asumir que en los actuales momentos de rápidos cambios y de tecnologías que son verdaderamente disruptivas en la manera como interactuamos los humanos en esta llamada era de la transformación digital, probablemente sea absolutamente nada lo que podamos enseñar a nuestros niños hablando en términos tradicionales, sino más bien aprender no de ellos sino con ellos sobre gran cantidad temas que son esenciales para la humanidad y que van desde el contenido más científicamente especializado hasta los más abstractos, y que lo hagamos con pensamiento crítico y más importante aún, teniendo como finalidad la libertad y la dignidad humana.

Valga mencionar que casualmente el día previsto para la publicación de este artículo, viernes 28 de julio de 2023, expondré conjuntamente con el profesor Robinson Rivas en la Escuela de Computación de la Universidad Central de Venezuela, en una actividad promovida por el preescolar de mi hijo, el apasionante tema sobre la necesidad de repensamiento de la educación en la era digital y cómo los niños aprenden con la tecnología, todo ello para el desarrollo del pensamiento computacional, lógico, crítico y creativo de nuestros hijos, y que con ello podamos todos apuntar a sociedades en las que la cultura del respeto y la responsabilidad sean los regentes de sus ciudadanos.

¿Y mientras tanto qué?

Mientras tanto cada mañana, sin importar las preocupaciones diarias, las complicaciones de nuestra sociedad, el cansancio del día anterior, o noche  de ser el caso, tener que despertar temprano y vaya a buscar a mi hijo para llevarlo a su escuela, exclamaremos la mágica expresión que creamos durante nuestro primer año de preescolar para llenarnos de ánimos y superar cualquier dificultad y que hoy compartimos con ustedes.

¡Energía y Buena Actitud…!

Tengan buena vida


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