Lo que podría haber sido impensable unos años atrás, cuando el proyecto chavomadurista se fundamentaba, en buena medida, en el aislamiento de la sociedad civil adversa al régimen, en su reclusión a un estado de oposición permanente y en construirles la aureola de una imposible alternativa de poder; vista la ineficiencia y la deshonestidad e incapacidad del régimen para gobernar al país, la disidencia pasó a ser la mejor salida posible ante las graves y difíciles circunstancias en las que se encuentra la nación.

La conflictividad social que padecemos, la pérdida del rumbo de la vida económica y la precaria y angustiosa situación internacional que vive el régimen, muestran la magnitud y diversidad de los problemas que afronta el gobierno y que solo pueden resolverse con un cambio de la dirigencia gubernamental y del modelo socio-político que ha venido tratando de imponer. El profundo caos institucional, la quiebra de los servicios sociales, la hiperinflación, la caída sistemática del PIB, el colapso de los servicios básicos, entre otros, de agua, luz, gas y gasolina, el de la capacidad de producción de bienes y servicios, el de la educación y la salud, la marginación creciente, la brutalidad represiva a los opositores, el desempleo, el engaño, el desmoronamiento de la credibilidad de Maduro y del madurochavismo, han determinado que  la otrora multitudinaria adhesión de la que disfrutaba el régimen se haya tornado en un creciente y poderoso rechazo popular y que la capacidad de convocatoria del partido de gobierno muestre un inexorable y evidente descenso. El modelo chávomadurista ya no se percibe como una alternativa para la cohesión social sino más bien como un factor de exclusión y segregación dentro de la sociedad venezolana. Representa, para el ciudadano común, un fracaso más que, bajo ninguna circunstancia, le compensa el castigo sufrido por las fracturas sociales y la pérdida de estatus a los que se ha visto sometido por tantos años. Ese ciudadano ha entendido que es moralmente inaceptable que un proceso de inclusión como el que preconiza el gobierno se fundamente en la exclusión de sus oponentes y se pretenda clasificar a las personas e instituciones en dignas o indignas, dependiendo del grado de adhesión y lealtad con el felón de Miraflores.

La viabilidad que tiene la disidencia de conquistar democráticamente el espacio institucional y político desde donde proponer una nueva alternativa para conducir los destinos de la nación avanza sostenidamente y, en nuestros días, inequívocamente se perfila y se le reputa como posible. Estos tiempos de bancarrota, estancamiento político y de indetenible desprestigio del régimen y sus doctrinas, de tangibles amenazas contra la seguridad comunitaria y la salud, de los abusos y la intromisión sistemática de extranjeros en la conducción de las instituciones fundamentales de la República, de la feroz represión gubernamental a las ideas y valores modernizadores y la escandalosa impunidad de los corruptos del régimen; van edificando la demanda de un conjunto de valores alternativos a los que sustentan quiénes tomaron el poder en 1999.

El ambiente es, por tanto, propicio para que la dirigencia opositora ponga sobre la mesa, para el conocimiento y evaluación de los habitantes del país, de esa Venezuela anónima y popular, una revisión de todo lo acontecido hasta ahora; el examen de la eventual caducidad e inviabilidad de la estrategia opositora imperante, la falsedad de los fundamentos mismos del socialismo del siglo XXI, el desprestigio y corruptela de la cúpula gobernante y, por sobre todas las cosas, la estructuración de una plataforma unitaria, viable, creíble y convincente.

Como resultado de todo ello, inducir, organizar y capitalizar acciones políticas de envergadura del pueblo venezolano, orientadas a crear una obligada salida del régimen y a corregir la deformación operada, por la imposición de la satrapía gobernante, en los valores de nuestra sociedad.

Recuperada la autoestima y vigencia de la disidencia nacional y propiciada, desde posiciones ganadas en la lucha política, la capacidad para participar activamente en la orientación del país, se abre una oportunidad para reafirmar los valores de libertad e igualdad de los seres humanos, su dimensión universal y la pluralidad que el gobierno sistemática y perversamente ha desconocido. El futuro es nuestro, vamos por él.


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