La razón del título de la nota no es otra que la actitud pasiva de muchos venezolanos ante los graves acontecimientos que se han dado en el país, y continuarán dándose, lo cual ha implicado abstenerse y no participar de los temas que atañen a la patria. Sí, usé la palabra patria, sin complejo alguno.

Además, mantienen un discurso de silencio que conlleva en sí mismo un flaco favor a la democracia venezolana, un desdén imperdonable sobre los asuntos de la nación, y desde luego, la posibilidad de dejar el camino libre al gobierno rojo rojito, negando la viabilidad de recuperar espacios de poder y conservar los que ya se tienen.

Esa indiferencia que caracteriza a estos “tranquilos” conciudadanos es grave para nuestra democracia, máxime cuando pende sobre nuestras cabezas la peligrosa posibilidad de que malos gobernantes, gracias a la mal habida enmienda constitucional, logren perpetuarse en el poder. De allí la necesidad y el compromiso ineludibles e impostergables de la mayoría democrática del país de asistir y participar de las jornadas que cívicamente se organicen en el país. Y en el caso de eventos electorales, diligenciar la vigilancia, custodia y defensa de los votos.

Si alguien ha sido polarizador, ha sido precisamente aquel que ejerce hoy el poder, y no solo en materia electoral, haciéndonos (o pretendiendo) creer que votando por candidatos distintos a los ungidos por él, estamos atacándolo a él, ergo, a su proyecto, a la patria, a la revolución, y sabemos que no es así. No olvidemos que él es heredero político de aquel desquiciado milico golpista.

Un tanto igual ha ocurrido con los ataques a la prensa libertaria, el acoso a los medios, la implantación a troche y moche de leyes rechazadas por el pueblo con anterioridad, y un largo etcétera que aquí no cabe.

Por ser la patria “tantas cosas bellas “, la indiferencia es mala consejera. ¿Cómo quejarse después? ¿A quién reclamar la ineficiencia de malos gobiernos municipales, estadales, legisladores o concejales?

Los ciudadanos tenemos en nuestras manos la posibilidad y la obligación de contribuir en la recuperación del país, superando tantos marasmos y corrigiendo tantos entuertos, y sin más vueltas, por conocer a quienes nos gobiernan, esa realidad la podemos cambiar democráticamente.  ¿Acaso no existe un rosario de razones para intervenir en los asuntos que atañen al país, a nosotros mismos, a nuestros intereses ciudadanos o colectivos, con firme e irreductible vocación democrática?

Los hechos de corrupción, los sobornos y saqueos al erario, la falla grave en la prestación de servicios públicos, los malos gobiernos regionales, las propias pugnas intestinas del chavismo, los seudointentos de magnicidios y planes desestabilizadores que solo existen en las mentes de unos pocos, el nepotismo, la grosera campaña mediática oficial,  la restricción y acoso a los medios privados, entre otras muchas razones, creo que son suficientes para demostrarle al gobierno que la mayoría de los venezolanos ya no está de su lado.

Como dice Laureano Márquez: “Los dilemas morales no son así de sencillos: Pupú de este lado, pupú de este otro y yo en el centro, limpio, pulquérrimo, incontaminado, aséptico”.

Pues no; no es así de fácil, ni así de cómodo. Más aún, suele suceder que, de tanta obsesión por lo incontaminado, termina uno incurriendo en la peor de las infecciones.”

Pendientes sí, no seamos indiferentes ante lo que ocurre en el país; no caigamos en más infecciones; hay desesperación, participemos. Por encima del odio sembrado, florece la esperanza de un pueblo indoblegable que dice no a la sumisión y al mando desmedido.

Y si he procurado respetar e inculcar los valores de la individualidad, libertad e independencia de mis hijos, no puedo ni debo asumir que puedan ser «los niños de la patria” tampoco “los hombres nuevos”.

Por eso insisto, yo quiero mudarme a un mejor país, pero en el mismo sitio.

 

 


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