Los días parecen surrealistas en incontables sentidos. No es que amaneció iluminado, inspirado, fue al cuarto de baño, se afeitó, enjabonó la cara y cepilló los dientes, asegurándose en el espejo, que saldría a derrocar al régimen castrista. No obstante, si se lo hubiera propuesto hubiese sido loable.

Lo llamaron sus compañeros, la impudencia cínica del G4 y lo sedujeron, se reunieron, decidieron el camino y marcaron la ruta: cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres, en ese inalterable orden. No es jefe sino militante disciplinado. Asumió la presidencia de la Asamblea Nacional con efectos que nunca imaginó. Afirman, comprendió la coyuntura, puso cara y corazón. Le impusieron tareas que siguió sin cuestionar, confiado en la capacidad y respaldo de sus colaboradores, aunque advertido a gritos en innumerables oportunidades, se dejó embaucar, sin que pudiese deslastrase de la perjudicial sociedad, que luego lo estafó y traicionó.

Se echó al hombro a la oposición y al país, se montó a la vista y compromiso. No surgió de La Guaira a ser ingeniero y después Presidente de la República. Salió a caminar un trayecto difícil; la de un militante raso, activo de la oposición democrática contra una tiranía implacable, cruel e intransigente, dispuesta a todo, incluso a comprar a sus acompañantes, que gustosos se vendieron, convirtiéndose en desfachatados alacranes.

Los que llevan décadas ofreciendo y no cumpliendo, actuando por beneficio, cayendo en trampas, guiando a una población que los siguió y frente a la cual, la otra parte les quitó el poder sin importar, fueron quienes cómoda y convenientes le abandonaron, pudiendo darle el soporte requerido, se lo negaron. Sinvergüenzas que antepusieron intereses y placenteros negociaron pactos oscuros, permitiéndose riqueza súbita, juerga pecaminosa de amenidades, deleites y encantos, mientras los venezolanos, más de 90%, sufren los embates despiadados de la indecencia castrista.

Pero, se deja carajear y gobernar por expertos en fracasar, dejando de lado principios y buenas costumbres, dependiendo de las decisiones de quienes poseen dinero mal habido e influencia en Washington, gritando “¡ilegitimidad!” cuando el régimen convoca elecciones fraudulentas basadas en ellos y no en la ley. Cumplido el grito, como garrapatas se aferran jalando criadillas, corren como cucarachas a chupar limosna, merodear espacios locales, ávidos de poder, aunque la patria quede para después.

Pocos han sido constantes, coherentes, con un mensaje invariable antes de la aparición del interinato y los fracasados partidos. Lo mantuvieron siempre, lo sostienen ahora inalterable, no cambia, se fortifica, no se hace comprensivo e incluso cómplice a cambio de compromisos burocráticos, y será igual cuando sucumba la calamidad bolivariana. No por lo que hagan inútiles, profanos y perjuros del G4, incapaces de convocar siquiera a un pequeño sector de la población, porque mintieron en demasía y se burlaron abundantes de la ciudadanía, enredándose en la bazofia inmunda de la corrupción e incompetencia, del embuste como argumento, la negativa en rendir cuentas y división de intereses; fardos pesados de llevar que terminarán por derribar esa torre de Babel que es la oposición oficialista y el chavismo devenido en castro-madurismo, sin fe nacional ni confianza internacional. Contamos con la firmeza y lealtad ciudadana para liderar la reconstrucción de la nación, aplicación justa, sin impunidad y respetuosa de la dama ciega e imparcial.

Los políticos se apartaron del ciudadano y es por ello que son repudiados. La crisis no se resolverá con elecciones tramposas ni la inmoral venta de vacunas. Ante la dura realidad que nos oprime, hay que buscar alternativa. La tragedia humana es lo único urgente que obliga a la unidad, pero sin cómplices ni complicidad. Es terrible que los demócratas no lo entiendan. En el asunto de gobernar, hay una vieja máxima que a los políticos venezolanos les importa un bledo. Parafraseándola, en esto de ejercer un cargo público no basta con ser honesto, sino también parecerlo. El interinato perdió respeto y autoridad, no es confiable, ya no goza del compañerismo ni la cordialidad ciudadana.

Después de años violatorios de los derechos humanos, desintegración familiar, vejaciones, miseria y ruina, es difícil siquiera imaginar la reacción por tanta maldad. De los que pueden tomar cartas en el asunto, es el presidente encargado, pero, por lo visto, ha decidido pagar el costo político de su perversa asociación y tonta subordinación al G4, que lo ha llevado a la ingratitud de la irrelevancia total, considerado el peor funcionario del gobierno.

Cada ciudadano es dueño de sus actos y acciones, que debería asumir con responsabilidad y consecuencias. La desesperanza comienza a apoderase de la ciudadanía, y las criaturas enjauladas empiezan a ponerse paranoicas.

@ArmandoMartini


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