La dictadura celebró como gran triunfo el singular hecho de haber traído de vuelta a 115 migrantes venezolanos que, con limitaciones de todo tipo, estuvieron varados por varias semanas en la frontera norte de Chile, impidiéndoles así el ingreso al país que acogió a nuestro Andrés Bello, como uno de los suyos. Según las informaciones que fueron publicadas en medios de comunicación, nuestros compatriotas estuvieron detenidos varias semanas en la frontera norte de Chile, sin agua, alimentos ni servicios sanitarios. No podían retornar a territorio chileno ni ingresar a Perú por carecer de la documentación requerida.

Si don Quijote de la Mancha hubiera hecho acto de presencia en la frontera chilena es muy probable que hubiese reiterado su sabio comentario:

Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.

La desagradable experiencia que vivieron nuestros migrantes fue burdamente aliñada por el ministro de Exteriores, Yván Gil, a través de un tuit en el que resaltó lo siguiente: “En un nuevo triunfo de la diplomacia bolivariana de paz, el gobierno venezolano trajo de vuelta a su patria a 115 connacionales que se encontraban varados en la frontera de Chile”. Nada se dijo acerca de los motivos que llevaron a esos compatriotas a abandonar su país.

No estaría demás que el honorable ministro Gil nos indique con qué se come eso de “un nuevo triunfo”. Si él realmente pretendía que se le hiciera algún tipo de reconocimiento a la revolución, debió agregar a su discursito que se procedería de inmediato a buscar puestos de trabajo para todos los repatriados, acordes además con sus niveles de experiencia o preparación. Pero lo de la chamba laboral, que en verdad es lo que importa, pasó por debajo de la mesa.

Rander Peña, muy conocido en su casa y por sus vecinos, actualmente viceministro para América Latina de la Cancillería, también se manifestó acerca del “logro revolucionario”. Con mucho orgullo destacó que el retorno se llevó a cabo “de manera gratuita y segura”. De ello se desprende que estamos ante uno de los acontecimientos más relevantes que han vivido nuestros emigrantes y el país, lo que justifica que se le recuerde hoy y siempre. ¡Guao!

Lo cierto es que la acción de rescate llevada a cabo por la revolución bonita ha sido la más ramplona que cabe imaginar. Nicolás debió presionar a su camarada Gabriel Boric y, además, recordarle todo lo que hizo el gobierno venezolano para salvar la vida a muchos chilenos, a raíz del golpe de Estado que se llevó a cabo en septiembre de 1973, comandado por el general Augusto Pinochet. La acción militar concluyó con el suicidio del entonces presidente Salvador Allende, poniéndose así fin al gobierno de la Unidad Popular.

No deja de ser curioso que durante la gestión del actual conductor de Miraflores se hayan registrado en la patria de Simón Bolívar un sinnúmero de ataques y detenciones arbitrarias en contra de figuras de la oposición. Tales acciones son parecidas a las que puso en práctica Pinochet, años atrás, durante su gestión de gobierno en Chile. No obstante ello, la rectificación es siempre bienvenida. Así pues, aquí y ahora Nicolás Maduro debería pedir perdón a todos los venezolanos por los daños y perjuicios que ha causado a las familias venezolanas de oposición y a nuestros emigrantes. Que no lo dude: eso sería lo único que la patria le agradecería, sin que ello implique una absolución de sus incontables pecados.

@EddyReyesT


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