La lectura del reciente comunicado emitido por la Conferencia Episcopal Venezolana nos ha dejado estupefactos. Al recorrer sus disonantes párrafos acudieron a nuestras mentes metáforas tales como “colcha de retazos”, “sopa de letras” y “comedia de equivocaciones”. Lo decimos sin pretensión alguna de faltar el respeto a la institución y sus prelados. Este es un comentario político que solo busca aclarar de qué se trata un documento público, cuyos contenidos reclaman un debate abierto.

En tal sentido, hablamos de disonancia en vista de que el documento tiene dos tonos y significados distintos, a pesar de sus relativamente breves dimensiones. Pareciera escrito por una comisión que, a pesar de grandes esfuerzos y pureza de intenciones, no logró alcanzar un consenso y al final optó por confeccionar un mensaje equívoco. No lo sabemos, pero así parece. De un sublime canto gregoriano se pasa de pronto y sin solución de continuidad a una música bastante diferente y menos excelsa. En resumidas cuentas, no queda claro qué es lo que se quiere genuinamente sostener.

Estamos convencidos de que la Iglesia Católica ha sido y sigue siendo refugio y baluarte de las más positivas aspiraciones de nuestro pueblo. Su conducta a lo largo del oprobioso período que aún experimentamos ha sido valiente y ejemplar. En modo alguno se nos ocurriría el atrevimiento de dar lecciones de ética a una institución que debe encarnarla, cuya misión es en esencia espiritual, y vinculada a la existencia real de las personas.

Solo deseamos reiterar lo que en otras oportunidades hemos planteado desde esta tribuna periodística. La política no debe confundirse con la ética, pero una política que no se sustente en sólidos principios es vacía, turbia, estéril y se agota en gestos sin destino. Por ello manifestamos nuestro apoyo a las secciones del documento de la CEV en las que se cuestiona sin ambigüedades la trampa de unas elecciones basadas en el engaño y la represión. Por otra parte, nos interrogamos acerca del cambio de tono y contenidos de las secciones finales del comunicado, en las que se nos exhorta a participar en los mismos comicios previamente estigmatizados, y con sobradas razones, en vista de su condición fraudulenta.

El argumento político esgrimido es bien conocido y ha sido empleado en varias ocasiones, en particular por sectores de la oposición que algunos dan en llamar “electoralistas”. Se sostiene que la abstención por sí sola no basta y a la vez se estimula a los partidos y dirigentes democráticos a presentar otras propuestas, para canalizar la lucha y poner fin a la tragedia nacional.

No compartimos tales apreciaciones, lo que nos lleva a retomar el tema de la ética y la política. La abstención es un acto ciudadano válido en determinadas circunstancias, como hecho moral y como expresión política. La Iglesia bien conoce, pues forma parte de su sustancia y misión, que las posturas moralmente legítimas tienen un valor en sí mismo, más allá de sus consecuencias prácticas. Pero como estamos pisando el terreno político, es necesario tomar en cuenta esas posibles consecuencias. ¿Cuáles serán? En realidad, no lo sabemos, nadie lo sabe. Y la razón es que el repudio al régimen que representa una abstención masiva no es un acto paralizado en el plano de la ética, sino un hecho con profundas resonancias políticas.

Mencionemos tres: en primer lugar, el pueblo venezolano, estamos convencidos, no desea convalidar otra pantomima del régimen. Desea decir no, claramente. Esta es una postura ética válida y su proyección política, aunque indefinida aún, tendrá la fuerza de su valía moral. En segundo lugar, la dirigencia democrática cometería un suicidio político al formar parte de un adicional teatro del absurdo, actuando como comparsa de un régimen abyecto. En tercer lugar, las naciones que vienen respaldando con constancia y coraje la lucha democrática de los venezolanos, no entenderían que claudicásemos frente a un despreciable sainete.

¿Otras propuestas, otros rumbos políticos que armonicen en todo lo posible la eficacia y la ética? Desde luego que apoyamos tal objetivo, con base en la verdad.

No dudamos de que la Conferencia Episcopal, como institución, concede gran importancia al testimonio ético de las personas, y entiende que ese tiene que ser, de modo muy especial, la médula espinal del mensaje de la Iglesia. Lo que esperamos los venezolanos de nuestros prelados, como lo hicieron en su momento los pueblos de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, y en general todos los que han vivido y viven bajo la opresión comunista, es una voz clamando por la libertad, como fue la voz absolutamente prístina de Juan Pablo II.

Eso es lo que deseamos, eso es a lo que aspiramos de parte de nuestra respetada y admirada Iglesia: un mensaje de libertad que nos enorgullezca de nosotros mismos, que nos señale el camino ético, que no haga concesiones al régimen. Por encima de todo, deseamos de parte de la Iglesia una voz que resuene con la fuerza atronadora de la verdad.


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