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El país hace agua por todos lados, tal es la sensación diaria de cada uno de los pateamos las calles en cualquier ciudad. Sufre un desacomodo general que afecta todos los ámbitos de transcurrir colectivo, no deja ileso a ninguno y deteriora la vida diaria de los venezolanos.

Acabamos de tener dos eventos electorales que, lejos de lo que algunos pensaron al principio, no sirvieron para salir de nuestros conflictos, sino para ratificarlos e incluso agravarlos, entre otras cosas porque seguramente complicarán aún más nuestra arquitectura institucional, eje central de la vida colectiva, y enredarán en mayor medida el escenario político. Dichos eventos mostraron, además, una gran indiferencia por parte de los votantes, señal, junto a otras, de que la sociedad venezolana pareciera dominada por una sensación, mezcla de hartazgo, desespero y escepticismo.

Opina el cura Infante

En una entrevista que le hace Hugo Prieto, Alfredo Infante, cura jesuíta y hasta hace muy pocos días director de la excelente Revista SIC, asoma con mucha razón la despolitización de la sociedad. “Existe una polarización inorgánica. Es decir, son dos polos que están luchando por el poder, pero de espaldas al cuerpo social. No logran interpretar, genuinamente, las aspiraciones del cuerpo social”.

Hay un descontento muy grande hacia al gobierno, pero también hacia la oposición. Pero ese descontento no se queda allí. Por eso suelo decir que no hay crisis política, que es la política misma la que está en crisis. Yo creo que no puede haber ejercicio de la política sin la vigencia de los partidos políticos. Pero los partidos tienen que replantearse su organización, tienen que releerse, tienen que resetearse, no pueden seguir siendo partidos estalinistas. Y de esa manera podrán surgir liderazgos sociales que se conecten con la política. Un nuevo modo de entenderla desde la sociedad.

Ni los unos ni los otros

En un principio la mayor parte de los venezolanos percibió el chavismo como esperanza, como promesa de un país mejor que el que teníamos, y lo respaldó masivamente. Veinte años después es una élite que gobierna una sociedad envuelta en grandes problemas y sin horizonte a la vista. Al chavismo (¿los chavismos?) se le extraviaron las claves de la sociedad actual, lo que resulta todavía más grave si se toman en cuenta los cambios radicales que se están dando a nivel planetario y que, sostienen no pocos analistas, dibuja los bordes de una crisis.

Como indiqué anteriormente, la presente gestión chavista empieza y termina en el control del poder, en medio de cierta épica que aún le saca jugo al culto a la personalidad de su difunto líder. Atraviesa una crisis existencial que lo obliga a repensarse, objetivo que manifestaron incluso varios de sus aliados.

Por otro lado, quienes se oponen al gobierno muestran un fraccionamiento casi infinito, difícil de entender, aunque no resulta  extraño especular, y permítaseme la franqueza, que la ambición desmedida y fuera de lugar de algunos líderes -no todos, ni siquiera la mayoría es preciso aclarar- desempeña un papel nada despreciable. En fin, cualquiera sea la razón, lo cierto es que las oposiciones no han podido trazarse una ruta estratégica común ni elaborar una narrativa compartida para diagnosticar al país y marcarle un norte. Así las cosas, no han podido capitalizar el rechazo mayoritario hacia el presente gobierno. A estas alturas se le ve como opción en relación con nuestras dificultades.

Visto lo anterior luce que el año 2021 estará nublado. Es, digamos, una hipótesis, en consecuencia puede rebatirse. Depende de todos nosotros.

No es la economía, estúpido

Así las cosas, resulta ineludible convertirnos en un país más cohesionado, mejor cosido. Que sepa convivir en medio de diferencias y conflictos, que sepa tragarlos y digerirlos, convertirlos, incluso, en nutrientes democráticos. Que sea capaz de acordar los pactos básicos que le den a todos sus habitantes la imprescindible convicción de vivir en una misma sociedad, de ser parte de un nosotros perdurable, ligado a un mejor futuro que les concierne a todos.

«La negociación no es la mejor alternativa. ¡Es la única alternativa!». La frase anterior la dijo y escribió con insistencia en diversas oportunidades. Y, palabras más, palabras menos, repitió igualmente que “un país no se puede construir sobre la base del odio y del miedo desatado”. Me refiero a Pedro Nikken.

En suma, hay que echar mano del entendimiento para dejar de ser el país resquebrajado que desde hace casi dos décadas venimos siendo, lo que en otros términos significa reivindicar la política como instrumento de convivencia, indispensable para bregar los pactos que hagan falta. Y quienes tienen la principal responsabilidad de trabajar con ese propósito no pueden convertir el diálogo y la negociación en una mera lucha por el poder, que es lo que, en general, hemos presenciado los venezolanos durante los varios intentos que se han promovido y cuyo informe de cierre suele concluir que no fue posible el consenso por culpa del otro. El diálogo debe hacerse en nombre de la gente, en atención a sus problemas, de cara a los escollos que tan severamente desacomodan a la sociedad venezolana. Ese es su verdadero motivo, hay que reiterarlo cuantas veces haga falta.

No hace mucho leí en un texto del maestro Manuel García Pelayo que la política consiste en el encuentro -en modo de confrontación, negociación, diálogo, acuerdo…- de actores con posiciones diferentes, encuentro marcado por determinadas circunstancias, a partir de las cuales los políticos deben reconocer lo que es factible en cada situación e incluso distinguir en cada caso entre aquello en lo que debemos ponernos de acuerdo y aquello en lo que podemos e incluso debemos conservar las diferencias.

Hay, entonces, que restituir el diálogo como herramienta para el cohesionar al país y acordar un futuro común. Si apelamos a lo expresado por el filósofo Daniel Innerarity, la política es, al fin y al cabo, “una forma de hacer cosas con palabras”.

En resumen, para nosotros, el problema es la política, convertida en herramienta obligada para encaminarnos a la solución de los miles de problemas que padece la sociedad.

En fin, no es la economía, estúpido.


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