“Sois nuestros hermanos bienamados y en cierto modo sois nuestros hermanos mayores”, dijo en los años ochenta Juan Pablo II a los judíos

Albert Einstein acompañó durante sus estudios, escolares y universitarios, a Cristina. Ella, soñadora y con el infinito como límite, estudiaba y cruzaba miradas con aquella imagen inmutable colgada de la pared de su cuarto. Su papá, por el contrario, décadas antes, tuvo un poster de una angelical (de Charlie) Cheryl Ladd, quien tristemente nunca lo volteó a ver, a pesar de deleitarle la vista en las buenas y en las malas, y hacer volar su imaginación.

En aquella fabulosa época televisiva de los años setenta del pasado siglo, había quien sí le hablaba a diario a David y hacía su vida más amena, en medio de aquella relativa cercanía que ofrecía una arcaica tecnología (comparada con la de hoy).

Ambientada en los años cincuenta y con la familia Cunningham como eje de aquella comedia, la serie televisiva Happy Days (Días Felices) era bastante ocurrente, protagonizada por Henry Winkler (Arthur “Fonzie” Fonzarelli) y por Ron Howard (Richie Cunningham), un futuro y exitosísimo director de Hollywood. Los Cunningham “adoptaron” primero a Fonzie y luego a David. Así que, de cierta manera, creció junto a ellos.

Nieto de un inmigrante libanés maronita, David creció orgulloso del gentilicio de su abuelo. De niño, cuando se encontró con sus vecinos, los Rutenberg, conoció a aquellas gratas personas, sus primeros amigos judíos. No podía ser de otra forma, fenicios e israelitas han convivido pacíficamente desde tiempos inmemoriales. David, nacido y criado católico, apostólico y romano en un colegio de jesuitas, desde entonces simpatizó con la causa israelí per saecula saeculorum.

Lo que ocurrió en Israel el 7 de octubre no puede pasar por alto. Aquellos acontecimientos, violaciones, torturas y matanzas terribles e inenarrables contra una población civil, no deben repetirse jamás. Sí, ya habíamos oído algo de eso después del Holocausto y, a menor escala, ocurrió casi ochenta años después de culminada la Segunda Guerra Mundial.

Desde Ramsés II en el Egipto de los faraones, pasando por siglos de persecuciones, que incluyen a la Iglesia católica, el pueblo judío no ha dejado de ser acosado y culpado por cualquier cosa, desde una mala cosecha hasta una epidemia. Ya está bueno. Lo que hizo el grupo terrorista Hamás (que no el pueblo palestino, su primera víctima), debería poner punto final a estas atrocidades.

Sin ánimos de repetir lo que el pueblo judío ha significado para la humanidad, en todos los quehaceres de la vida, sí quisiera recalcar lo que es para David. Estudió Medicina y desde entonces hizo migas con Ariel, quien por más de cuatro décadas se ha convertido en “un hermano de vida”. Y, con aquel nombre bíblico del rey de reyes del pueblo de Dios, todavía hoy, algunos compañeros de estudio siguen pensando en él como judío.

Su admiración en lo científico por Einstein; Carl Sagan con su programa Cosmos y su papel en las misiones Voyager de la NASA; en lo artístico con Mark Rothko y Amedeo Modigliani, y en la televisión con su amigo Fonzie, han influenciado la vida de este médico goy*. Tanto, que el agnosticismo de algunos de ellos le han dado mucho en qué pensar y el liberalismo del último, digamos que lo acepta tal y como es.

Einstein debió haberle hablado a Cristina, porque a la postre se convirtió en una fabulosa persona y en una insigne ingeniera. Su padre, David, me confesó que Cheryl Ladd nunca lo hizo (de allí quizás su fijación por las rubias). De su amigo Winkler aprendió a cultivar el buen humor, además de la incondicionalidad de la amistad.

En esta corta historia solo Cristina, Ladd, Howard y David no son judíos. Los demás, incluyendo a la abrumadora mayoría de habitantes de Israel, a los innumerables en Nueva York, Miami y el mundo entero, lo son y les debemos admiración y respeto como seres humanos. No se trata de religión ni política, sino de empatía por los agredidos salvaje e injustamente. ¡Humanidad! Que nadie nos cambie la narrativa.

En abril de 1986, Juan Pablo II, primer papa en asistir a un servicio en una sinagoga, en Roma, dijo a la congregación judía (refiriéndose al cristianismo en general y al catolicismo en particular): “Sois nuestros hermanos bienamados y en cierto modo sois nuestros hermanos mayores”.

Así como David tiene a Ariel; Harold, Jaime, Joseph, Milton, Dany y Ron Howard a Henry Winkler, cada uno de nosotros tenemos, al menos, a alguno de esos hermanos en nuestras vidas.

@jacobodibjr

* Goy significa “nación”, en referencia a los gentiles, que son todas las personas que no forman parte del pueblo judío.


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