Solidaridad, esa antigua manifestación de la unidad, de nuestro instinto gregario, luz que nos ha mostrado el camino del apoyo mutuo, es la real opción ante la peste china que mantiene encerrado al planeta. Este virus es una expresión por excelencia de la miasma política, y más aun de la que se origina en la llamada izquierda o visión “progresista”, tal vez es mejor decir políticamente correcta, que ahora también mantiene en un cepo al mundo. Casi todos se cuidan de lo que dicen, publican o escriben ante la guadaña que blanden los celotas de la corrección. Tal vez por eso muchos callan frente al origen de este espeso sudario que ahora arropa a la humanidad, aunque con menos intensidad a ellos por lo que se puede atisbar por los entretelones de la férrea censura amarilla.

La corrección política es la que bajo la excusa del machismo derrotado impone un feminismo enfermo y descolocado que muchas veces es manejado por habilidosos resentidos, como está ocurriendo, por citar un solo ejemplo, con Woody Allen y su inquisidor hijo, Ronan Farrow, quien logró que la “gran editorial” Hachette dejara de publicar sus memorias, Apropos of Nothing. Afortunadamente Arcade Publishing no cayó en la trampa de lo “correcto” y podremos leer al músico-cineasta-guionista.

Vivimos sumergidos en una guerra cultural de la que no terminamos de ser conscientes. Por un lado están los guerreros de la ya citada “corrección” y por el otro los patriotas de la paranoia, en medio los ciudadanos asistimos inermes a un combate en el que se nos exige silencio y asentimiento. La castración debe ser absoluta. En agosto del año pasado el muy comedido, pero inversamente proporcional brillante, José Balza en un texto publicado por Cuadernos hispanoamericanos, definió lo que vivimos, y con ello fue agorero de estos días: “La política, hasta en aquello que pasa desapercibido, es la grieta ideal para iniciar o lograr la separación”.

Se juega a separarnos tal vez por aquella frase, atribuida al emperador romano Julio César, de: Divide et impera. Así vemos el juego macabro con que se trata de obtener réditos políticos y económicos  de una situación en la que la solidaridad debiera imperar. Los supermercados que suelen aturrullar con ofertas de todo tipo rebajando sus precios para atraer a los consumidores las eliminaron, y más bien incrementaron los precios de todos los productos. ¡Cuando más falta hace que los reduzcan! Nicole Hao, de The Epoch Times, publicación dedicada a publicar sin censura información de lo que ocurre en China, aseguró en una nota que “han surgido pruebas de que las autoridades chinas han comprado miles de millones de mascarillas, así como cientos de toneladas de otros suministros médicos fundamentales en todo el mundo. Mientras tanto, China, que es uno de los principales fabricantes de esos suministros médicos, ha dejado de exportar desde enero, justo cuando el brote en China se agravó”.  La redactora abunda en detalles al respecto y asegura que la sevicia amarilla llegó al punto de que “las empresas chinas negociaron con los principales fabricantes internacionales y les pidieron que vendieran o donaran sus existencias a China”; y esa es una de las razones del actual desabastecimiento de materiales y equipos para enfrentar la pandemia.

No olvidemos que los voceros mundiales de la salud jugaron a que no pasaba nada. Pero, ¿qué podemos esperar del etíope Tedros Adhanom, actual director general de la Organización Mundial de la Salud, si en su propio país ocultó los datos de las epidemias de cólera que cíclicamente afectan a esa desolada nación? Dato al margen: este caballero fue propuesto a dicho cargo por el entonces presidente etíope Hailemariam Desalegn, hombre de “avanzada” por supuesto. Y fue así como la organización encabezada por el señor Adhanom aseguró, en Twitter, que no había evidencias de que el covid-19 se transmitiese de persona a persona. Creo que el personaje queda retratado a cabalidad.

Se trata de convertirnos en un archipiélago de incomunicados, se busca imponer las verdades oficiales al costo que sea. En su artículo más reciente Mario Vargas Llosa hace referencia a “ciudadanos críticos, recelosos de las mentiras oficiales de ese arte supremo del mentir que es la política”.  No son extraños en estos días los disfemismos con que los santurrones paladines de la unidad y los ya mentados celotas de la corrección cubren a quienes pedimos claridad. La transparencia, extraña ave de vuelo extraviado en nuestro país, debe ser condición sine qua non para cualquier proceso de recuperación de la democracia perdida. La opacidad, autóctona sabandija de reptar permanente en nuestras realidades, debe ser exterminada de una buena vez.

© Alfredo Cedeño

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