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Dad al Poder Ejecutivo todo el poder posible, pero dádselo por medio de una Constitución. Lo peor del despotismo no es su dureza, sino su inconsecuencia, y solo la constitución es inmutable” (Juan Bautista Alberdi).

Cuando hace 45 años las Cortes Generales y el posterior referéndum aprobaron la Constitución española, que más tarde fue sancionada y promulgada por el Rey Juan Carlos I, los españoles tuvieron la constancia de que la llamada transición había llegado a su fin.

La Constitución otorgaba una norma, de pleno derecho, que a partir de entonces iba a regir nuestro ordenamiento jurídico, tal como figura en su artículo 1.1 que reza: “Un estado social y democrático de derecho que propugna como valores superiores del ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”.

La Constitución española trataba de ser, y fue en su origen, una digna representación de lo que promulgaba su artículo 1. Los siete ponentes que se encargaron de su redacción, los llamados Padres de la Constitución, representaban, de forma proporcional, las distintas sensibilidades del panorama político español en 1978.

Por Unión de Centro Democrático, partido de gobierno durante la Legislatura Constituyente, Gabriel Cisneros Laborda, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo.

Por el Partido Socialista Obrero Español, principal partido de la oposición, Gregorio Peces-Barba Martínez.

Por el Partido Comunista de España, Jordi Solé Tura.

Por Alianza Popular, Manuel Fraga Iribarne.

Por las minorías catalanas y vascas, Miquel Roca i Junyent.

Ya en su origen, a través de sus ponentes, concretamente de Miquel Roca y Jordi Solé Tura, implícitamente se reconocía que, en palabras de Gregorio Peces-Barba, “España es una Nación de naciones y de regiones diferenciadas”, que según Jordi Solé-Tura indicaba que “la unidad de España se pudiese conciliar” con tal realidad.

Estas opiniones se plasmaron en su artículo 2, que dice que “La constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de todos los españoles y reconoce el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran”.

Hoy, 45 años después, asistimos no con estupefacción, pues esto se veía venir desde la entrada al poder de Pedro Sánchez y, más concretamente de sus aliados de coalición de la ultraizquierda, pero sí con una impuesta e impostada resignación a la disolución de los principios básicos de nuestra Constitución.

La libertad, mancillada por el gobierno que más leyes ha promulgado, en su mayoría no solo inútiles, sino agresivas y perjudiciales no solo para los que no nos sentimos representados en ellas, sino también, y lo que es más grave, para aquellas minorías a las que pretendidamente iban a favorecer. Este ha sido el gobierno que ha obligado no solo a la censura, sino a la autocensura, con el fin de no sufrir las consecuencias de salirse de la doctrina oficial.

La justicia, cuya independencia del Ejecutivo se ha visto mancillada y anulada casi en su totalidad, desde el momento en que Pedro Sánchez ha decidido amnistiar a los criminales, traidores a España, condenados en sentencia firme por los tribunales, para mantener su infausto culo en el escaño que le acredita como presidente de una nación, España, a la que desprecia profundamente.

La igualdad, que ha destruido otorgando a los catalanes y vascos competencias que no les corresponden, con beneficios fiscales que se han encargado de dividir a los ciudadanos españoles entre los que llevan la sartén por el mango para la continuidad de Sánchez y los que no, favoreciendo a aquellos que pueden decidir su permanencia y entregándose como una meretriz a sus requerimientos más obscenos.

Y, por supuesto, el pluralismo político, aunque ahora florecen los partidos residuales como los hongos entre la escoria, anulando todas las sensibilidades que no le son afines, recurriendo como es su costumbre a las cloacas de la democracia.

Así pues, los fastos de hoy no son un homenaje a la Constitución, que este presidente ha pisoteado y ninguneado hasta convertirla en un residuo de lo que fue. Los fastos de hoy son un funeral de Estado para nuestra Constitución, que ha fallecido este 2023; o más bien, ha sido asesinada.

No hay nada que celebrar.

@elvillano1970

 


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