Tal como lo describe Hans Christian Anderson en su cuento El traje del Emperador o El rey desnudo (1837), son auténticos testimonios pues no saben mentir.

Durante los 35 años de la tiranía gomecista, escritores nuevos, algunos que luego  fueron  eminentes narradores, publicaron cuentos breves en las escasas revistas literarias de su momento transfiriendo  sus denuncias políticas  a través de protagonistas niños y adolescentes.

Rufino Blanco Fombona presentó en El Catire la compulsiva agresión del esclavizado que en su maldad busca vengarse del patrón. Es el odiado que odia.

Aquella extraña comunicación entre Las dos Chelitas le sirve de pretexto a Julio Garmendia para filmar en palabras las conductas del enfermo mental, avaro poderoso, que repleto de tesoros acosa sin piedad al muy pobre y resignado.

José Rafael Pocaterra sigue minuciosamente al todero niño de la calle Panchito Mandefuá  que cena con el Niño Jesús y sólo tiene el arma defensiva de su jerga graciosa para no afiliarse al resto de la pandilla que lo desprecia por su honestidad. El conjunto muestra hasta qué punto el asfalto crudo es cuna, patio de recreos, escuela delictiva, negocio y tumba.

Julio Rosales denunció la xenofobia en la figura del inmigrante desarraigado en El Polaco, Nicanor Bolet Peraza a la escuela deshumanizada que educa al insensible “niño de familia” en El Señor Maestro, por contraste Oscar Guaramato a los miles sin asidero paterno en Caballito Blanco, Carlos Eduardo Frías en Agua Sorda la orfandad del hambre, Antonio Arráiz al sadismo de ciertos sectores clasistas contra el “hijo de la sirvienta” en Oswaldo y Rómulo Gallegos dramatiza las duras luchas interclasistas en las aceras citadinas desde La rebelión.

Lista larga que va de aquel realismo sin hadas madrinas ni duendes ni medios de expresión libres, radio y prensa bajo censura, que pudo dejar literariamente en desnudez a la sociedad gomera.

Prosiguió el fenómeno dirigido hacia la indagación psicológica de prosa moderna en la erotizada Adolescencia por Guillermo Meneses, el sello traumatizante de la primera imagen por Arturo Uslar Pietri con La tarde en el campo y por Adriano González León en Las voces lejanas.

Más cerca, en plena dictadura perezjimenista y entre muchos Esdras Parra, José Balza, David Alizo y Francisco Massiani abordan el difícil tránsito hacia lo urbano complejo con sus fetichismos, logros y aberraciones.

La  revolución chavista que usurpa el poder constitucional deja su huella sólo en estadísticas aproximadas no del todo confiables, de las que a duras penas pueden  contabilizar y publicar algunas ONG porque el analfabetismo paranoide oficialista omite y prohíbe cualquier muestra literaria o científica de su criminal desempeño.

Algunas cifras dispersas, escogidas al azar y todavía por actualizar detectan que 30% de los niños menores de 5 años padece de desnutrición crónica, que en 2022 La Guajira contó 327 niños indígenas muertos por hambre y sed. 4,5 % de la población total es analfabeta y 190.000 alumnos abandonaron el sistema educativo solo entre 2021 y 2022.

Se desconoce la tasa de criaturas y adolescentes que han sobrevivido como asiduos comebasuras, directamente desde los camiones que recogen desperdicios y tragando a juro los importados CLAP que carecen de nutrientes elementales básicos para un sano  crecimiento físico y mental.

Sobre la mortandad infantil por carencia de insumos médicos para curar desde  enfermedades corrientes basta los trasplantes renales basta y sobra conocer a medias los saldos que reflejan al cementerio de vivos que es hoy el caraqueño José Manuel de los Ríos, hasta hace dos décadas la sede referencial de hospital pediátrico por excelencia para Latinoamérica.

¿Y dónde están los Panchitos Mandefuá que el chavismo prometió erradicar? Eso si está claro. Son la juventud adoctrinada y uniformada en cuarteles para graduarlos de caínes, fratricidas, robots armados como para una guerra inminente que hoy configuran los organismos policiales, las fichas de torturadores y asesinos, el ejército pretoriano sumiso,  hasta hoy imposibilitados de rebelarse porque a fondo les lavaron sus ya débiles cerebros de infantes mayormente callejeros, sin figura paterna presente o desconocida.

Dios quiera que aún haya dioses o tribunales capaces de castigar este sistemático  infanticidio revolucionario cometido en nombre de Simón Bolívar, porque según esta  doctrina salvadora de la patria soberana, es el padre de Hugo Chávez Frías, sagrado hijo póstumo.

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