Con la derrota en las elecciones parlamentarias de 2015, los estrategas del chavismo fueron conscientes de que habían perdido su hegemonía política y eran necesarios urgentes cambios en su estrategia de control social para conservar su base de apoyo y mirar su futuro inmediato. Esta nueva estrategia de mantener el poder se orientó en el perfeccionamiento de los clásicos mecanismos de clientelismo político: los programas sociales y Carnet de la Patria.

Además, la estrategia utilizada por los ideólogos revolucionarios apuntó a la concreción de un entramado organizacional, con diversos niveles de institucionalización y conexión con el aparato estatal, en el que el PSUV compone el dinamismo del eje articulador: círculos bolivarianos, “colectivos chavistas”, sindicatos, consejos comunales, Comités Locales de Abastecimiento y Producción, Frente Francisco de Miranda, Frente de Juventudes Bolivarianas, Clase Media Revolucionaria y Unidades de Batalla Bolívar Chávez… para muchos politólogos el Carnet de la Patria y ahora los bonos emergen como mecanismo de control del hambre, manipulación por hambre, es decir, Nicolás Maduro logró convertir el hambre no en una desventaja del gobierno, sino en una fortaleza político electoral.

Tras 23 años en el gobierno, el chavismo logró un grado de enlace interna suficiente para concentrar fuerzas en torno al liderazgo que Hugo Chávez le otorgó a Nicolás Maduro. Igualmente, se logró articular una pieza significativa en el ajedrez del poder como la lealtad de las Fuerzas Armadas, a través de su incorporación a la gestión gubernamental central.

Era indiscutible, el extinto presidente Hugo Chávez vivía en una eterna campaña electoral, incansable y le apasionaba, sus programas dominicales eran una trinchera para la lucha político electoral, su carisma y lo mediático se entrelazaban para comunicar sus propios imaginarios de cómo avanzar en un socialismo de modelo chavista. Aló, presidente fue su espacio no sólo para hacer fallidas promesas y comunicarle falsos proyectos, logros al pueblo venezolano, sino también para decirle Polo Patriótico y todos los funcionarios de su gobierno cuáles serían las líneas y acciones para activar objetivos estratégicos a fin de consolidar su revolución bolivariana.

Evidentemente, Chávez fue un excelente comunicador y supo moverse ante los medios de comunicación para ilusionar a un país que buscaba un líder redentor. En la era de Chávez, lo mediático fue sin duda un aliado para mantener en sus peores momentos al proyecto del socialismo del siglo XXI, muchas mentiras se presentaban como verdades. En 2012, la última campaña electoral de Chávez fue totalmente mediática, solo se presentó en 12 mítines en todo el país y los 10 millones de votos no se lograron.

En este momento histórico, el gobierno continúa gravitando en el paradigma mediático, la crisis se impone. Además, por su dominio en los medios tiene toda una fortaleza relativa en la contienda proselitista con miras a 2024; sin embargo, la relevancia que posee el contenido real de la esencia de la actividad política no debe ser ignorada. Nicolás Maduro transita por la cornisa de un país que ha estado sumergido en la peor crisis política, económica y social de la historia, y no le queda otra que imponer selectiva violencia, censura y el cierre de los medios que le hacen oposición.

Pese a las condiciones adversas, tanto en el plano económico como en el terreno político, se debe valorar la coalición chavista ha podido unificarse en torno al propósito vital de controlar el poder y Maduro ha mostrado el liderazgo necesario para dicho propósito. Este liderazgo no debe ser menospreciado, dada la complejidad de la composición de dicha coalición, integrada por varios partidos políticos, movimientos sociales de diversa índole y en la que las Fuerzas Armadas tienen un papel importante.

Maduro mira el año 2024 y somete a la población venezolana de una forma u otra. Una de esa forma ha sido maniatando la participación política de algunos líderes opositores y partidos políticos. Para ello se han servido de las instituciones y órganos de seguridad del Estado, que actúan con total arbitrariedad. Otra forma de control es el clientelismo, ya no solo dentro del aparato público, sino del Estado como proveedor de dadivas para algo tan primario como el existencialismo humano.

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