Cuando se discute sobre ideas hay posibilidad de debate e incluso de resultados beneficiosos. Cuando se discute sobre defectos de los interlocutores, casi con seguridad que no.

Veamos el ejemplo de un diálogo cualquiera entre dos personas de la misma preferencia política:

Interlocutor 1: —Creo que la crisis venezolana se soluciona con un diálogo.

Interlocutor 2: —Por tradición de los últimos 20 años, ningún evento de diálogo ha traído otra cosa que atornillamiento del gobierno y pérdida de poder opositor.

Interlocutor 1: —¿Y con nuevas circunstancias, por ejemplo, que las potencias participen directamente, no sería posible esta vez?

Interlocutor 2: —Nunca hay que decir que no, pero veo que el chavismo irá al diálogo para decir “yo sigo y llegamos a elecciones según mis términos”; y la oposición dirá: “La primera condición es el cese de la usurpación”. Allí se tranca el serrucho. Gana tiempo Maduro y su gente.

Ni nos detengamos a evaluar con cuál de los dos estamos de acuerdo. Es un ejemplo donde les pido que miren el intercambio en sí. Es impersonal, se centra en un solo problema: ¿se soluciona la crisis venezolana con un diálogo? Uno propone una idea, el otro la critica, uno argumenta su pregunta, el otro argumenta su refutación.

Ahora veamos este, sobre la misma cuestión.

Interlocutor 1: —Creo que la crisis venezolana se soluciona con un diálogo.

Interlocutor 2: —Eso lo creen los colaboracionistas, las viudas de la MUD, a esos les paga el régimen.

Interlocutor 1: —Bueno, algunos no somos colaboracionistas pero tampoco saboteadores del gobierno de transición como, hay que decirlo, tú, haciéndole el trabajo a Maduro ¡gracias te manda!

Interlocutor 2: —Por lo menos no le estoy besando los pies a “Caprilito”, ni a Rosales, como tú…

Listo. La discusión anterior (por cierto casi textual de Twitter) llegará, casi con seguridad, a una lista muy larga de ofensas (i.e. iluso, vendido, traidor, cobarde, ignorante, etc). Además de larga, la polémica será emocional, implicará rabia, animosidad, ofensas leves o fuertes y un largo etcétera que no agregará ni un ápice de solución a la cuestión planteada.

Del latín…

Lo anterior es llamado “argumento ad hominem”, examinemos una definición:

«Argumentum ad hominem (del latín, «argumento a la persona») es una falacia lógica informal que se produce cuando alguien intenta refutar un argumento atacando a quien lo expone, en lugar de argumentar o refutar objetivamente lo que se clama». El texto explica que en todos los casos del ad hominem se ataca la fuente del enunciado en lugar de atacar el enunciado mismo“o intentar contrarrestar los argumentos. Por eso también lo llaman “falacia ad hominem”.

En el primer ejemplo anterior: el interlocutor 2 intenta desmontar los argumentos de 1 refiriéndose a la idea expuesta (diálogo), lo hace elaborando sobre esta (tradición, posiciones inflexibles) pero no menciona a quien lo formula y mucho menos lo descalifica.

El segundo caso es un típico intercambio en Twitter. El interlocutor 2 toma la ruta de la descalificación. Si piensa que el diálogo es colaboracionismo no lo expresa así, sino que califica de “colaboracionista” a quien lo expone, además de otros epítetos nada amables. El desenlace es más enfrentamiento y, por supuesto, odio que pudo evitarse.

Vale decir que muchas veces es pertinente mencionar al interlocutor en un intercambio, pero cuando es realmente relevante. Ocurre mucho, por ejemplo, con personajes del chavismo como Rafael Ramírez, ex presidente de Pdvsa, al criticar el manejo actual de la petrolera venezolana, cuando él mismo es responsable de la debacle de la otrora gran empresa: expropiaciones, inmensos litigios que pusieron en riesgo a Citgo, extorsión (tiene una demanda por ese delito en Estados Unidos), sustitución de personal calificado por miembros del partido PSUV, crecimiento populista de la nómina y muchos ejemplos más.

En esos casos, hay argumentos para decirle a gente como Ramírez que no tienen base moral para criticar algo después de haberlo dañado tanto o más que los actuales responsables.

Un ejemplo

El 2 de junio fue transmitida la versión completa de la entrevista que le hiciera el periodista Jorge Ramos a Nicolás Maduro, realizada a finales de febrero. En ese encuentro el de Univisión Noticias hace preguntas que el jefe del régimen chavista considera incómodas, pero en vez de argumentar sus respuestas, transita el camino del ad hominem la mayor parte de los 17 minutos que duró. Extraigamos algunos ejemplos de cómo Maduro, al no poder formular argumentos, ataca al entrevistador:

Jorge Ramos: —Fueron muchas las irregularidades de las elecciones [presidenciales de 2013].

Nicolás Maduro: —Lo que pasa es que tú traes una posición tomada. Tú eres un opositor de derecha.

(…)

Jorge Ramos: —La oposición no reconoció las elecciones de 2018…

Nicolás Maduro: —Vuelves a caer en el error de no ser periodista sino militante de la oposición.

(…)

Jorge Ramos: —En su país hay 989 presos políticos según Foro Penal.

Nicolás Maduro: —Foro Penal es una organización mantenida con fondos de la USAID.» (Sí, el ad hominem también se suele extender a organizaciones).

(…)

Jorge Ramos: —En estas listas… hay más de 400 presos políticos.

Nicolás Maduro: —Tus listas… tú te llevas tu basurita, agarra tu basurita Jorge Ramos.

(…)

Jorge Ramos: —¿Porqué han emigrado más de 3 millones y medio de venezolanos?

Nicolás Maduro: —No lo vas a entender, tampoco te lo voy a explicar

Y esos son solo cinco muestras, la entrevista es una buena exposición de cómo alguien sin argumentos o con argumentos muy devaluados apela al ad hominem con frases como: “Tu entrevista ha tomado el camino de la suciedad”.

Los chavistas (y en especial su promotor, Hugo Chávez) han sido cultores del ad hominem: ganar el debate ofendiendo, atacando o burlándose del interlocutor.

Cuestión de actitud

Como regla de debate, no utilizo el ad hominem a menos que sea absolutamente indispensable. A veces el punto no es si emplearlo o no, sino el condimento que le ponemos. Cuando hay ofensas, burlas, humillaciones e imprecaciones no se está meramente mencionando al interlocutor, se le está agrediendo. Cuando el debate se transforma en un intercambio personal de insultos se pasa a un terreno del cual es difícil regresar. Lo que viene es una escalada que termina con dos o más personas iracundas, alteradas, irreconciliables.

¿Cómo evitarlo? Lo primero es no practicarlo. Concentrarnos en las ideas, en los argumentos, en los temas, con pasión y contundencias, pero no en el carácter o los defectos del interlocutor. Hay, como vimos, excepciones; pero deben ser expresadas con respeto, sin acusaciones o burlas.

Eso nos da una posición ética cimera, predominante. Si alguien menciona o ataca aspectos personales sobre mí les advierto: “Yo discuto sobre ideas o argumentos, no sobre aspectos personales”. Sin engancharme, sin lanzar indirectas, me atengo a los argumentos o hago mutis.

Pero el “argumento ad hominem” seguirá siendo protagónico en el debate venezolano, sobre todo en redes sociales. No puede ser de otra forma en un país herido, obstinado, cruzado por hondos sentimientos de rabia, frustración pero, sobre todo, exacerbado por miles de radicales de ambos lados del espectro político, algunos reales otros robóticos, que ya olvidaron los temas y tienen como misión atacar a las personas como Juan Guaidó o María Corina Machado (por distintas razones obviamente) y, en paralelo, a quienes “se atreven” a presentar argumentos a su favor.

Con que haya un pequeño grupo, espero que creciente, fiel al debate de ideas y no al de personas, será buen comienzo para que la lucha contra el “ad hominem” vaya cediendo paso a un intercambio más productivo y beneficioso para la oposición que lo necesita tanto.


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