No Hard Feelings del director Gene Stupnitsky, es una comedia a la vieja usanza de los años ochenta. Pero, además, es una versión singular sobre el comentario social y el humor como recurso simbólico. Una apuesta arriesgada en la que la actriz Jennifer Lawrence logra salir triunfante. 

En No Hard Feelings del director Gene Stupnitsky, la comedia es un vehículo para algo más profundo e intuitivo. Un paso arriesgado luego de décadas en que el hacer reír cinematográfico se volvió necesariamente paródico o en el mejor de los casos, absurdo. Pero la cinta tiene un sentido del subtexto profundo, que sorprende. Al narrar su historia, no renuncia a las risas, ni tampoco a la necesidad de convertir su trama en algo más elaborado que un conjunto de tópicos graciosos. De hecho, a medida que avanza es evidente que el filme se concentra en varias dimensiones de la realidad. Desde la noción del amor contemporánea hasta la percepción de las diferencias sociales en un mundo esencialmente duro y hostil. La cinta es mucho más profunda de lo que parece y sobre todo, tiene más capas de análisis de las que podrían adivinarse por su premisa inicial.

En buena medida, esa densidad sugerida proviene del personaje de Jennifer Lawrence. La actriz convierte a su Maddie Baker en algo más que el estereotipo obvio de la chica pobre que sale a flote con esfuerzo. En lugar de eso, la intérprete construye un personaje que no se consume en prejuicios, sino que observa la riqueza y la ostentación como un espacio incómodo. Hay algo dolorosamente realista en la forma en que Maddie contempla a los turistas adinerados que acuden en masa a las playas de Montauk, lugar en el que vivió y extraña. Lawrence, veterana en personajes con mundos interiores curiosos y tensos, crea, esta vez, un paisaje de desesperanza mundana. Maddie sabe que es pobre, que no tiene dinero incluso para llegar al fin de mes y que su vida se ha convertido en un caos de deudas por pagar. Pero no culpa a otros por algo semejante, sino que observa su vida como un cúmulo de piezas desordenadas.

Con todo, la frustración hacia la posición social que no puede alcanzar no se pasa por alto, sino que se convierte en algo más interesante. Maddie está furiosa y agobiada. Pero los múltiples motivos de ese enojo contra el mundo que le rodea tienen poca relación con la idea de una lucha social, un enfrentamiento de clases o cualquier tema moralista. Más allá de eso, está la pérdida de la identidad, la deshumanización y el miedo a la pobreza, por lo que ganar dinero es “quitar algo” a un estrato superior. El guion transforma ese delicado equilibrio entre la burla y la sátira, en un cruel, extraño e inteligente sentido del humor. Hay risas abundantes en esta historia de amor que no pretende serlo. Pero a la vez, la sensación constante de que hay un reducto oscuro que palpita, se manifiesta y se muestra, en pequeños fragmentos de información que la película utiliza como un trasfondo inesperado.

Hacer reír es un trabajo complicado 

Pero esta es una comedia y hacer reír es prioritario. Y la cinta lo consigue. Lo que comienza por un anuncio incómodo en Craigslist — padres que buscan a una mujer que “salga” con su hijo, socialmente torpe — termina como algo más elaborado. No solo por el hecho de que extrapola la idea del dinero  —Maddie recibirá un auto por su “colaboración”, algo que requiere como conductora de Uber—  a la necesidad insatisfecha, sino por permitir al personaje profundizar en un tipo de ironía brutal. Es entonces que la película alcanza su punto más alto e interesante.

Luego de aceptar el trato y conocer a Percy (Andrew Barth Feldman), su pareja estipulada, el argumento se vuelve más denso en su capacidad para señalar y burlarse de la diferencia social. Mucho más, a medida que se hace más retorcido en esa cualidad de la risa a base de explorar en cómo nuestra sociedad se convierte en líneas de estereotipos mal encajados. Maddie, que sabe que jamás tendrá los lujos de los que disfruta Perry, comprende la experiencia como algo que le enseña otro espacio del mundo que no conocería de otra forma.

De modo que decide disfrutar de la eventualidad. Lawrence crea una percepción poderosa acerca del humor como búsqueda del sentido para contar situaciones más duras y complejas. También, para contar incluso, una historia de amor a la trastienda.

Entre ambas cosas, No Hard Feelings es muy consciente de la posibilidad de ser sermoneadora, éticamente vulnerable o rozar la moralina obvia. No solo no lo hace, sino que el guion, también escrito por su director, se concentra con tanta pasión en la risa como en los puntos más oscuros, disimulados apenas en medio de un trayecto complicado del bien y del mal de nuestra época.

Al final, esta historia de amor y humor tendrá un final trágico. Pero, aun así, la película conserva la cualidad que la hace extraordinaria. La de dialogar con cuidado y delicadeza en temas como el comentario cultural y la risa, sin jamás perder el sentido de burla testimonial y realista, que la hace tan sólida en la mayor parte de su historia.


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