Acumulaciones de contornos, por Siul Rasse

Tengo una hija que para entonces “estudiaba” tercer nivel de preescolar. En plenos preparativos del Carnaval estaban haciendo unos antifaces en su salón. Un día fui a buscarla más temprano y todavía no habían terminado. Mi hija le puso dos colores planos o tres a su antifaz, echados de una sola mano, sin matices aparentes. Cada uno de los niños, cada una de las niñas, se esmeraba en hacer su antifaz de la mejor manera que le salía y le parecía.

La maestra se percata de mi presencia. A manera de saludo, me explica:

―Ella no ha terminado todavía. Es que se tardó mucho abriéndole los ojos a su antifaz…

―No. Ya terminé -dice mi hija-

―¡Bueno, si ya terminó, vaya y la pega en la cartelera con esta chincheta!

Mi hija va y hace lo que la maestra le ha indicado. Otro niño que pintó y terminó también su antifaz, se acerca a la seño. El niño se ha fajado con una poderosísima combinación de colores en un diseño realmente precioso de su antifaz. Sin duda, él es un niño habilidoso para pintar. La maestra, abriendo sus grandes ojos y en el más alto volumen, exclama remarcando cada sílaba de lo que va diciendo:

―¡Esto sí que está bello! ¿Se fijan? ¡Este sí es un artista! ¿Ven, niños?

Niñas y niños levantan sus ojos, se miran entre sí, ven a su maestra, intercambian miradas compinches y suspiran casi al unísono. El gesto ha sido elocuente.

En nuestras escuelas todavía pasan sucesos como este -¡y pasan mucho!-. Lo mismo con quien tiene la letra más bonita, o con quien lee mejor en voz alta, o con quien por cuenta propia ha podido desarrollar sus capacidades histriónicas. Siempre serán exaltados como de mejores y serán sentados en primera fila. Atrás, al fondo, quedan los subestimados, los subvalorados, excluidos, maltratados. ¿Cuándo se democratizará la atención en nuestra escuela? ¿Cuándo dejaremos de excluir? ¿Cuándo serán escuchadas las voces de todas y todos para sumar y multiplicar, en lugar de restar y dividir? ¿Cuándo infancia y adultez podrán compartir en mejor sintonía, haciendo más consistentes los contenidos programáticos, disponiendo de un tono festivo, lúdico y realmente participativo?

Recuerdo un cuento que alguna vez escribió un chamito en un taller de poesía -junto al inolvidable y querido maestro Jesús Rosas Marcano- y que viene como al pelo:

Estaban en el salón de clases, próximos a presentar un examen y Pedro se apresuraba en sacar punta, cuando el lápiz le habló:

―¡Oye, pero no me saques mucha punta que voy a desaparecer!

―¡Cállate, que la maestra nos va a escuchar!

―¿Con quién habla, Pedrito?

―¡Con nadie, maestra!… ¡Con el lápiz!

―¡Bah, estos muchachos cada vez están más locos, pero bien locos!

―Claro, la maestra no entendía nada porque ella escribía en pluma.

 


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