En días pasados vimos la noticia de la reunión entre un grupo de representantes de diversos movimientos de la sociedad civil pertenecientes a Foro Cívico y el gobierno de Nicolás Maduro. Partimos de la premisa de que siempre hay que dialogar, hasta en las guerras se dialoga. Zelenski está dialogando con Putin, aun cuando su nación está siendo invadida y destruida. El diálogo es parte de la política porque implica, entre otras cosas, el reconocimiento del adversario. Lo contrario al reconocimiento del adversario es su negación, ignorar sus derechos, el intento de exterminarlo para no tener que ceder nada ante él.

Por más de dos décadas esta ha sido la historia de Venezuela, la negación del adversario, su desconocimiento, el intento de exterminarlo para no realizar ninguna concesión. Unos diciendo “No volverán”, otros diciendo “Ni un paso atrás”. Finalmente, esta lógica política de exclusión mutua ha polarizado a tales niveles el país que ha impuesto la política identitaria como código moral de comportamiento en cada polo en pugna. Puedes hacerlo mal, robar, violar la ley, causarle daño a la nación, pero no puedes retratarte con el adversario, reconocerle nada. O te mueves dentro de los códigos y narrativas identitarias de cada polo o eres acusado de “traidor” o “cohabitador”, dependiendo en cual polo estés.

Por eso, ver un acto en el que el gobierno de Maduro, con él al frente, se reúne con líderes sociales que reclaman cambios políticos, económicos y sociales, que hasta hace poco eran calificados de apátridas, debemos reconocerlo como un paso interesante para Venezuela. Sin embargo, no han faltado las acusaciones de lado y lado, especialmente en el campo opositor.

Algunas de las críticas se centran en la incredulidad sobre el beneficio de esta reunión. Es lógico, después de tantas dilaciones por parte del gobierno a través de “diálogos” distractores. Otras críticas se enfocan en que Maduro convoca este diálogo para lavarse la cara frente a la comunidad internacional. Este argumento resulta pobre, pues la comunidad internacional tiene plena claridad de las características del gobierno de Maduro.

Luego están los que señalan que los asistentes a esta reunión no representan a los venezolanos, cosa cierta, pero que resulta irrelevante como crítica cuando nos percatamos de que nunca hablaron en nombre de los venezolanos, sino en nombre de las organizaciones sociales a las cuales pertenecen. La verdad, hoy nadie representa a la mayoría del pueblo venezolano.

Sin embargo, la crítica más importante, a nuestro juicio, es aquella que señala que este diálogo le causa un enorme daño a la “estrategia opositora”, porque «divide y debilita la negociación en México”. La oposición está profundamente dividida, quizás como nunca antes en su historia, no tiene nada que ver con Foro Cívico y esta reunión. La división ocurre porque no existen métodos democráticos para construir acuerdos y respetarlos. Algunos líderes han impuesto la política de hechos cumplidos, la cual, según su criterio, toda la Venezuela democrática debe seguir sin protesta. Igualmente, se han impuesto caminos y discursos no consensuados que terminan generando desconfianza. Y lo más importante, la agenda narrativa y de lucha de la dirigencia política está absolutamente divorciada de los problemas reales e inmediatos de la gente. Es lógico, entonces, que las organizaciones sociales que no le deben disciplina partidista ni subordinación a partido alguno, comiencen a construir sus propios caminos reivindicativos para salir de la crisis. ¿No deberíamos celebrar que los diferentes sectores del país se reúnan con el poder del Estado para plantear sus problemas y peticiones, y logren por esta vía solucionarlos, acumulando fuerza social en esa lucha? Pues la sorpresa es que muchos dirigentes políticos señalan que reunirse con Maduro es “hacerle el juego”. Ellos sí se pueden reunir, pactar, dialogar, etc. También lo pueden hacer los estadounidenses y los europeos, pero no los representantes de movimientos sociales.

El problema de fondo no es que sectores sociales busquen solución a sus problemas por sus propios medios, el problema es que la centralidad política del país en el G4 hizo aguas y la mayoría de la nación no se siente representada allí. Mientras el G4 y el interinato se creen la dirección política del país, la mayoría de la Venezuela democrática se siente huérfana de dirección.

Por tanto, es incorrecto decir que una reunión de algunos sectores sociales con el gobierno causa daño. No, esa reunión no es causa, es consecuencia. Lo que causa daño es la inexistencia de una dirección que coordine democráticamente las luchas. La gente busca solución a sus problemas, desde sus instancias. Si queremos que eso no pase, construyamos una coordinación, amplia y democrática, con una agenda de lucha común consensuada, no impuesta.

Si esa reunión fortaleció o no a Maduro es un dilema de los partidos, no de las organizaciones sociales que están luchando por condiciones. En esa reunión, los que asistieron no lo hicieron para sacar a Maduro del poder, sino para construir canales de comunicación, para plantear sus problemas y enfoques, para reconocerse mutuamente y comenzar a construir confianza, condición indispensable para avanzar en la reinstitucionalización del país.

La negociación en México y la estrategia opositora, quizás sea la mejor para ellos, pero no es la negociación ni la estrategia de las fuerzas democráticas del país, porque no existe una instancia que coordine a esas fuerzas. Mientras no sea la negociación y la estrategia de todas las fuerzas democráticas coordinadas, nadie puede reclamarle a nadie que siga su propia agenda.

En vez de criticar a quienes están buscando salidas a sus problemas por su cuenta, de señalarlos de colaboracionistas, la dirigencia política debe asumir que esa reunión es consecuencia de su desconexión con las organizaciones sociales, de su insistencia en imponer agendas, de su negativa a escuchar criterios diferentes y en la inexistencia de métodos democráticos para construir consensos amplios. Criticar a las organizaciones con autonomía sólo aumentará la dispersión. En cambio, deberían preguntarles cómo pueden ayudarlos a resolver esos problemas, acompañarlos en sus luchas, y seguro reconstruirán legitimidad en esos sectores que, por cierto, no le deben disciplina partidista a nadie.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!