«La amargura y el pesimismo de creer que nada va a mejorar es una trampa mental».

En ocasiones, los acontecimientos que vivimos parecen ir de la mano de una enseñanza: nada puede ir mejor. Esta creencia es irracional, pero a pesar de ser conscientes de ello la aceptamos como una regla de oro que describe perfectamente la realidad. Por eso,  afrontar la desesperanza no es fácil, pero tampoco imposible.

La crítica situación que vive el pueblo venezolano como consecuencia de las nefastas políticas públicas (¿) que lleva a cabo el régimen de Nicolás Maduro, ha acrecentado la desesperanza y por mucho que creamos que ese pesimismo vital, encaje totalmente con el modo en el que la vida se va desarrollando ante nuestros ojos y que cualquier interpretación más positiva de lo que será el futuro supone engañarse a uno mismo, y así lo demuestran investigaciones en psicología y neurociencias.

Destacados profesionales de la psicología subrayan que  la desesperanza y el pesimismo asociados a los síntomas de la depresión y la tristeza son, al igual que la esperanza y el optimismo, formas de ver la vida que construimos nosotros mismos, y que no vienen dadas por «la realidad» tal como es.

Claro está que viviendo las circunstancias actuales de nuestro país, resulta contra intuitivo y difícil de entender al principio, pero la desesperanza es algo que se aprende, algo que nace en nosotros mismos y que es relativamente independiente de los acontecimientos externos que no podemos controlar, lo cual implica las predicciones que realizan acerca de cómo va a ser nuestra vida, que dependen de nuestro estado anímico. Queda claro que la desesperanza y el pesimismo no son formas más «realistas» de ver las cosas.

La desesperanza hace que notemos un fallo en esta manera de ver la realidad, pero no del todo. Por un lado, vemos que nuestros esfuerzos no se corresponden con los resultados que obtenemos (por ejemplo, por mucho que intentemos gustarle a una persona esta no tiene por qué tratarnos mejor.

En casos más extremos, notamos que absolutamente todos los esfuerzos por proteger nuestra integridad y bienestar son en vano, y podemos llegar a rendirnos del todo. Este fenómeno se conoce como «indefensión aprendida», explican eruditos psicólogos.

Afrontar la desesperanza y volver a recuperar la ilusión no es simplemente una manera de sentirse mejor: es una declaración de principios que implica utilizar nuestra propia capacidad de extraer interpretaciones sobre los hechos en beneficio propio, en vez de dejar que estas se transformen en obstáculos que no nos dejan avanzar.

Por eso, es necesario tratar de obligarse a uno mismo a realizar actos de valentía que a medio y largo plazo resultarán positivos.

Tenemos que dejar de lado la desesperanza y por el contrario ser depositarios de una esperanza con fe, optimismo y con conocimiento de que el experimento bolivariano de Chávez y del chavismo en el poder, se mueve entre el desgobierno y el autoritarismo, y que la relevancia de esta fórmula política, en la experiencia de nuestro país, les ha permitido mantenerse en el poder en base a un falso nacionalismo arropado con un credo socialista denominado del siglo XXI, el cual tendrá su fin cuando el pueblo desesperado y con la angustia dibujada en su cuerpo manifieste masivamente que no soporta más la negligencia, ineptitud e irresponsabilidad de quienes con la bandera del populismo y demagogia, pretenden enquistarse en el poder de por vida, utilizando además el nombre del Padre de la Patria, Simón Bolívar, en su seuda revolución socialista, marxista, mal llamada bolivariana.

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